
IV Domingo de Pascua
on 8 mayo, 2022 in Juan
Juan 10, 27-30
En aquel tiempo, Jesús dijo:
«Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa».
Palabra del Señor
Comentario
Domingo llamado del Buen Pastor, es la jornada mundial de oración por las vocaciones, por aquellos que Dios llama para ser pastores. Domingo en el que todos debemos tomar conciencia de la necesidad que tiene Jesús y la Iglesia de pastores según su corazón, mansos y humildes. Rezamos hoy para que más corazones le digan que sí al llamado del Cordero manso, que nos ama y quiere aligerar nuestras cargas. Dios Padre sigue llamando por medio de su Hijo a muchos, porque «muchos son los llamados, pero pocos los elegidos», pocos los que finalmente dicen que sí. La crisis de vocaciones no pasa por una crisis de Dios, como si fuera que Dios dejó de llamar, sino que pasa por una crisis nuestra, de la Iglesia, del tiempo que vivimos, que no siempre escucha la voz del Buen Pastor que con sus «silbos amorosos» sigue llamando a muchos a trabajar por él.
Jesús es el Pastor del rebaño y quiere que ese rebaño sea uno, quiere que termine siendo uno. En este domingo rezamos por las vocaciones, por aquellos que el Señor está llamando y no se animan a dar el paso, por aquellos que están en el camino al sacerdocio, y por todos los sacerdotes también, que entregan su vida diariamente por el anuncio del Evangelio, por todos los sacerdotes que están sufriendo, que están solos, tristes, abandonados, cansados, y que necesitan de la fuerza del Buen Pastor para seguir adelante. Pero recemos para que el Señor llame y respondan, llame a sacerdotes, consagrados y consagradas, que se comprometan realmente, para ser como Jesús, un Buen Pastor, un verdadero Pastor que guíe a su pueblo con amor y que conozcan a sus ovejas, para que sus ovejas puedan seguir al único y verdadero Pastor del gran rebaño.
De Algo del Evangelio de hoy me surge hacernos algunas preguntas: ¿Quién puede arrebatarnos de las manos del Padre? ¿Quién puede arrebatarnos de las manos de Jesús? ¿Quién puede arrebatarnos? ¡Nadie! Absolutamente nadie. Nadie puede quitarte, tirarte, hacerte a un lado de las manos de aquellos que son uno, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (la Santísima Trinidad). Es una gran alegría del anuncio de hoy, de este domingo. Jamás podremos ser apartados de las manos de Dios que es Padre y siempre nos sostiene. Deberíamos decir que en realidad somos nosotros los que podemos perdernos cuando desoímos la voz de Dios, cuando pretendemos soltarnos de sus manos queriendo ser independientes de su amor. Sin embargo, aunque a veces nos perdamos, aunque a veces nos metamos en «cañadas oscuras» su vara y su callado siempre nos conducirán hacia los pastos verdes y ricos de su amor. Pase lo que pase, estemos como estemos, no nos olvidemos, no nos olvidemos que estamos en las manos del Padre y en las de Jesús.
Somos sus hijos, las «ovejas de su rebaño». Él no puede contradecirse así mismo, no puede dejar de amar aquello que creó, aquello por lo cual entregó su vida, por lo cual se hizo hombre, aquello que hizo por amor. Solo vos y yo a veces, si queremos, podemos «darnos el lujo» de no querer estar así, de no querer estar en las manos del Padre. Pero hay que escuchar este anuncio de Jesús, y nosotros estamos en sus manos y nadie puede sacarnos de ahí, ni las peores cosas de este mundo, ni la maldad, ni el odio, ni la injusticia, ni el sufrimiento, ni nuestro propio pecado a veces puede quitarnos de la mano del Padre. Aunque nosotros a veces nos queramos tirar, por utilizar una imagen, nos queramos ir, nos queramos escapar de Dios, jamás nos va a soltar de su mano. Y entonces podríamos preguntarnos: ¿Por qué Jesús habla de que «sus ovejas escuchan su voz»? Quiere decir que hay algunos —podemos ser nosotros– que no somos ovejas de él. Pero no porque él no quiere, sino porque nosotros no nos comportamos como ovejas. Quiere decir que hay algunos que «andan» en las manos de Dios (porque es imposible dejar de estar en sus manos) sin darse cuenta que están en sus manos y están como «ovejas sin Pastor», viviendo y sintiendo como si no estuvieran en las manos de su Padre. Y esto es lo peor.
No es que Dios nos abandone, sino que nosotros no nos darnos cuenta o no escuchamos la voz de él. Él nos conoce, nos habla, y nosotros somos los que tenemos que aprender a escucharlo y a seguirlo.
Pero volvamos a escuchar esto: ¡Nadie, absolutamente nadie puede quitarte, tirarte, hacerte a un lado de las manos de Dios Padre y de las manos de Jesús! Pero cuidado. Alguien sí puede arrebatarme la idea, la certeza, la alegría de este anuncio de estar en las manos del Padre. ¿Quién? Nosotros mismos, el mundo, y el maligno, que busca alejarnos de la mano del Padre. Podemos ser ovejas, pero vivir, sin escuchar y sin seguirlo, sin disfrutar de esta gran alegría.
No dejemos que el maligno nos arrebate de las manos de Dios, no dejemos que este mundo desesperanzado y apático de Dios nos meta falsas ideas o sentimientos en el corazón, haciéndonos creer que él es un ser lejano, que no le importan sus ovejitas, sus hijos. No dejemos que nuestros propios pecados nos conduzcan a la oscuridad y a la desconfianza.
Que hoy el Buen Pastor nos vuelva a decir a todos al oído: «Nadie absolutamente nadie puede quitarte, tirarte, y hacerte a un lado de las manos de mi Padre y de mis propias manos», pero que nosotros al mismo tiempo podamos contestarle: ¡Ya lo sé Jesús, gracias por recordármelo, ya lo sé! Pero quiero empezar a escucharte, quiero empezar a conocerte más, quiero empezar a seguirte de corazón. Dame la fuerza de aprender a escucharte a hacer una oveja obediente.