
III Viernes de Adviento
on 16 diciembre, 2022 in Juan
Juan 5, 33-36
Jesús dijo a los judíos:
«Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad.
No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.
Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado.»
Palabra del Señor
Comentario
Algo del Evangelio de hoy nos orienta, nos da una pista de cómo actúa Dios, como va encadenando sus sorpresas para que nosotros demos un paso. Juan el Bautista fue una linda sorpresa, nadie lo esperaba, pero no se terminó ahí, después vino Jesús, la gran sorpresa y como dijo Él mismo: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan” Juan no vino para sí mismo, Jesús tampoco, aunque te sorprenda escucharlo.
Ni siquiera Jesús quiso que nos quedemos en Él, sino que vino para mostrarnos el verdadero corazón del Padre: “son las obras que el Padre” Él nos enseña que la vida de fe “es una cadena de sorpresas” que hay que aprender a ir uniendo, para terminar, llegando al Padre, a encontrarnos con un Dios que nos va a sorprender por su bondad, por su amor, por su misericordia, más allá de lo que pensemos, o los demás critiquen, Dios es amor.
Todos nosotros nos comportarnos como eslabones de esta gran cadena, como lo hizo Juan y Jesús para llegar al Padre, o podemos comportarnos como “señaladores” de nosotros mismos. Juan señaló Jesús, al que venía quitar y salvarnos del pecado de este mundo. Jesús señaló a su Padre, como Aquel a quien debemos hablarle, conocerlo y amarlo. Algunos se quedaron mirando “el dedo” y se olvidaron de mirar al cielo, otros miraron al cielo para encontrar lo que todos deseamos. Diríamos que algunos se dejaron sorprender y creyeron, otros todavía siguen buscando respuestas porque no confían en el que nos señaló el cielo.
Lo mismo nos pasa a nosotros. Alguien nos señaló alguna vez a Jesús, o a María. Alguien nos llevó a la Iglesia para que conozcamos a Jesús. ¿Dónde quedó nuestra mirada? ¿En el dedo o en el Padre? ¿Qué andamos buscando o a quién? ¿Al señalador o a lo señalado? Cuidado con nosotros, los que señalamos, los que intentamos día a día buscar que otros se enamoren de Jesús. ¿Buscamos eso? Cuidado con que nos guste demasiado que nos señalen a nosotros y no tanto al cielo. La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta, decía un poeta. La vanidad puede opacar hasta la mejor obra de evangelización. Juan desapareció para que aparezca Jesús… María desapareció para que aparezca Jesús… Jesús desapareció para que nos sorprenda el amor del Padre… Nosotros ¿sabemos desaparecer para que los demás se encuentren con lo que vale la pena?