Juan 14, 15-21 – VI Domingo de Pascua

on 17 mayo, 2020 in

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.

No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.

El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él.»

Palabra del Señor

Comentario

“Eso lo entiende hasta un chico de tres años, Padre…” me dijo Johnny una vez durante un sermón, mientras yo trataba de explicar diferentes modos de estar presente en el corazón de los otros. Mientras trataba de explicar esta Palabra de hoy, quise hacer una comparación o analogía entre los diferentes modos de estar presentes entre nosotros y la presencia de Jesús en nuestras vidas, comparando un poco cómo nosotros estamos presentes frente a los demás, los otros, en nuestras vidas y lo mismo para con Jesús. En realidad, no sé si los niños entienden cosas más rápido de lo que nosotros entendemos o que lo que expliqué era tan obvio que no necesitaba explicación. Lo importante, finalmente, es que, según Johnny, eso era “entendible”. Supuestamente lo entendieron todos. Ese día mi amigo Johnny estaba particularmente gracioso y rápido. Habló bastante, pero lo particular o lindo de ese día, es que para él Jesús estaba siempre, no necesitaba mucha explicación. Para él la presencia de Jesús no necesitaba ser muy pensada, muy “racionalizada”, no necesitaba ser “demostrada”, al modo como nosotros pretendemos a veces las demostraciones, sino que simplemente para él estaba, y no había que darle más vueltas.

Me di cuenta de que a los niños hay ciertas cosas que no hace falta explicárselas demasiado, sino que somos nosotros los que pensamos que no las entienden, pero ellos las viven, así nomás, a secas, sin mucha “alharaca”. ¿Y nosotros? Uy… nosotros los adultos pensamos, pensamos y pensamos tanto que corremos el riesgo de pensar mal, de usar mal la cabeza, de usarla sin corazón, sin amor. La cabeza no puede pensar si el corazón no late con amor. La cabeza no puede pensar como si fuese que las ideas es lo único que salvará al mundo. Sin embargo lo hacemos, sin embargo este mundo muchas veces lo manejan los “cerebros sin corazón”, los “cerebritos” de este mundo. Sin embargo, nuestras decisiones a veces las tomamos demasiado “cerebralmente”. Está de moda ser un “cerebro”, más que ser un corazón. Demasiado corazón parece ser signo de debilidad. Pero la debilidad del corazón de Jesús salvó a este mundo. La debilidad de un corazón que nos ama es el que nos salva de nuestras “lindas razones” que nos ponemos para no amar. ¡Mirá vos!

Pero… ¿Sabés una cosa? ¿Sabés qué es lo que salvó al mundo? ¿Sabés qué es lo que salva al mundo y lo salvará a tu vida y la mía? Un corazón que no buscó muchas razones para amar, sino que amó sin más razones que el amor. El corazón de Jesús que amó aun no encontrando motivos “para amar”. Pero el motivo somos vos y yo. ¿Sabés qué es lo que va a salvar a tu hijo o tu hija? Que lo ames sin mucha explicación, sin mucha vuelta. ¿Sabés qué es lo que va a salvar a tu marido, a tu mujer de esa decisión que anda queriendo tomar? Que le des más oportunidades, que le tengas más paciencia, que confíes en lo bueno que tiene dentro del corazón.

¿Sabés qué es lo que nos salva a vos y a mí? El amor incondicional de alguien, el amor de Jesús a través de ese incondicional, que puede ser un ser querido, un amigo, un hermano. Pensá en ese amor incondicional de tu vida. Pensemos quién es en nuestra vida ese que “no te pide condiciones”, que te recibe siempre y estará siempre. Pensá quién es en tu vida el que va a estar siempre, pase lo que pase, el que no dudás de que pase lo que pase va a estar. ¿Quién es en tu vida concreta esa persona que sabés que aunque hagas lo peor del mundo, aunque caigas en lo más bajo posible, te va a perdonar y te va a recibir sin pedirte explicaciones?

Algo del evangelio de hoy nos consuela al saber que jamás estamos solos, que el estar solos, es solo una cuestión nuestra, una sensación, porque Jesús nos dice: “Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes…” “No los dejaré huérfanos…” “…el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él…” El estar solos en general es una elección personal, porque incluso las personas que se han quedado solas por no tener familias pueden estar muy bien acompañadas si aman. Vivimos en el gran mundo globalizado, donde incluso se ha globalizado la soledad, donde hay miles y miles de corazones que viven rodeados de gente pero no son amados. Vivimos en el mundo en el que millones de personas, incluso nosotros, decimos estar “conectados” pero la conexión a veces tiene poca señal, la conexión no es por amor. Sin embargo, Jesús está siempre con nosotros, nosotros somos los que no dejamos que ese amor salga a relucir, somos nosotros los que no dejamos que ese Espíritu que nos regala siempre haga su obra. Somos nosotros los que nos sentimos huérfanos, aunque tenemos un Padre con todas las letras. Somos nosotros los que le tenemos miedo al amor, a la libertad, porque a veces pensamos que amar es cumplir y cumplir, y no hace bien. Se puede cumplir amando. Se puede amar al cumplir. Se puede si tenemos en claro que al amar cumplimos la ley de Dios y cumplimos amando, y que cumplimos la palabra de Jesús y estamos así “saliendo de nosotros mismos”, saliendo hacia los demás para hacer lo que él hizo con nosotros. Por eso Jesús hoy nos insiste en la prueba del amor hacía él. Y esa prueba es amar como él, cumplir su mandamiento, el del amor. O podríamos decirlo al revés: solo cumple el mandamiento de Jesús quien lo ama, quien lo conoce, quien lo busca y desea profundamente vivir de él.

¿Pensás que esto necesita mucha explicación? En realidad, puede ser, pero hay que vivirlo para entenderlo. “Esto lo entiende hasta un chico de tres años…”, me dijo esa vez Johnny.