
IV Miércoles de Cuaresma
on 22 marzo, 2023 in Juan
Juan 5, 17-30
Jesús dijo a los judíos:
«Mi Padre trabaja siempre, y yo también trabajo». Pero para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no sólo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre. Entonces Jesús tomó la palabra diciendo:
«Les aseguro que el Hijo no puede hacer nada por sí mismo sino solamente lo que ve hacer al Padre; lo que hace el Padre, lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace. Y le mostrará obras más grandes aún, para que ustedes queden maravillados. Así como el Padre resucita a los muertos y les da vida, del mismo modo el Hijo da vida al que él quiere. Porque el Padre no juzga a nadie: él ha puesto todo juicio en manos de su Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió. Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida. Les aseguro que la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oigan, vivirán. Así como el Padre dispone de la Vida, del mismo modo ha concedido a su Hijo disponer de ella, y le dio autoridad para juzgar porque él es el Hijo del hombre.
No se asombren: se acerca la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán de ellas: los que hayan hecho el bien, resucitarán para la Vida; los que hayan hecho el mal, resucitarán para el juicio. Nada puedo hacer por mí mismo. Yo juzgo de acuerdo con lo que oigo, y mi juicio es justo, porque lo que yo busco no es hacer mi voluntad, sino la de aquel que me envió».
Palabra del Señor
Comentario
El que nos ayuda a empezar a ver lo que antes no veíamos, o veíamos borroso, siempre es Jesús. De una manera u otra, él se las ingenia para ayudarnos a descubrir lentamente la verdad de la vida, de nuestras vidas. Excepto que nos neguemos, él desea siempre eso para nosotros. Es lo que busca, iluminarnos. Mientras tanto, podemos andar por la vida, por muchos años bajo apariencia de bien, pero muy, muy ciegos. Seguramente a vos te pasó. Los fariseos eran hombres religiosos, pero muy ciegos. Los cristianos podemos ser hombres muy, pero muy religiosos, rezar mil rosarios por día y ser muy ciegos, incluso yendo a misa. ¡Cuidado! La piedad exterior no nos asegura la luz interior. Él es la luz, no nosotros. Él es luz y el que nos permite ver lo que nuestra ceguera no nos deja ver. ¿Te acordás Algo del Evangelio del domingo? Ayer leí algo lindo con respecto a esto que decía así: «A veces la oportunidad de ver comienza con barro». Increíble, lindísima frase. Jesús cura al ciego de nacimiento poniéndole barro en los ojos. A veces necesitamos el barro: la debilidad, el dolor, el pecado, lo más bajo, la humillación, la indiferencia, el olvido, tocar fondo, estar aislados, como el ciego; lo peor de lo peor, para empezar a ver lo que teníamos en las narices y no veíamos.
¿No te pasó alguna vez? Ver el amor de los que tenías al lado y no considerabas; ver los dones escondidos que no explotabas; ver lo poco que te valorabas; ver que tu vida era vacía, para poder llenarla. Y así podríamos seguir. El ciego de nacimiento, el único que no veía era el que más necesitaba de Jesús y, por eso, terminó viéndolo. Los otros, los fariseos y los demás personajes de esa escena veían, pero veían lo que ellos querían ver. Sus ojos, en el fondo, reflejaban lo que tenían en su corazón: cerrazón, orgullo y soberbia.
Es compleja la lectura de hoy, pero de una gran riqueza, por eso me quedo con algo, como siempre, me quedo con estas palabras de Jesús: «Les aseguro que el que escucha mi palabra y cree en aquel que me ha enviado, tiene Vida eterna y no está sometido al juicio, sino que ya ha pasado de la muerte a la Vida».
Todo lo que Jesús hizo y habló fue y es para que creamos en Aquel que lo envió. Para que creamos en su Padre para que, creyendo que Dios es Padre, tengamos vida, Vida eterna, vida de la buena, vida que quita el miedo, vida que saca de la muerte. Vida que saca de la ceguera de este mundo. Vida que nos saca de las tinieblas.
Los audios que hacemos no son para que escuches mi voz, acordate, sino para que escuches la voz de Jesús y escuchando la de Jesús escuches la del Padre. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, escuchamos a Dios Padre, por medio de su Hijo, transmitido por nosotros. Esto es una cadena de envíos. Vos y yo formamos parte de esta cadena. Somos eslabones del mismo deseo de Dios. Por eso, acordémonos que, cuando con el dedo solamente apretás y enviás la Palabra a otro, estás enviando un mensaje de Dios. Sí, puede ser que no lo escuchen… puede ser que te tilden de molesto, que te digan «¿Por qué me manda este?, siempre lo mismo». Vos, mientras no te digan que no, seguí enviando, seguí enviando que algún día van a escuchar a Dios, se les va a abrir el corazón, algún día lo van a necesitar. Hay que sembrar sin cansarse.
Dios Padre salió a buscar a sus hijos enviando a su Hijo al mundo para que, creyendo en sus palabras, creamos en que él es mucho más bueno de lo que imaginamos, que a Dios no podemos tenerle miedo, que el amor quita el miedo, el amor levanta y nos hace andar con nuestras antiguas camillas, con nuestro barro en los ojos, por el mundo, creyendo y caminando.
Acordémonos que Dios es como el Padre de la Parábola del hijo prodigo, acordémonos que Jesús es la luz del mundo que vino a sacarnos de la ceguera en la que vivimos. Acordémonos que a partir del «barro» muchas veces empezamos a ver. Cuando tocamos fondo, es cuando empezamos a ver. Cuando perdemos todo lo que nos gustaba y nos hacía tanto bien, a veces empezamos a ver. Acordémonos que, aunque estemos en el fondo del mar, como se dice, se puede empezar una vida distinta. Acordémonos que tener Vida eterna no es esperar la muerte, sino empezar desde ahora una vida distinta, con más plenitud, con más amor, con más fe. Solo hay que creer, confiar y confiar en las palabras de Jesús.
Acordémonos que aunque estemos presos, aunque estemos privados de nuestra libertad, nadie podrá quitarnos el amor de Cristo en nuestros corazones. Acordémonos que hay que creer y caminar, no hay otro camino. Hay que salir. No podemos esperar que nos cure un milagro demasiado milagroso, dicho con redundancia, sino que tenemos que aprender a pedir ayuda. ¿Querés curarte? Creé, tomá tu camilla –no la tires– y empezá a caminar. Así empiezan las cosas lindas de la vida.
Que tengamos un buen día y que la bendición de Dios, que es Padre misericordioso, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nuestros corazones y permanezca para siempre.