
III Miércoles de Pascua
on 26 abril, 2023 in Juan
Juan 6, 35-40
Jesús dijo a la gente:
«Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen. Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió.
La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día.
Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día.»
Palabra del Señor
Comentario
La vida es un camino. Los discípulos de Emaús iban por el camino. Volvían a un lugar donde ellos se sentían cómodos, seguros. Iban por el camino. Es ahí, en ese camino, donde Jesús se les aparece, aunque ellos no podían verlo. Algo impedía que sus ojos lo vieran. Y después, vuelven por otro camino, para anunciarles a sus amigos que Jesús estaba vivo. La vida es un camino. Si estamos quietos difícilmente Jesús se nos presentará. Si estamos quietos difícilmente descubriremos su presencia. Sin embargo, a veces tomamos caminos equivocados. A veces vamos por otros lados, y Jesús se las ingenia para aparecerse ahí y otra vez hacernos sentir su presencia. ¿Qué andamos hablando por el camino? ¿Qué estás hablando por el camino? Esa es una buena pregunta que nos podemos hacer relacionándolo con el Evangelio del Domingo.
Hay que trabajar para buscarlo, decíamos ayer y en Algo del Evangelio de hoy, podríamos retomar un poco esto y pensar: hay que trabajar por lo que vale la pena, hay que trabajar día a día para alcanzar el Pan del alma, el Pan del corazón que ayuda a no desfallecer por el camino de la vida.
Por eso no hay mejor manera de empezar este día dejando que Jesús nos diga a todos otra vez: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed.» O decirle nosotros desde lo más profundo y con la mayor sinceridad posible: Jesús, quiero que seas Pan que me quite el hambre, agua que me quite la sed. Esa hambre y sed que muchas veces no me dejan en paz. «Señor, danos siempre de este pan.»
Es bueno que pensemos a qué se refiere la palabra de Dios, con el símbolo del alimento, representado por el pan. Se refiere a todo aquello que buscamos para saciar las necesidades básicas de cada día, pero, al mismo tiempo, representa las necesidades más profundas de nuestra vida. Somos cuerpo y espíritu, y no podemos aislar una cosa de la otra. No solo vivimos de pan material, de cosas, no solo vivimos para saciar nuestra hambre biológica, sino que para vivir necesitamos lo más esencial, que como decía el Principito (¿te acordás?) es invisible a los ojos, pero que es sensible al corazón. Sin amor no podemos vivir. Sin amar y sin ser amados desesperamos.
El amor es el verdadero alimento y motor de la vida y la prueba más palpable de esto es que hay personas que tienen todo lo material y más para vivir, y sin embargo muchas veces viven insatisfechas. Y, por el contrario, hay personas que viven con lo justo y necesario, o incluso con menos de lo necesario y, sin embargo, viven en plenitud espiritual o, por lo menos, no viven como eternos insatisfechos. Tengamos la cantidad que tengamos, de cosas materiales, la edad que tengamos, los afectos que tengamos, vivir volcados hacia afuera, como si lo interior no importara, como, por ejemplo, la comida, la bebida, los vicios, las adicciones, las obsesiones, la avaricia, -bueno, mezclé un poco ahí las cosas buenas con las malas- pero cada uno tiene que pensarlo. Si vivimos centrando la vida solo en nosotros y nuestros deseos personales, la superficialidad, muchas veces puede ser un síntoma de que nos estamos alimentando mal, que estamos comiendo mucho pan material y poco pan espiritual, el pan del cielo.
Todos podemos creer en Jesús y, sin embargo, vivir alimentándonos de otras cosas mientras decimos que creemos en él. Incluso podemos defenderlo con nuestras palabras, podemos estar trabajando para él, para su Iglesia. Estar caminado detrás de él no es garantía absoluta de que lo consideremos como nuestro mejor alimento. ¡Cuidado! La eterna insatisfacción en la que vivimos muchas veces es como el termómetro de la mala alimentación de los que decimos creer, pero que todavía no les satisface creer. ¿No te pasó alguna vez? ¿No te pasa que aun estando con Jesús no terminás de estar feliz? Bueno. Hay que pensar qué nos pasa.
El que cree en serio, el que va caminando hacia Jesús y con Jesús, en la pureza de la fe, hacia ese buscar únicamente al “Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios”, vive satisfecho, sabiendo que no hay mejor alimento de la vida que el Pan bajado del cielo, que es el mismo Jesús. Y ese Pan llega a nuestra vida por diferentes “proveedores”, digamos así. Llega del cielo, pero se hace algo humano y cotidiano. Se hace Palabra escrita día a día, para meditar, se hace hijo a quien ayudar y sostener, se hace marido y mujer a quien amar siempre, aun en el dolor, aun en las peores dificultades. Se hace pobre a quien socorrer y ayudar, se hace oración diaria a donde acudir, se hace trabajo cotidiano que dignifica, se hace Eucaristía y comunión en donde nos alimentamos realmente. Y lo más lindo de todo esto, es que es gratuito. Se nos da gratuitamente. Solo que nosotros ponemos trabas muchas veces y seguimos insistiendo en alimentarnos con alimentos baratos que no sacian, o que sacian, pero solo por un rato.
El que se alimenta de Jesús recibe estas palabras de consuelo y verdad: Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida Eterna y que yo lo resucite en el último día.» Qué lindo mensaje de Algo del Evangelio de hoy. Levantá la cabeza, levantá el corazón y volvé a mirar a Jesús que es tu alimento y el mío.