
Fiesta de Santo Toribio de Mogrovejo
on 27 abril, 2021 in Mateo
Mateo 9, 35-38
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos:
«La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha».
Palabra del Señor
Comentario
En este día, en esta fiesta, tan importante para Latinoamérica, donde recordamos al gran obispo santo Toribio –que es el patrono de todo el episcopado latinoamericano, es el gran obispo de Lima del siglo XVI–, me animo a compartirte algo, algo que nos pasa muchas veces a los sacerdotes, pero que me pasa a mí, que es cuando alguien se acerca y nos pregunta: «¿Cómo te surgió la vocación? ¿Cómo te diste cuenta que Dios te llamaba?». Es la gran pregunta que muchas veces los laicos, en general, nos hacen a los sacerdotes y consagrados, porque, creo yo, la vocación no deja de ser un gran misterio. No un misterio en el sentido de algo que es imposible de descifrar, sino más bien algo que nos muestra algo que no vemos, valga la redundancia. Porque, en definitiva, eso es un misterio, eso es un sacramento, un signo sensible de la gracia de Dios que no podemos ver.
Bueno, como te decía, estas y otras preguntas son unas de las tantas que nos hacen los jóvenes y no tan jóvenes, y que muchas veces nos hace a nosotros mismos cuestionarnos y preguntarnos: «¿Cómo es que Dios me llamó?». O incluso preguntarnos: «¿Por qué Dios me eligió a mí y no a otro?». Y la respuesta que doy muchas veces –un poco en forma irónica, pero con mucha verdad de fondo– es: «¿Tenés tiempo para que te cuente?». Y en el fondo no es una respuesta evasiva, no es para decir: «Bueno, no puedo contarte», sino que es difícil explicar en pocas palabras toda una vida, la propia vida. Porque, en definitiva, un llamado no es simplemente en un momento, sino que es toda una vida.
Es cierto que el que se siente llamado por Dios puede detectar claramente que en su camino hubo un momento concreto en el que sintió y se sintió especialmente llamado por el Padre, pero, al mismo tiempo, también es tan y aun más cierto todavía que el «tesoro», por llamarlo de alguna manera, de la vocación siempre estuvo escondido en el campo del corazón del que fue llamado, y por eso que para contar cómo encontramos ese tesoro en algún momento, no basta explicar el momento de la «palada» final, diríamos; o sea, cuando de golpe encontramos ese tesoro, cuando nos topamos con él, sino que hay que ver el proceso de cómo se llegó a dar esa puntada final, esa palada que hizo descubrir el tesoro. Y eso es algo difícil. Entonces por qué no pensar que la vocación, el llamado de miles de sacerdotes a lo largo de la historia y también de los consagrados, de los que están y de los que vendrán, proviene de esta petición de Jesús de Algo del Evangelio de hoy: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha». En definitiva, los sacerdotes somos fruto del amor del corazón de Dios Padre que ama a todos y que, al mismo tiempo, se deja conmover por la petición de su Hijo y de todos los que piden más trabajadores para la cosecha.
¿Cómo pensamos que Dios se las ingenia día a día para seguir recorriendo el mundo, las ciudades y cada lugar, enseñar su verdad, anunciar la Buena Noticia de su salvación, curando todo lo que enferma al hombre? ¿Cómo puede ser esto? Bueno, «se las ingenia de la misma manera que se las ingenió siempre», desde que existe este mundo, no de una manera maravillosa o extraordinaria como a veces pretendemos, sino al modo humano, eligiendo instrumentos humanos para que los demás descubran lo divino, para encontrarlo a él. Alguno dirá por ahí: ¿No podría haber elegido algo mejor, no podría haber elegido una manera más efectiva? ¿Realmente es ingeniosa esta manera de hacerse presente en este mundo? Como poder, hubiese podido hacer lo que quisiera, porque en definitiva Dios es Dios. Ahora…quiso otra cosa, quiso elegir el modo que seguramente daría más fruto y por eso decidió hacerse hombre como nosotros, para acostumbrarse a vivir como hombre y para que el hombre se vaya acostumbrando a vivir con Dios y como Dios. Un gran misterio, pero una gran verdad.
Cristo anduvo por la tierra enseñando, anunciando, sanando y curando, pero no quiso hacerlo solo.
Este es el misterio y, al mismo tiempo, la gran alegría: Dios que se hace hombre y deja que el hombre participe de su misión. De hecho, mientras él lo hacía, les encargó a sus discípulos que lo ayuden, para poder llegar a todos los hombres posibles de ese tiempo. Jesús necesita de hombres para llegar a todos los hombres. Necesitó de sus discípulos para cumplir su misión y les encargó a sus discípulos que continúen su misión en su ausencia.
El sacerdocio católico es el corazón, los ojos, los oídos, la boca, las manos y los pies de Jesús extendidos a lo largo del tiempo, para poder acoger, mirar, escuchar, hablar, tocar y acompañar a todos los hombres posibles a lo largo del tiempo y en todo el mundo. Es la respuesta del corazón conmovido de Jesús al ver tanta gente que anda por el mundo sin guía, como ovejas sin pastor. Los que fuimos elegidos no sabemos explicarlo mucho, no sabemos mucho el porqué a nosotros. Por eso, reza por nosotros para que seamos realmente lo que Jesús quiere que seamos. Lo único que sabemos explicar es lo que se vive y se siente en el corazón.