IV Sábado durante el año

on 5 febrero, 2022 in

Marcos 6, 30-34

Al regresar de su misión, los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco.» Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos.

Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato.

Palabra del Señor

Comentario

Si hay algo que tiene nuestro camino de la vida, es que sabemos hacia dónde vamos, sabemos cuál es la meta, pero la verdad es que no sabemos cuánto demoraremos en llegar. Hoy, sin embargo, la tecnología, los grandes avances nos hacen saber casi todo. Podemos saber cuánto tiempo tardaremos en ir hacia un lugar, sabemos cuánto tiempo vamos a demorar si vamos en auto, si vamos en medio de transporte público, si vamos caminando. Podemos saberlo todo, y eso, aunque parece muy bueno, muchas veces puede jugarnos en contra, porque nos genera una cierta ansiedad. Casi que nos ponemos por encima del tiempo y no dejamos que sea el tiempo mismo el que de algún modo, dicho simbólicamente, nos vaya llevando.

Vuelvo a decir, nosotros sabemos en la vida hacia dónde vamos. Vamos hacia el cielo. Tenemos una morada preparada en el cielo, como dice Jesús: «Hay habitaciones para todos», pero en definitiva no sabemos cuándo partiremos de este mundo. Sin embargo, tenemos que seguir caminando. Y en ese caminar, por supuesto, nos cansaremos y tendremos que aprender a frenar, tendremos que aprender a regular nuestras fuerzas y a saber vivir el presente, dar cada paso sabiendo que tenemos que darlo, pero que, en definitiva, no sabemos cuándo será el último. Y qué bien nos hace entonces tener un Evangelio en este sábado, como el de hoy, en donde en definitiva Jesús les enseña a los discípulos que en este camino también hay que aprender a descansar.

Por eso vamos a Algo del Evangelio de hoy: ¿Quién dijo que ser cristiano es trabajar y trabajar o –diríamos nosotros hoy– caminar y caminar y no descansar nunca? ¿Quién dijo que ser cristiano es solamente vivir como volcados hacia afuera, haciendo continuamente cosas por los demás y no tener tiempo para aprender a contemplar, a tener un sano ocio, a descansar un poco?

Creo que tal como lo pinta esta escena tan linda, ser cristiano en definitiva es andar con Jesús, es caminar con él, y en ese caminar como cualquier camino de la vida hay de todo, incluso momentos en los que él nos puede decir: «Vení, vengan, apártense un poco, vamos a un lugar desierto para descansar».

Jesús mismo lo necesitaba, necesitaba descansar físicamente y descansar también del agobio de tanta gente que se acercaba para escucharlo, para ser sanada; necesitaba también escuchar a sus amigos, a los apóstoles, hablarles, animarlos, empujarlos, levantarlos; necesitaba apartarse también para estar con los apóstoles porque ni siquiera tenían tiempo para comer, ni siquiera tenían tiempo para conversar –también podríamos pensar– porque el reunirse a comer para nosotros es también de algún modo un aprender a escucharnos, a dialogar, a saber lo que le está pasando al de al lado, a nuestro hijo, a nuestra hija, a tu marido, a tu mujer, a tus amigos.

Jesús también necesita apartarnos un poco para estar con nosotros, en realidad somos nosotros los que necesitamos que Jesús nos «aparte», porque si fuera por nosotros, seguiríamos y seguiríamos sin parar hasta que algún día terminamos tirados al costado del camino, porque no sabemos descansar.

Sabemos –por el Evangelio de hoy– que finalmente Jesús no pudo tener ese momento de descanso, porque la gente los vio, los persiguió y no les dio respiro; y además, terminó compadeciéndose de todos y les siguió enseñando largo rato.

Pero es bueno que de la escena de hoy nos quedemos con esta intención de Jesús, él quiso eso, aunque al final no lo pudo hacer. Él quiere también hoy que aprendamos a apartarnos, él quiere que sepamos dejar un poco nuestras cosas de lado, incluso nuestras tareas apostólicas, nuestras tareas de caridad, del servicio que hacemos, cosas que él mismo nos pide; pero también él quiere que nos apartemos para que aprendamos a estar con él, para reclinar nuestra cabeza en su corazón. Y no es descansar por descansar, no es dormir por dormir, no es tirarse en la cama por tirarse en la cama; es aprender a apoyar nuestra cabeza en su corazón, como lo hizo el discípulo amado en la última cena.

¡Cuántas veces descansamos mucho y todo sigue igual! Por ahí a veces volvemos de vacaciones en donde descansamos y dormimos un poco más, en donde cambiamos la rutina, pero todo sigue igual. ¿Por qué? Porque no sabemos descansar con Jesús, porque descansamos solos, porque hicimos la misma vida que veníamos haciendo, pero en otro lugar, solo cambiamos de lugar y no cambiamos el corazón. Es necesario que aprendamos a descansar en la oración, lo grita el corazón de cada uno de nosotros, lo necesita. Solo cuando sabemos descansar en el Camino cada día, cinco, diez o los minutos que podamos cada día; solo cuando nos sale bien de adentro estar con él porque escuchamos su invitación: «Vení, vení a descansar»; solo así tenemos resto, como se dice, tenemos la alegría suficiente para sobrellevar todo, tenemos ánimo grande para escuchar a los demás. Solo así no nos molesta y no nos aturde la presencia –a veces agobiante– de los otros, de las personas que nos rodean.

Pidamos hoy a Jesús que nos diga al oído: «Vení, vení a un lugar desierto, vení a la oración, vení a descansar un poco». Ser cristiano, en definitiva, ser amigo de Jesús es trabajar con él, pero también descansar con él. Que Jesús hoy nos regale a todos esta gracia.