
Día 5° de la octava de Navidad
on 29 diciembre, 2021 in Juan
1Jn 2, 3-11
Queridos hermanos:
La señal de que conocemos a Dios, es que cumplimos sus mandamientos. El que dice: «Yo lo conozco», y no cumple sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero en aquel que cumple su palabra, el amor de Dios ha llegado verdaderamente a su plenitud. Esta es la señal de que vivimos en Él. El que dice que permanece en Él, debe proceder como Él. Queridos míos, no les doy un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, el que aprendieron desde el principio: este mandamiento antiguo es la palabra que ustedes oyeron. Sin embargo, el mandamiento que les doy es nuevo. Y esto es verdad tanto en Él como en ustedes, porque se disipan las tinieblas y ya brilla la verdadera luz. El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas. El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.
Palabra de Dios
Comentario
No nos olvidemos que seguimos en tiempo de Navidad, todavía podemos decirnos feliz Navidad entre nosotros, pero una feliz Navidad salida del corazón, no simplemente para cumplir, como un saludo y nada más. Todavía podemos acercarnos a un pesebre a rezar y descansar, todavía podemos disfrutar de este tiempo tan lindo para «digerir» tanto amor que recibimos de este pequeño niño que lo único que desea es ser amado por cada uno de nosotros. Tiene sed de ser abrazado. ¿Quién va amarlo si no lo hacemos nosotros que decimos que creemos en Él?
Te sigo proponiendo seguir lentamente con la lectura, escucha y meditación de la Primera Carta de san Juan. Por si te sumaste a los audios en estos días, te recuerdo que, por unas semanas, salvo algunas interrupciones, reemplazaremos el Evangelio del día por esta linda carta que también nos aporta mucho material para rezar y aprender sobre nuestra fe.
Muchas personas, por no decir todos, por una cierta debilidad que llevamos dentro, tendemos a pensar que todo pasado fue mejor y que todo lo que vendrá será mejor. El pesimista ve el presente con recelo, con pocas ganas, con dudas y se inclina a pensar que seguramente antes era todo mejor, distinto, y ahora todo cambió, vive añorando algo que al fin y al cabo nunca conoció totalmente o lo ve de una forma ideal. Por otro lado, el falso optimismo es el que se escapa del presente, de la realidad del hoy y espera un futuro que no conoce, ni tampoco se preocupa por construir, vive de las ideas que «deberían» ser, pero no son y no le pone las «pilas», las «baterías» a lo que le toca cada día.
¿Por qué digo esto? Porque escuchando la lectura de Juan de hoy queda bien claro que los problemas de las primeras comunidades cristianas no eran muy distintos a los problemas que vivimos hoy. No hay mucho misterio en esto, la debilidad existió y existirá siempre. Por otro lado, es verdad que cada época tiene su dificultad, sus complicaciones muy propias, y que cada época debe encontrar su propio modo de vivir la fe, su respuesta para hacerla más accesible. Pero en lo esencial te diría que muchas cosas no son distintas. Cambiarán los matices, pero no el fondo.
¿A qué quiero llegar? Desde el principio hubo cristianos que se hicieron llamar cristianos pero no vivieron como cristianos. Desde siempre hubo cristianos que dijeron, pensaron o actuaron como si amar a Jesús fuera simplemente una cuestión de «sentimiento» mientras que la vida pasaba por otro lado, mientras sus obras no eran acordes a las enseñanzas del evangelio. Desde siempre hubo personas que consideraron que tener fe es una cuestión puramente privada y que eso no tiene nada que ver con la vida moral o ética que llevan. Desde siempre hubo y habrá –podríamos decir– cristianos que, en vez de unir, separaron, que, en vez de amar a Jesús en los hermanos, intentaron amarlo solo en sus corazones. Esos cristianos también –¡cuidado!– podemos ser vos y yo.
Hoy la Palabra de Dios sale al cruce de esta dificultad que nos acompañará siempre en la Iglesia a los que decimos creer en Cristo. Jesús vino a unir lo que nosotros muchas veces queremos separar o nos cuesta unir: el amor de Dios, el amor a Él y el amor a nuestros hermanos. No es lo uno o lo otro, o mejor lo uno y después vemos lo otro, o empiezo con uno y después veo cuándo llego a lo otro. No, son las dos cosas, y ambas vividas se transforman mutuamente en prueba de la existencia de la otra. Si amo a Jesús y cumplo su Palabra, necesariamente y con alegría amaré a los hermanos que me rodean o, por lo menos, lucharé cada día por hacerlo. Amando a mis hermanos que Dios pone en mi camino estaré dando una señal concreta y real de que amo a Jesús, Él que me pide justamente eso. No se puede amar a Jesús verdaderamente si no amamos lo que nos pide y a los que nos pide, a los que Él mismo ama con todo su ser, nos guste o no. ¿Viste que las dificultades de hoy, de nuestros días, de la Iglesia, del modo de vivir la fe, existen desde siempre y que solo la Palabra de Dios nos ayuda a resolverlas a armonizarlas? Lo importante es encontrar, desde la Palabra de Dios, caminos nuevos para ser fieles a lo que nos pide y enseña siempre el Evangelio. Mejor es callar un poco y amar mucho.
Muchas veces en la Iglesia hablamos demasiado y amamos poco, o amamos algo y hacemos «propaganda». Mejor es amar a Jesús en los otros, y dejar de mentirnos con tantas vueltas y teorías, discursos y conferencias, dejar de dar un culto vacío, sin alma y sin amor. El camino es conocido, no es nuevo, ya lo sabemos, no hay que esperar nuevas revelaciones o directrices de la voluntad de Dios. Tenemos que ponernos juntos, manos a la obra y empezar a amar a Jesús en los otros, y a los otros con Jesús porque solo eso dará luz a un mundo que lo único que le interesa es crear rivales y enemigos de todo tipo y en todo lugar. Nosotros somos de la luz, no estamos para eso. Nosotros fuimos alcanzados por el amor de Jesús para que otros también lo alcancen y se dejen alcanzar.