Día 6° de la octava de Navidad

on 30 diciembre, 2021 in

1Jn 2, 12-17

Hijos, les escribo porque sus pecados han sido perdonados por el nombre de Jesús. Padres, les escribo porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les escribo porque ustedes han vencido al Maligno. Hijos, les he escrito porque ustedes conocen al Padre. Padres, les he escrito porque ustedes conocen al que existe desde el principio. Jóvenes, les he escrito porque son fuertes, y la Palabra de Dios permanece en ustedes, y ustedes han vencido al Maligno. No amen al mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

Porque todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de riqueza- no viene del Padre, sino del mundo. Pero el mundo pasa, y con él, sus deseos. En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente.

Palabra de Dios

Comentario

Como venimos viendo en estos días con esta linda Carta de san Juan, que, por si no recordás, es de alguna manera una continuación del Evangelio de Juan o alguna reafirmación de ciertos conceptos, que con el tiempo ciertas ideas se fueron perdiendo en las primeras comunidades cristianas, especialmente la comunidad que seguía a Juan. Lo mismo que pasa hoy. Vuelvo a decirte: los problemas de los primeros cristianos no fueron muy distintos a los que vivimos nosotros hoy también, en su esencia. Y por eso escuchar la Palabra de Dios y ver esos problemas nos ayuda también a poder resolver los nuestros, aquellos que nos aquejan y también necesitan luz. ¿Qué le pasó a los primeros cristianos que, en definitiva, con el tiempo se fueron adormeciendo o su fe se fue apagando, o su fe también se fue contaminando de ideas del mundo? Y por eso san Juan tiene que volver a animar a su comunidad.

¡Y qué lindo es escuchar hoy este ánimo que les da y que también nos sirve a nosotros: hijos, padres, jóvenes! Como diciendo: no se olviden de lo que ustedes ya vivieron, no se olviden que ustedes ya fueron perdonados. Hijos, no se olviden, ¿por qué volver otra vez a la desconfianza?, ¿por qué no confiar en la misericordia de Dios? Cristo ya murió por nosotros y lavó todas nuestras culpas. Tenemos que volver a mirarlo. «Padres, ustedes conocen al que hiciste desde el principio». Vos, que ya sos adulto desde la fe, ya conociste a Jesús, ¿por qué das más vueltas? ¿Por qué te perdés en cosas que no tienen sentido? ¿Por qué buscás solución a tus problemas en prácticas o doctrinas que en definitiva no son las de Cristo? «Jóvenes, les escribo porque ya han vencido al Maligno», les dice san Juan. Bueno, vos, si sos joven también, no te olvides de tus comienzos en la fe, cuando pudiste vencer el pecado, pudiste vencer la cultura de este tiempo, que te dice: «Todo es igual», «no importa, hace lo que quieras, total da todo lo mismo». Por eso estás palabras de san Juan son tan actuales para nuestro tiempo, donde la fe parece diluirse en tantas doctrinas que nos invaden dentro y fuera de la Iglesia. Por eso es tan necesario volver a escuchar que tenemos que volver a Jesús. Y en definitiva el mensaje también es fuerte y duro, pero verdadero, o se está con el mundo o se está con Cristo. No hay medias tintas en esto. «Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo –los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la riqueza– no vienen de Dios». Siempre tenemos que volver a discernir si estamos amándonos más a nosotros mismos que al amor del Padre. La causa de todo pecado en definitiva es el deseo desordenado de sí mismo, o sea, amarse a sí mismo más que a Dios.

Uno busca el propio bien muchas veces sea como sea y busca lo que le parece bueno para sí mismo. Y así buscando su propio bien, termina corriendo detrás de las cosas que le parecen buenas para realizar su propio bien, pero en definitiva nosotros tenemos que buscar el bien que nos presenta el Padre, el bien que nos presenta Jesús. Estas tres expresiones de san Juan –los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la riqueza– son las llamadas concupiscencias. Y san Juan pone como remedio a estas tres cosas: el amor a Dios contra el desordenado amor a sí mismo, la pobreza, austeridad o templanza contra la gula, la lujuria y toda clase de intemperancia, que sería la codicia de los ojos, y el desprecio del mundo contra la vanidad y la avaricia, que en definitiva son la ostentación de la riqueza. En definitiva, todo se basa en la humildad contra la soberbia.

Vos y yo tenemos que volvernos a preguntar una vez más si muchas veces no nos estamos dejando llevar por estas tendencias que nos llevan a no amar a Dios sobre todas las cosas, a no amar la pobreza y la austeridad que nos ayudan a mantenernos fieles a la voluntad de Dios. Necesitamos ser pobres de espíritu, dejar de buscar la vanidad de este mundo y la avaricia, y buscar la humildad por sobre todas las cosas. Que san Juan hoy, con su exhortación, nos ayude a volver hoy a nuestros orígenes, a volver a lo que alguna vez nos encendió el corazón y muchas veces por el aturdimiento de estos tiempos nos llevan a abandonar lo más puro de la fe. Nos volverá a pasar y tendremos que volver a elegir. No nos preocupemos. Pero por eso, miremos a Cristo con amor a los ojos y entendamos que el único que nos marca el verdadero camino, el único que es la luz en este mundo es él mismo y todas sus enseñanzas. Por eso, «el que cumple la voluntad de Dios –dice san Juan– permanece eternamente», tiene una vida distinta que nadie le podrá quitar.