III Miércoles de Adviento

on 15 diciembre, 2021 in

Lucas 7, 19-23

Juan el Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a decir al Señor: « ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»

Cuando se presentaron ante Jesús, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”»

En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos.

Entonces respondió a los enviados: «Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»

Palabra del Señor

Comentario

«¿Y nosotros, ¿qué debemos hacer? », le preguntaban a Juan el Bautista grupos de personas en el Evangelio del domingo, ¿te acordás? Primero, un grupo de personas anónimas que suponemos que eran judíos; segundo, publicanos, los que eran considerados pecadores, eran judíos pero traicioneros a su patria, considerados corruptos y, por último, soldados, soldados romanos, que también se acercaron para hacerse bautizar, o sea, para pedir perdón por sus pecados. Y todos preguntaban lo mismo: «¿Qué debemos hacer?». ¡Qué buena pregunta para hacernos en este tiempo de Adviento y no olvidarnos que también tenemos que hacer algo!, y ese hacer algo es pensar, rezar o dejar que sea el Señor el que nos diga: «Tenés que hacer esto», «tenés que dar tu túnica, eso que te sobra», «tenés que dar de comer –como le contestaba Juan el Bautista–», «tenés que ser justo, no cobrar más de lo estipulado –o sea, ser honesto y practicar la justicia–», o también, por último, «tenés que evitar extorsionar a los demás, manipularlos –como les respondía Juan a los soldados–». Bueno, preguntémonos nosotros qué tenemos que hacer para que realmente este tiempo de espera valga la pena, o sea que esperemos haciendo algo y que no se nos venga encima la Navidad sin haber puesto algo de nuestra parte y habiendo dejado de la lado un poco tanta superficialidad que nos sobrepasa y nos envuelve el corazón.

¿Te imaginás a Jesús mirándonos ahora, en este momento, deseando que nos pongamos manos a la obra y hagamos algo? ¿Te imaginás a Jesús en este momento mirándonos cómo estamos escuchando su Palabra? ¿Te imaginás a Jesús deseando que tantos miles y miles de hombres y mujeres de este mundo nos demos cuenta que él está presente en medio de nosotros y que quiere nuestro amor? ¿Te imaginás a Jesús escuchándonos a todos al mismo tiempo, mientras nosotros escuchamos su Palabra? ¡Cuántos miles seremos que día a día escuchamos la Palabra de Dios! Solo él lo sabe. ¡Cuántos miles de corazones se dejan transformar por medio de su Palabra! Por eso tomemos consciencia de que Jesús nos está mirando, de que Jesús nos está escuchando y que desea todo nuestro corazón. Pongámonos en modo de preparación para que estos días no nos pasen por encima.

Tener fe –tenemos que decirlo una y mil veces más– es una maravilla, es un gran don, es una alegría. Pero también no nos olvidémonos es una lucha, es una tarea, es a veces incomprensión de los otros para con nosotros, es purificación y –por qué no– incluso desilusión de tantas cosas que imaginamos que finalmente no se dan, porque tenemos una mala concepción de la fe. Juan –como se ve hoy– esperaba otra cosa. En Algo del Evangelio se ve que esperaba algo y finalmente se encontró con otra cosa. Por ahí a nosotros alguna vez nos pasó lo mismo, en la Iglesia, en nuestro grupo de oración, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestra familia, en nuestra comunidad. Juan mandó a preguntar porque en el fondo de saber si Jesús era el Mesías. ¿Cuántas personas dejan una comunidad cristiana cuando conocen a las personas que la forman? Y uno se pregunta: ¿Qué esperaban encontrar? ¿Santos perfectos? Uno se desilusiona cuando espera encontrar algo que en realidad no existe, porque uno se hizo esa idea, y finalmente cuando uno lo encuentra, todo se viene abajo, cuando uno encuentra la realidad. Por eso, hay que ser realistas. Los que formamos la Iglesia somos muy humanos, «demasiados humanos», como decía un filósofo. Aunque te parezca raro, aunque nos parezca raro, es necesario desilusionarse un poco para crecer en la fe. Para después darnos cuenta, como Juan el Bautista, de que el verdadero Jesús no es el que por ahí conocimos al principio o nos imaginamos nosotros mismos, sino es el Jesús real.

Solo si hacemos este camino de purificación, desde la Palabra, después vendrá la grata sorpresa, viene la fe más pura y sincera; la fe que se aferra no de ilusiones o de ideas preconcebidas o mal enseñadas, sino la fe del Jesús del Evangelio, del Jesús silencioso en la Eucaristía, del Jesús escondido en los pobres sufrientes, del Jesús real. No el triunfante, no el Jesús de los «miles de seguidores» o del Jesús de los «me gusta», de los «aplausos», sino el Jesús que eligió nacer escondido y sin publicidad, del Salvador que le escapa al aplauso, del Maestro que prefiere el silencio antes que el ruido, del nuestro Señor que regala amor y no cosas.

¿Cuál Jesús queremos esperar en esta Navidad? ¿Cuál Jesús le estás enseñando a esperar a tus hijos en esta Navidad? Mirá que si enseñamos a esperar cosas que no existen, a la larga vendrá la desilusión y no siempre hay fuerzas o ganas para salir de ese lugar. Jesús es real, está vivo, pero como él nos enseña. Y es mucho mejor de lo que imaginamos, es mucho mejor esperarlo a él tal cual es.