
II Sábado durante el año
on 21 enero, 2023 in Marcos
Marcos 3, 20-21
Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: «Es un exaltado».
Palabra del Señor
Comentario
Pensaba hacer este día el resumen de la semana, pero prefiero tomar algo de ayer y Algo del Evangelio de hoy. Me ayudó muchísimo el evangelio de ayer. Volvería a leerlo y meditarlo por muchos días. Me ayuda muchísimo volver a preguntarle a Jesús, por ahí a vos te sirve: ¿Por qué? ¿Por qué a mí y no a otro? Como me preguntaba el otro día este amigo que se convirtió con el evangelio de los cuatro amigos que llevan al paralítico frente a Jesús bajándolo por el techo. “Padre, estoy como loco, ahora veo todo distinto, ahora muchas cosas me parecen sin sentido, ¿Por qué a mí? ¿Por qué me eligió a mí y no a otro?” Medito lo mismo también muchas veces. ¿Por qué se te ocurrió llamarme a mí si había muchos otros mejores que yo, otros que tenían más cualidades, otros que se pensaba que podían ser buenos sacerdotes, otros que eran más queridos, más buenos, más todo? ¿Por qué a mí? Pienso, al mismo tiempo, lo que debe haber vivido Jesús interiormente al saber que sus mismos parientes lo trataban de loco, como dice el evangelio de hoy: “Decían: «Es un exaltado».” ¿Qué raro no? Pobre Jesús, sus más cercanos que no solo no lo entienden, sino que además lo tratan de loco. Esto es algo que a veces olvidamos del evangelio, sin querer nos quedamos con las partes lindas y agradables de la vida de Jesús. ¿No habrá pensado Jesús también en esto que venimos diciendo? “Padre ¿Por qué a mí? ¿Por qué me elegiste a mí para esto? ¿Por qué tengo que vivir esta contradicción?” Estoy convencido de que Jesús vivió ese dolor internamente, esa incomprensión, ese ser señalado, pero no como “Cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo”, sino como un loco. ¿Te das cuenta que no todos los que señalan a Jesús lo señalan bien? Empezamos la semana escuchando que bien lo señalaba Juan Bautista y terminamos viendo como sus más cercanos lo señalan casi para burlarse, toda una imagen.
En medio de todos esos pensamientos ayer tuve la gracia de ir a visitar a una señora que acaba de perder a su hijo, su hijo más querido, el menor de tres. Estaba ya sin ganas de vivir, estaba ya desinflada, con las persianas de su casa bajas (supuestamente para que no entre el sol y el calor, pero después me reconoció que era para que nadie sepa que estaba, para que piensen que no estaba), queriendo dormir para olvidar, queriendo tomar pastillas para no despertarse nunca más, evitando que la visiten, que la llamen, en el fondo no dejando que los demás la quieran, la amen, le digan que a pesar de todo era necesaria. Me pregunto ¿Cuánta gente habrá así en este mundo, incluso alguien cercano? ¿Cuánta gente habrá sufriendo estas pocas ganas de vivir por mil razones? Por algún dolor, por no tener a Jesús en sus vidas, por haber perdido lo más preciado, no sé, pero cuántos, ¿Cuántos serán? Me lo pregunté ayer. No había mucho que hablar, no sé, la mayoría de las veces es mejor callar. ¿Qué puedo decirle a una madre que perdió a su hijo? No tengo ni idea lo que puede llegar a sentir una madre y mi corazón de padre no sabe lo que se siente al perder a un hijo. Me siento muy limitado en eso, y más cuando la gente piensa que uno tiene la respuesta mágica para cada momento. Lo más fácil hubiese sido darle una receta, una receta espiritual, como por ahí con muy buena intención hacen algunos médicos que rara vez volverán a ver a sus pacientes y les dan pastillas creyendo que por ahí las cosas se solucionan de esa manera y mientras tanto se quedan con la conciencia tranquila porque intentaron hacer algo. Los sacerdotes podemos caer en lo mismo. Es un peligro. Somos “médicos” del corazón y tenemos los mismos vicios que los médicos del cuerpo.
Los sacerdotes cuando dejamos de ver y escuchar, caemos en las recetas, lo reconozco, somos medios primitivos sin querer, básicos, pero porque somos seres humanos como te decía ayer y acudimos a frases hechas, que son lindísimas, como esas que circulan por Facebook que todos comparten, pero que en el fondo no tocan la vida de las personas, no solucionan los problemas. Opté por no acudí a frases hechas, le dije varias cosas que no me salen decirte ahora, pero fundamentalmente la agarré de las manos y al final nos abrazamos. No mucho más. No sé si la habré ayudado, lo sabré si algún día llego al cielo, pero lo que sí sé es el para qué Jesús me eligió como sacerdote. Volví a descubrir que no sirve preguntarle el ¿Por qué me elegiste? Como tampoco sirve preguntarle a Dios ¿Por qué me pasó esto o lo otro, por qué se murió tal o cual? Sino el para qué, el para qué estamos hechos, el para qué estoy vivo en este día, concreto, no mañana, hoy. Y el para qué se descubre saliendo, no bajando las persianas de nuestra casa-corazón, no durmiendo para evitar ver a los otros, no viendo televisión para evadirnos de la realidad cercana, no encerrándonos en nosotros mismos, sino saliendo, como Jesús, que salió de sí mismo. Aunque nos traten de locos, de exaltados, de delirantes. No queda otra. Hay que salir.
Que Jesús nos de la fuerza para ayudarnos entre nosotros, tanto como para ir a levantar a los que están caídos, como para dejarnos ayudar si estamos caídos, si estamos en “la cama”. Doy las gracias a Jesús que me eligió, no porque soy bueno, sino para ayudarme a salir de mí mismo ayudando a otros a salir de sí mismos. Hoy por ti, mañana por mí.