
III Miércoles de Adviento
on 14 diciembre, 2022 in Lucas
Lucas 7, 19-23
Juan el Bautista, llamando a dos de sus discípulos, los envió a decir al Señor: « ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Cuando se presentaron ante Jesús, le dijeron: «Juan el Bautista nos envía a preguntarte: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”»
En esa ocasión, Jesús curó mucha gente de sus enfermedades, de sus dolencias y de los malos espíritus, y devolvió la vista a muchos ciegos. Entonces respondió a los enviados:
«Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Palabra del Señor
Comentario
Es imposible no desear cosas, y es más, es necesario desear desear cosas, nos movemos por nuestros deseos, desde los más básicos, de nuestros deseos de vivir, de sobrevivir, de mantenernos en este lugar, en donde estamos, en donde elegimos , tenemos deseos de cosas intangibles, como proyectos, cosas que esperamos del futuro. Tenemos deseos, que los demás, se comporten como nosotros preferimos, tenemos deseos de cambiar nosotros mismos, tenemos deseos de ser mejores, tenemos deseos de crecer en la Fe, tenemos deseos de irnos de vacaciones, tenemos deseos de descansar, tenemos deseos de comer. Vivimos de deseos, pero como decíamos ayer, temos que aprender a moderar nuestros deseos, o por lo menos a pasarlos por el tamiz , de la Voluntad de Dios , no podemos vivir simplemente, a merced de lo que deseamos. Tenemos que aprender a preguntarnos cada vez que deseamos algo, si eso nos conduce o no a alcanzar la felicidad, porque en definitiva, la felicidad es la que todos deseamos , es el deseo más profundo y duradero que permanece en el corazón de cualquier hombre. Por eso sigamos por este camino y preguntémonos si verdaderamente estamos siendo felices y alegres, como nos invitaba en el Evangelio del domingo, en el tercer domingo de Adviento, donde la reflexión o la invitación era considerar la alegría en nuestra vida. Porque no estamos alegres, porque no estás alegre ahora, porque a veces yo no estoy alegre, qué me pasa? No será que estoy deseando cosas que en definitiva no alcanzare, no será que estoy deseando cosas muy terrenales, que finalmente son pasajeras y no me dan la verdadera felicidad.
Bueno sigamos en este camino, y hoy en coincidencia, porque la Liturgia, a veces es así, el Evangelio que acabamos de escuchar, coincide, con el del Domingo, aunque es de Lucas. El Domingo habíamos escuchado a Mateo, pero tiene una gran similitud, este episodio dónde Juan el Bautista envía a preguntarle al Señor, si era o no al que debían esperar. Podríamos decir hoy que es difícil, creer en el Jesús verdadero, el de los Evangelios. Hoy volvemos a escuchar la duda de Juan el Bautista, “Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro” Cómo es el Dios echo hombre en el que creemos, podríamos preguntarnos hoy. Cómo es el Dios que deseamos conocer y al que le decimos que confiamos en El.
Tener Fe es una maravilla, es un gran Don es alegría, pero también, no lo podemos negar, es tarea, es lucha y a veces es incomprensión, es un camino de purificación, y porque no incluso de desilusión de tantas cosas.
Juan esperaba un tipo de Mesías y se encontró con otro. Por ahí a nosotros alguna vez nos pasó lo mismo, en la Iglesia, en algún grupo de oración, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestro trabajo ¿Cuántas personas dejan una comunidad cristiana cuando conocen a las personas que la forman? Y uno se pregunta: ¿Qué esperaban encontrar? ¿Perfección absoluta? Uno se desilusiona cuando espera encontrar algo que en realidad no existe, porque justamente nos habíamos echo una idea y no era lo real, hay que ser realistas. Los que formamos la Iglesia somos humano muy humanos, y aunque te parezca raro, es necesario desilusionarse un poco para crecer en la fe.
Para después darnos cuenta, como Juan el Bautista, de que el verdadero Jesús no es el que por ahí nosotros conocimos al principio, o nos imaginamos.
Solo si hacemos este camino de purificación, después vendrá la sorpresa, viene la fe más pura y sincera. La fe que se aferra no de ilusiones o de ideas preconcebidas o mal enseñadas, sino a la fe en Jesucristo, el de los Evangelio. Al Jesús silencioso en la Eucaristía, al Jesús escondido en el pobre sufriente, al Jesús escondido en nuestro corazón al Jesús real. No el triunfante, no el Jesús de los «miles de seguidores» o del Jesús de los «me gusta», sino el Jesús que eligió nacer escondido y sin publicidad, al Jesús que le escapa al aplauso, que prefiere el silencio antes que el ruido, al que regala amor y no tantas cosas.