
Juan 14, 27-31a – V Martes de Pascua
on 12 mayo, 2020 in Juan
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes.” Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»
Palabra del Señor
Comentario
Este tema del cielo del cual venimos rezando y pensando desde ayer, un poco relacionado con el evangelio del domingo, creo que es para no dejarlo pasar. Es demasiado importante como para minimizarlo, a veces vivimos como si no fuéramos a morir nunca, o vivimos como si el cielo no existiera, por eso no hay que darlo por obvio. Por eso me animo a que nos preguntemos cosas en serio, un poco más profundas de lo que acostumbro, preguntarnos un poco más sobre aquello que hemos aprendido en catequesis cuando éramos niños y que por una cosa o la otra no seguimos profundizando. Porque la fe, lamentablemente a veces, o el conocimiento de la fe, mejor dicho, pasa, le pasa lo contrario de lo que nos pasa con las cosas que nos dan un resultado inmediato y visible. Estudiamos en la primaria, la secundaria, la universidad, postgrados, doctorados y tantas cosas más que nos ofrece este mundo lleno de lindas ofertas, y sin embargo para la fe, para las verdades de nuestra fe, muchas veces nos hemos quedado, por decir así, en la “primaria”, o en el jardín de infantes, en los primeros años, en la niñez espiritual, pero no en la niñez que nos propone Jesús, de la sencillez, si no en la niñez en cuanto a seguir creciendo y profundizando. Nos quedamos con los lindos cuentos que nos contaron de niños. ¿Qué entendemos entonces, nosotros hoy por el Cielo? ¿Por qué hablar hoy del Cielo parece ser una cosa demasiado extraña o ajena a nuestra vida? O incluso podríamos pensar en la santidad. ¿Qué es el Cielo para nosotros? ¿Sabemos lo que será ir al Cielo o bien, es una especie de caricatura, como contraria al infierno? En una Misa una vez, una niña me interrumpió el sermón para preguntarme, cómo será eso de que nuestra alma estará con Dios y que el cuerpo quede por ahí nomás en la tierra. Pregunta interesante para venir de una niña. Por lo menos, por mi parte, y espero que no te escandalices, imaginarme un cielo eterno solo de almas flotando por ahí, me resulta un poco aburrido o extraño. Sin embargo, es lo que sin querer a veces nos transmitieron o lo que entendimos. Así no dan muchas ganas de ir al cielo, la verdad.
Y no porque pretendo que el Cielo sea un lugar divertido al estilo de este mundo, sino porque sencillamente es difícil imaginarnos sin cuerpo, sin sentidos, sin brazos, sin gestos, sin nuestros rostros, que es lo que nos identifica. Lo que enseña la Iglesia, básicamente es que sabemos el qué, pero no el cómo. ¿Qué quiere decir eso? Sabemos que al final de los tiempos “habrá un cielo nuevo y una tierra nueva”, pero no sabemos exactamente cómo será. Nadie volvió para contarnos los detalles. Sabemos que momentáneamente, por decirlo a nuestro estilo, estaremos sin cuerpo, después de nuestro juicio particular, esperando resucitar, al final de los tiempos, esperando algo muy lindo que pasará cuando Jesús vuelva a triunfar definitivamente. Y, es que nuestro cuerpo resucitará como el de Jesús, seremos nosotros mismos, nos reconoceremos tal cual somos, como los apóstoles reconocieron a Jesús, toda la creación resucitará. Nada de lo creado por el Padre se perderá, sino que se renovará, será nuevo. Viviremos una nueva y definitiva creación, donde ya no “habrá llanto ni dolor”, donde el amor será todo, será eterno. Algo un poco más agradable que “andar volando por las nubes”.
Algo del evangelio de hoy nos da esa certeza: «“Me voy y volveré a ustedes.” Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.» Jesús resucitó, está, pero en realidad como nos decía ayer, se fue para prepararnos un lugar, se fue para volver algún día a buscarnos. Esa es también una verdad de nuestra fe, una verdad demasiado grande por decirlo así. El Cielo será algo tan maravilloso, tan inefable, que no nos podemos imaginar, así lo dice san Pablo: «“…lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman.» Por eso hay que confiar, porque es mucho más grande y maravilloso de lo que nuestra pobre cabecita puede entender. Por eso no hay porqué inquietarse, por eso no es raro tener ganas de ir al Cielo, sin despreciar lo que tenemos en la tierra, y sin dejar de luchar para hacer de este mundo algo un poco mejor. Una cosa no quita la otra.
Amar lo que viene, tener nuestro corazón en el cielo, aspirar a las cosas de arriba, a las eternas, como dice san Pablo, amar el cielo es amar la vida, es amar todo lo creado, pero amar esta vida es también reconocer que acá no está lo definitivo, es darse cuenta de que acá se juega nuestra vida, pero lo que vendrá será algo inimaginable, será una paz y una felicidad eterna. Mientras tanto, Jesús nos dejó su paz, como dice Algo del evangelio de hoy, nos da su paz, nos quiere en paz. ¿Estás en paz? ¿Por qué no estás en paz? Pero no como la paz que nos da este mundo que muchas veces vive en “su mundo”, valga la redundancia, en la suya, esperando soluciones mágicas a los problemas, o soluciones solo materiales; sino la paz buscada, la paz luchada, la paz conquistada por el amor, es la paz “armada”, como dicen por ahí, pero con las armas del amor, de la entrega que nos pone siempre en el campo de batalla de este mundo, para hacerlo mejor, para crecer, para cuidarlo, para amarlo, pero sabiendo siempre que al final, solo podrá ser mejor si todos reconocemos que el mundo no es nuestro, que no somos “dioses”, con minúscula, que el mundo es regalo, que somos criaturas, hechas para Dios Padre, hijos del mismo Padre, creados para la eterna felicidad. ¿Te parece poco eso, no te ensancha el corazón? ¿No te anima a vivir esta vida, poniendo todo de nuestra parte para vivirla mejor, para aprovechar cada instante? Así… ¿No te dan ganas de ir al cielo mientras intentamos encontrarlo en la tierra?