Juan 6, 51-58 – Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor

on 14 junio, 2020 in

 

Jesús dijo a los judíos:

«Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.»

Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?»

Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.

Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente.»

Palabra del Señor

Comentario

“¿Por qué creen que Jesús eligió esta forma tan particular de quedarse con nosotros para siempre? ¿Por qué creen que Jesús eligió quedarse como una “comida”, una forma tan sencilla? Nuestro Dios es un poco loco”. Algo así dije y pregunté una vez, en un sermón de una misa de Corpus Christi, intentando que reflexionemos con los niños ese día sobre este misterio tan maravilloso de la Eucaristía; tan, a veces, incluso, incomprensible. Bueno, ese día respondió Johnny, ese pequeño amigo mío, ¿te acordás? Tomó la palabra y empezó diciendo: “Bueno, hablo yo porque si no acá no habla nadie”. Con mucha gracia y ocurrencia, pero, al mismo tiempo, con una gran sensibilidad espiritual. Él siempre estaba atento a lo que pasaba en la misa. Estar con ese niño, era un continuo disfrutar, porque uno entendía, claramente y de manera palpable, lo que quiere decir Jesús cuando nos pide que “nos hagamos como niños”. Contestaba gesticulando, explicando con sus manos y sus gestos lo que decía con sus palabras; pero bueno, vamos al grano… ¿Qué dijo finalmente, Johnny, ese día? Dijo algo así: “Se quedó así, por lo menos eso pienso yo, porque quiere que agradezcamos lo que nos da. Cuando estoy en casa y mi mamá me trae la comida, yo junto las manos, miro al cielo y le digo a Diosito: ‘Gracias por lo que me das, gracias por tener comida’.

Y bueno, con Jesús tenemos que hacer lo mismo, tenemos que agradecerle que se nos da como alimento”. Es difícil, en realidad, que pueda decirte si literalmente dijo eso, pero recuerdo que fue algo muy similar. No sé si es necesario, la verdad, agregar algo más: Un niño que se da cuenta que, en la sencillez del pan y el vino, Jesús se nos queda como alimento y necesita que le demos gracias. Eso es la misa. Eso celebramos en este día. Quien no da gracias por los alimentos que tiene en su mesa cada día, no sabe vivir, no vive bien. El otro día, cuando fuimos a darle de comer a la gente de la calle con algunos fieles de mi parroquia y juntamos a los que estaban ahí ese día, para dar gracias, no me olvido más con la devoción que esa gente de la calle dio gracias por los alimentos que tenía. Se abrazaban. Me abrazaban. Rezaban el Padrenuestro con fervor. Me pedían la bendición, me pidieron si ellos me podían bendecir. Bueno, fue maravilloso. Gente con poco alimento, con “sin techo”, que dieron gracias de una manera admirable. Por eso, el que no da gracias por lo que tiene, no vive bien. Y quien no da gracias, en este día, en toda la Iglesia, por el don de la Eucaristía es porque todavía no se dio cuenta de lo que significa.

Algo del evangelio de hoy no es apto para tibios. La fiesta que celebramos hoy no es apta para cristianos que no están convencidos de semejante misterio, o dicho en positivo, nos ayuda a que tomemos conciencia que finalmente todo encuentra sentido en la Eucaristía y, que aunque Johnny no lo sabía muy bien, quiere decir “Dar gracias”, quiere decir “Acción de gracias”.

¿Qué sería de nosotros sin la Eucaristía? Sin la Eucaristía, sin el Cuerpo y la Sangre del Señor presente realmente en nuestra vida. No habría Iglesia, no seríamos nada, no podríamos nada, seríamos pura palabrería, sin amor concreto y visible. ¿Para qué nos reuniríamos un domingo? ¿Para vernos las caras entre nosotros solamente? Solo nos puede convocar y reunir él. Nos reunimos por él y en él. Él hace la Iglesia día a día, con su amor, entregándose siempre, sin condiciones. Aunque vos y yo a veces no nos demos cuenta, aunque, a veces, lo tenga yo en mis manos y aun así ni me dé cuenta. Incluso sabiendo que muchas veces no lo valoramos ni los fieles, ni nosotros los sacerdotes. No terminamos de comprender.

Si supiéramos, si comprendiéramos realmente, con el corazón, que él está ahí en la Eucaristía cómo nos emocionaríamos. ¡Cómo correríamos a buscarlo! Sin embargo, a veces lo traicionamos, lo cambiamos por cualquier cosa, queremos “comprar” todo y nos olvidamos de agradecer. Cambiamos a veces a Jesús por tan poco.

¡Cuánto amor nos hace falta, Señor!, ¡Perdonanos Señor, en este día, por nuestra falta de amor hacia vos en la Eucaristía! Tenemos que reconocerlo: a veces, sin darnos cuenta, nos pusimos en el centro, pusimos excusas de todo tipo: “si lo sentimos o no”, “no siento ir a Misa”, “no me gustó”, “no me gusta esto o lo otro”. Incluso, a veces, en la Iglesia podemos mirarnos demasiado el ombligo y no miramos al verdadero centro del mundo y de cada celebración, que es Jesús Resucitado en la Eucaristía. Pienso, la verdad, que no terminamos de comprender. Somos bastante ignorantes.

Danos, Señor, la gracia de proclamar con firmeza y alegría, que sos el centro, que sos el centro de la vida de la Iglesia y el centro de todo el mundo en ese pedacito de Pan, escondido, humilde y silencioso.

Y, por eso, nos sacas a las calles hoy, en tantos lugares del mundo, en procesión; para alabarte, para adorarte, para reconocerte vivo y presente, y para decirte: “Señor: vivimos por Vos, gracias a Vos y queremos vivir por Vos, para Vos y para los demás”.

Queremos descubrir que ese vacío que a veces sentimos es por no haber dado gracias, por no saber dar gracias. Es por no saber reconocerte y solamente esto puede saciarse arrodillándonos frente a tu Presencia real, y también “arrodillándonos”, por decirlo así, ante la posibilidad de amar a los demás. Que no nos olvidemos amarte en los demás, Señor, porque también estás ahí. Te adoramos en la Eucaristía para poder amarte en los otros.