
Juan 15, 26 — 16, 4 – VI Lunes de Pascua
on 18 mayo, 2020 in Juan
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Les he dicho esto para que no se escandalicen.
Serán echados de las sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios.
Y los tratarán así porque no han conocido ni al Padre ni a mí.
Les he advertido esto para que cuando llegue esa hora, recuerden que ya lo había dicho. No les dije estas cosas desde el principio, porque yo estaba con ustedes.»
Palabra del Señor
Comentario
Te propongo empezar un lunes distinto escuchando y rezando con un versículo del Salmo 104 que dice así: “Envíanos Señor tu espíritu y renueva la faz de la tierra”.
Nos acercamos lentamente a la Fiesta de la Ascensión del Señor. Nos acercamos también a la Fiesta de Pentecostés y por eso todos estos días, muchísimas veces, de muchísimas maneras aparecerá la persona del Espíritu Santo en boca de Jesús en muchas lecturas. Serán lindas semanas para invocarlo, para buscarlo, para reconocerlo, para reavivarlo simbólicamente en nuestra vida, para redescubrirlo; para no olvidarnos que Jesús no nos dejó solos, no nos dejó huérfanos, como decía ayer. Todo lo contrario, se quedó con nosotros dándonos su propio Espíritu. Dándonos el Espíritu Santo. “Envíanos Señor tu espíritu y renueva la faz de la tierra”.
¿Sabías que la soledad del corazón es una de las peores sensaciones que nos pueden tocar en la vida? Me imagino que sí, porque, de alguna manera, ya lo experimentaste. ¿Sabías que en este mundo súper comunicado existen millones de personas solas o que se sienten realmente solas? Y la verdad es que no se puede vivir solo. No estamos creados para estar solos, para ser seres solitarios. “No es bueno que el hombre esté solo” dice la misma Palabra de Dios en el Génesis. Es verdad, no es bueno andar solos. No es bueno creerse que podemos solos. No hace bien aislarse y toparse con uno mismo así nomás, sin reflexionar, sin conocerse. ¿Te pasó esto de sentirte solo o sola alguna vez en la vida? ¿Te pasó eso de estar con gente, pero interiormente sentirte medio solo, incomprendido? Creo que sí, es parte de la vida. No somos mejores o peores porque nos pase esto. Son cosas que nos pasan, simplemente eso, pero tenemos que aprender a manejarlas.
Por eso qué bien nos hace escuchar que Jesús, en Algo del evangelio de hoy y ya desde ayer, nos va prometiendo que “no nos dejará huérfanos”. Nos promete que nunca estaremos solos. Esto es algo que solo comprende aquel que cree, aquel que cree en esta promesa de Jesús, aquel que tiene fe en sus palabras. Promesa que ya se hizo realidad en la historia, en la historia de los apóstoles, en la historia de tantos santos a lo largo de los milenios, en la historia tuya y mía: «Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí…».
Todos los bautizados –vos y yo– hemos recibido el Espíritu de la verdad que proviene del Padre, y él es el que, en nuestro interior, nos conduce a Jesús y al Padre. Pero no todos los bautizados nos damos cuenta de semejante verdad y realidad. No todos los bautizados dialogamos en nuestro interior con el Espíritu. La vida que llevamos muchas veces atenta contra nuestra interioridad. La vida que se nos propone vivir tapa toda posibilidad de silencio fecundo.
Pero, en realidad, estamos hechos para algo más. Estamos hechos para saber dialogar con nosotros mismos, con nuestra propia intimidad. Me sorprendió una vez, ver tantos jóvenes de mi parroquia “haciendo silencio”. Me sorprende ver a los jóvenes “hacer silencio” cuando hacemos un encuentro, cuando les proponemos rezar ¿no?. Cuando se piensa que los jóvenes no necesitan ruido y diversión. Me sorprendió y me confirmó esa vez y tantas veces, que los jóvenes necesitan silencio y que pueden hacer silencio para encontrarse con Jesús y con ellos mismos. A veces subestimamos a los demás, a veces en la Iglesia tenemos miedo al silencio. Tenemos miedo a que los chicos “se aburran”, como si fuera que el aburrimiento no es parte de la vida. Porque en el fondo nos “aterra” la soledad. No sabemos qué hacer con la soledad y entonces le escapamos. Y la experiencia termina mostrando que, si en la misma Iglesia no tenemos ámbitos de silencio, para la oración, para el encuentro personal y misterioso con nosotros mismos, al fin de cuentas… ¿qué estamos haciendo? ¿Qué le estamos dando de distinto a tantos corazones que viven en medio de un mundo lleno de ruido y caos?
Es lindo animarse a “meterse” dentro de uno mismo.
Es lindo también tomar conciencia de que recibimos el Espíritu, que el Espíritu no es exclusivo de algunos “iluminados”, de algunos grupos, sino que es de todos y nos hace “uno”. Es lindo animarse a “hacer silencio” para perder el miedo a esa soledad que nos aterra. Muchas veces no estamos mejor acompañados que “cuando estamos con nosotros mismos”, porque estando con nosotros mismos, estamos también con el mismísimo Dios si sabemos encontrarlo y escucharlo.
Por eso hoy te propongo que recuerdes esto: No estás solo, no estás sola. No estamos solos jamás. Si estamos solos, es porque lo elegimos. Podemos vivir dos tipos de soledades: la fecunda, la que nos lleva al encuentro con nuestro buen Dios, o la soledad solitaria, valga la redundancia, que nos lleva al temor y la angustia, la que no sabemos manejar y nos lleva al aislamiento.
Pidamos a Jesús que “nos envíe su Espíritu” para que nos renueve en este día, para que renueve la faz de la tierra, de nuestro corazón y nos enseñe a dar testimonio de él, de su presencia en este mundo, que a veces anda tan solitario.