
IV Jueves de Pascua
on 29 abril, 2021 in Juan
Juan 13, 16-20
Después de haber lavado los pies a los discípulos, Jesús les dijo:
«Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.
No lo digo por todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es necesario que se cumpla la Escritura que dice: El que comparte mi pan se volvió contra mí.
Les digo esto desde ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, crean que Yo Soy.
Les aseguro que el que reciba al que yo envíe, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me envió.»
Palabra del Señor
Comentario
«Pastor, que con tus silbos amorosos, me despertaste de un profundo sueño», dice un lindo himno de nuestra liturgia; y podríamos continuarlo diciendo nosotros: «Y que al despertarme de ese sueño, me ayudaste a reconocerte como mi dueño. Concédeme en este día enamorarme otra vez de tu voz, de tus silbos amorosos». ¡Qué lindo sería que podamos empezar cada día deseando escuchar la voz de nuestro verdadero Pastor, que continuamente desea llamarnos para que nos sintamos amados y guiados por él! Nunca te olvides que él es tu verdadero Pastor, nunca nos olvidemos que él nos ama como nadie y que él da la vida por nosotros cada día, cada instante, en cada momento.
Dios quiera, y Dios lo quiere, que tengamos un buen día, un día en el que podamos descubrirlo a él en todas las cosas, y que todas las cosas nos hablen de él también. Y para eso es necesario empezar el día escuchando la voz, la mejor voz que podemos escuchar, la música que hace bien a los oídos del corazón, la música de la Palabra de Dios. Si tomáramos dimensión de que al escuchar a Jesús estamos escuchando al Padre, sería muy distinto, decíamos, por ejemplo, nuestra relación con él o nuestra manera de rezar. Muchas veces no sabemos rezar –vuelvo a repetir– porque no sabemos escuchar, no sabemos detenernos y frenar un poco; en realidad, no sabemos con quién estamos hablando. Y tomar conciencia de que estamos hablando con el Padre del cielo, nos ayuda a rezar con el corazón.
Preguntando también se aprende: ¿A quién escuchamos, cuando escuchamos a los demás? ¿A quién escuchamos, cuando escuchamos a Jesús? ¿A quién recibimos, cuando recibimos a los demás? ¿A quién recibimos, cuando recibimos a Jesús? Escuchar a los demás con amor es escuchar a Jesús en los otros y escuchando a Jesús en los otros escuchamos al Padre; escuchar es un modo de recibir, y recibir es servir también. Esta es de alguna manera la lógica de Algo del Evangelio de hoy.
Hablando un poco vulgarmente, es como una especie de cadena de favores. El Padre que envía a su Hijo para servirnos, para lavarnos los pies, para amarnos y dar su vida por nosotros; y nosotros que, si nos dejamos servir por él, tenemos que experimentar que es Dios Padre quien nos está sirviendo, y al mismo tiempo, eso nos tiene que mover a ayudar y poder hacer lo mismo con los demás, porque «el servidor no es más grande que su señor».
La lógica de Dios invierte la lógica del hombre. Por más que le demos muchas vueltas, por más que nos rompamos la cabeza para entender muchas cosas, nunca podemos olvidar que «Dios no piensa como nosotros», que su modo de ser y de pensar no sigue nuestra lógica, nuestro sentido común. El sentido común de Dios no es el nuestro, claramente. Hay veces que nuestra lógica piensa que aquel que es más grande, por estar más acomodado, por estar en un nivel de poder más alto, puede llegar a considerar que los demás tienen que servirlo, o que tiene algún derecho sobre los otros. Casi que naturalmente pensamos que a medida que crecemos tenemos que ser servidos; y por eso, un jefe a veces se cree que tiene derecho a ser servido por sus empleados; y por eso, a veces un sacerdote no entiende esta parte del Evangelio y pretende que su pueblo y los fieles deben rendirse a sus pies; y por eso, un padre de familia puede confundirse y pensar que sus hijos son para servirlo. Nada de esto está en el mensaje de Jesús, porque nada de esto hizo Jesús. Todo lo contrario, él vino a servir siendo el más grande, vino a lavarnos los pies siendo el Maestro, vino a perdonar siendo que no tenía pecado, vino a morir siendo el inmortal.
Seguro que a medida que escuchas esto que voy diciendo pensas interiormente: «Esto ya lo sé, esto ya lo escuché muchas veces»; bueno, pero con saberlo no alcanza, sino escuchemos a Jesús otra vez: «Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican».