
Juan 10, 1-10 – IV Domingo de Pascua
on 3 mayo, 2020 in Juan
Jesús dijo a los fariseos:
«Les aseguro que el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino trepando por otro lado, es un ladrón y un asaltante. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. El guardián le abre y las ovejas escuchan su voz. Él llama a las suyas por su nombre y las hace salir. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz. Nunca seguirán a un extraño, sino que huirán de él, porque no conocen su voz.»
Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir.
Entonces Jesús prosiguió: «Les aseguro que Yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado.
Yo soy la puerta. El que entra por mí se salvará; podrá entrar y salir, y encontrará su alimento. El ladrón no viene sino para robar, matar y destruir. Pero Yo he venido para que las ovejas tengan Vida, y la tengan en abundancia.»
Palabra del Señor
Comentario
Buen día, buen domingo. No sé si te acordarás de Johnny, ese niño sobre el que varias veces te hablé en algunos audios. Un niño que asistía a la catequesis de una de las capillas que pertenecen a mi parroquia. Es un niño muy especial que, por una cierta discapacidad, tiene también una percepción distinta de la realidad. La verdad es que lo extrañamos a Johnny porque hace rato que no lo podemos ver. Pero es un niño que siempre dice palabras especiales.
De hace tiempo que no participaba, en ese momento, y un día tuvo una de esas luces del corazón encendidas, que nos llenaron de alegría y de gozo. En general me interrumpía con buenas acotaciones durante el sermón, y últimamente casi siempre era yo el que lo hacía participar de alguna manera. Mientras intentaba explicar que la imagen del corral que utilizaba Jesús hoy se refiere a la Iglesia y que es Jesús el que nos hace entrar y salir y que, además, él es la puerta, otro niño, Uriel, aportó algo muy bueno: de que podemos entrar y salir para alimentarnos y que es Jesús el que nos alimenta. Aproveché esa situación para querer explicar que en la Iglesia Católica tenemos, por decir así, los mejores alimentos, sin desmerecer a nadie, pero tenemos manjares más grandes. Por pura gracia, no porque seamos mejores, sino porque tenemos lo que Jesús nos ha dejado. Por ejemplo, la Eucaristía, el manjar más exquisito en comparación con otras iglesias. En ese momento les pregunté a todos: ¿Cuál es el manjar más rico que tenemos en la Iglesia y que en otros lugares no tienen? ¿Cuál es? Alguien me respondió: la oración, otro, la palabra… hasta que por supuesto apareció Johnny que dijo muy suelto de cuerpo y tranquilo y seguro: “La Eucaristía” (esto que te anticipé). Y después, haciendo como un movimiento de cabeza, dijo “y eso es para dar gracias”. Todos nos quedamos mudos, en silencio, maravillados. Nos quedamos mudos por el remate de su respuesta. Impresionante. Le dije: “Johnny, impresionante lo tuyo, ya estás para dar el sermón. ¿Querés venir?” Y se paró nomás, sino lo frenaba, él se animaba a subir. Y lo más gracioso es que a la salida de misa, me dijo: “Sería un honor para mí hablar desde ahí, dar el sermón”. Qué grande Johnny. Cómo te extrañamos. La otra vez lo pude visitar, y anda bien, gracias a Dios.
¡Cuánto nos ayuda la simplicidad y espontaneidad de los niños! Este niño aún sin haber recibido la Comunión sabía perfectamente que Jesús es el mejor alimento que podemos esperar. Y Jesús en la Eucaristía, mucho más. Se dio cuenta que no es lo mismo “cualquier corral” ni la forma de entrar en él. Todos los niños se dieron cuenta. No es lo mismo entrar al corral saltando por el cerco como un ladrón, que entrar por la puerta. No es lo mismo. Cualquier niño se da cuenta que dejarse guiar por Jesús, el Buen Pastor, es mucho mejor que dejarse guiar por cualquiera. Jesús es pastor y puerta. Jesús es pastor. Es Pastor, las ovejas y el corral son suyas, de ningún otro pastor. Esto lo percibe naturalmente cualquier niño.
Sin embargo, los adultos podemos a llegar a escuchar y a decir cualquier barbaridad. Como, por ejemplo, “Al final todo es lo mismo”, “Dios es el mismo para todos”, “Da lo mismo cómo lleguemos a él”, “Todas las iglesias son iguales”. Ante semejantes afirmaciones uno se puede preguntar: ¿No sería mejor que volvamos a ser como niños? Algo del evangelio de hoy lo dice claramente: “Jesús les hizo esta comparación, pero ellos no comprendieron lo que les quería decir”. No terminamos de entender, incluso nosotros los adultos. No es lo mismo cualquier corral, no es lo mismo cualquier pastor, no es lo mismo entrar por la puerta o saltando, no es lo mismo. No es lo mismo alimentarse de cualquier pasto que de la Eucaristía.
Jesús nos dejó su Iglesia por algo y para algo. No puede ser lo mismo. No es lo mismo cualquier iglesia. No es lo mismo dejarse guiar por la Voz de Jesús en la Iglesia, que escuchar cualquier voz por ahí creyéndonos que es la de Jesús. Esto no es en contra de nadie, sino que es, de alguna manera, a favor nuestro. No es para criticar a nadie, sino es para valorar lo nuestro, la gracia que tenemos. Muchas veces los católicos por ser “abiertos” y que los demás no sientan que los menospreciamos – cosa que está muy bien – nos olvidamos de lo más nuestro, de los regalos que tenemos y, a veces, no aprovechamos. Y, mientras tanto, muchos nos atacan como si fuésemos los “malos de la película”. ¿No será tiempo de valorar que Jesús nos haya llevado a su corral y que nos conduzca hacia pastos verdes, y no por ser mejores, sino por amor? ¿No será tiempo de amar más lo nuestro sin despreciar lo ajeno, pero de amarlo y saber que, por ser lo que Jesús quiso, es lo mejor? ¿No será tiempo de saber que él quiere un rebaño y un solo pastor? Hubo y habrá muchos que entraron como asaltantes a la Iglesia y la quieren destruir, pero Jesús vino a traernos Vida, Vida en abundancia, y eso es muy distinto. Nada podrá destruir y matar ese deseo de Jesús, por más que haya malos pastores, por más que haya laicos que destruyen a sus pastores y pastores que destruyen a su rebaño. Nada impedirá que Jesús nos siga guiando a los mejores pastos que no se encuentran en cualquier lado… y eso, como decía Johnny, “es para dar gracias”. Y hoy, en este día de las vocaciones, recemos, recemos para que el Señor envíe más trabajadores para la cosecha.