
Feria de Navidad
on 5 enero, 2022 in Juan
1Juan 3, 11-20
Hijos míos: La noticia que oyeron desde el principio es esta: que nos amemos los unos a los otros. No hagamos como Caín, que era del Maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano, en cambio, eran justas. No se extrañen, hermanos, si el mundo los aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia a su hermano es un homicida, y ustedes saben que ningún homicida posee la Vida eterna. En esto hemos conocido el amor: en que Él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Si alguien vive en la abundancia, y viendo a su hermano en la necesidad, le cierra su corazón, ¿cómo permanecerá en él el amor de Dios? Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad, y estaremos tranquilos delante de Dios aunque nuestra conciencia nos reproche algo, porque Dios es más grande que nuestra conciencia y conoce todas las cosas.
Palabra de Dios
Comentario
«En el atardecer de la vida, seremos juzgados por el amor», decía san Juan de la Cruz. Una frase, una expresión muy conocida, que de algún modo resume lo esencial de nuestra vida cristiana, que de algún modo estamos escuchando cómo, reiteradamente, en esta primera Carta del Apóstol san Juan, se nos invita a profundizar en lo que muchas veces olvidamos.
El cristianismo, la Iglesia Católica, es verdad, a lo largo de los tiempos ha ido creciendo. Y como institución humana, y al mismo tiempo santa, que es, por supuesto que a lo largo del tiempo ha ido adquiriendo costumbres, tradiciones y normas que siempre buscan y nos quieren ayudar a que comprendamos lo esencial del amor. Pero también no podemos mentirnos a nosotros mismos y decir que muchas veces tantas cosas han ahogado lo más esencial. Porque lo mismo pasa en nuestra vida cotidiana: nos olvidamos de lo esencial. Por eso en esta primera Carta del Apóstol san Juan, una y mil veces más, se nos vuelve a decir que es en definitiva por lo que se nos juzgará.
Nosotros hemos conocido el amor de Dios. Los cristianos somos aquellos que reconocemos que Dios nos amó primero y que Él entregó su vida por nosotros. Y si no comprendemos esa gran verdad, finalmente nunca podremos traslucir en nuestras obras lo que el Señor quiere de nosotros. «Él entregó su vida por nosotros», dice san Juan. También nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos. Esa es la gran pregunta que tenemos que hacernos cada día: ¿hoy pude amar a mis hermanos? ¿Cómo va a permanecer el amor de Dios en nosotros si no amamos? O, dicho de otra manera, ¿permanece el amor de Dios en nosotros, si tenemos odios, broncas, rencores; si juzgamos a los demás y si buscamos mordernos entre nosotros? Por eso, san Juan también dice que «aquel que aborrece a su hermano, aquel que lo odia es un homicida», o sea, mata al otro. Lo mata con la palabra, con la mirada, con la indiferencia y de tantos modos distintos, y así vive este mundo. Por eso el mundo aborrece a aquel que ama, porque no puede comprender cómo puede brotar de su corazón amor, cuando recibió odio; porque no puede comprender cómo puede perdonar, cuando fue ofendido; porque no puede comprender cómo puede tener misericordia, cuando alguien cayó en lo más bajo.
Preguntémonos hoy si estamos amando como Jesús ama. No hagamos como Caín, que mató a su hermano. Él era el Maligno y terminó matando a su hermano. Nosotros también, muchas veces, nos podemos comportar como Caín y no ver a nuestros hermanos como pares, como aquellos que tienen la misma dignidad de hijos de Dios, y por eso podemos matar con la palabra y de tantas maneras distintas. ¡Qué bien nos hace escuchar una vez más esta expresión de san Juan!, tan fuerte pero tan verdadera: «No amemos solamente con la lengua y de palabra, sino con obras y de verdad». Ama de verdad aquel que lo trasluce con sus obras, no que solo dice lo que hay que hacer, sino que lo hace. Por eso los santos fueron aquellos que amaron mucho y hablaron mucho menos. Y conoceremos la verdad si aprendemos a amar, y estaremos tranquilos delante de Dios, aunque a veces nuestras conciencia nos pueda reprochar algo, porque, es verdad, no somos perfectos. Sin embargo, la gran noticia es que «Dios es más grande que nuestra conciencia». Él conoce todas las cosas, conoce nuestras obras, las obras que incluso nosotros mismos no hemos sabido valorar de nuestra entrega.
¡Qué lindo es saber que «Dios es más grande que nuestra conciencia»! Entreguémosle todo lo que hacemos, cada día. Entreguémosle en la mañana, cuando nos levantamos, nuestras obras, aunque a veces pueden estar teñidas con las impurezas de nuestro egoísmo. Entreguémosle cada noche todo lo que hicimos. Busquemos amar como Él nos ama, porque Él entregó su vida por nosotros.