
Mateo 5, 1-12 – X Lunes durante el año
on 8 junio, 2020 in Mateo
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»
Palabra del Señor
Comentario
Empezamos un nuevo lunes, una nueva semana, de la mano de la palabra de Dios. A levantar la cabeza y el corazón una vez más, que todavía falta. Todavía nos queda mucho por caminar. En realidad, no sabemos cuánto tiempo a cada uno, pero lo que sí sabemos es que vamos camino a la Vida eterna. Esa Vida eterna que empezamos a vivir desde ahora, cuando aceptamos las enseñanzas de Jesús y las vivimos, cuando creemos. Como decía el evangelio de ayer: «Todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna». El que cree que Dios es Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y cree, vive de una manera distinta. Sabe hacia dónde va. No le importa lo que pase en el camino, sino sabe y tiene claro hacia dónde va. Por eso, empecemos esta semana, una vez más, con un corazón bien grande y muchos deseos de caminar. Me imagino que alguna vez subiste a una montaña. ¿Hiciste alguna vez ese esfuerzo de caminar lejos, por lo menos, por el llano? ¿Experimentaste esa linda sensación de llegar, sentarte, tomarte algo, tomar agua y disfrutar de lo que alcanzaste? Seguro que sí. Seguro que todos tenemos esa experiencia, y es lindo hacerlo si no lo hiciste. Lamentablemente en nuestra forma de vivir moderna, especialmente hoy, esto se perdió mucho, pero es casi, te diría, necesario vivirlo. Todo hombre, como Jesús lo hizo también, tiene que experimentar que toda meta, todo horizonte implica un “moverse”, “salir”, “subir”, “trepar”, “caminar”, esforzarse para terminar alcanzando la felicidad. “La felicidad no es cuesta abajo, es cuesta arriba”, aunque nos quieran enseñar lo contrario.
Me acuerdo de esos campamentos que hacíamos en la adolescencia en el colegio y me acuerdo de que el que nos guiaba nos llevó a hacer esa experiencia de “hacer cumbre”, como se dice, o sea, de llegar a la cima de una montaña. No era muy alta, pero para esa edad era mucho. El cerro se llamaba “Navidad”. Se llama “cerro Navidad”, en Bariloche, al sur de la Argentina. No me olvido más de esa sensación de llegar, de alcanzar entre muchos, aunque nos peleábamos a ver quién llegaba primero corriendo al final del trayecto. Me acuerdo esa linda sensación y, además, me acuerdo de la sensación de estar disfrutando el paisaje al llegar. Con ganas de no bajar, de quedarse a mirar y a mirar, y a contemplar todo desde arriba. ¿Será así la experiencia de la vida? ¿Será así la experiencia de llegar al cielo? ¿Será que andamos también en nuestra vida ahora concretamente, cuesta arriba, esforzándonos por llegar a la cumbre y de ahí no nos bajaremos jamás?
Bueno, empecemos, como decía, esta semana, con otro corazón, con otras ganas. Y empezamos también cambiando de autor, de evangelista. Empezamos escuchando el gran Sermón de la Montaña del evangelio de Mateo y durante casi tres semanas, preparate. Tres semanas estaremos escuchando, leyendo, meditando los capítulos 5,6 y 7. En donde Jesús comienza este lindo discurso con las conocidas Bienaventuranzas. Será en este Sermón de la Montaña donde aprenderemos a ser hijos de Dios. Escuchá bien: aprenderemos a ser hijos de Dios. Donde Jesús nos abrirá su corazón para que aprendamos a vivir como él y ser hijos verdaderamente. ¡Qué lindo empezar estos días así! Jesús se llevó a la multitud y a sus discípulos a la montaña. Los sacó de donde estaban para que puedan escucharlo mejor. Nosotros, en estas semanas, intentaremos hacer lo mismo. Intentemos dejarnos llevar por la dulzura de sus palabras. Jesús sube a la montaña para que nosotros también subamos, salgamos de nosotros y nos sentemos a su alrededor y empecemos a escuchar estas palabras que salen de un corazón de Hijo, de un corazón grande, que siente como Hijo, que vive como Hijo y que quiere transmitirnos esa vida de los hijos de Dios a cada uno de nosotros.
Las Bienaventuranzas son el preámbulo a todo lo que vendrá. Son el corazón del evangelio, el rostro de Jesús. Son, en realidad, promesas que nos hace él para que podamos vivir como él. ¡Qué lindo! Promesas, no mandatos. Promesas de vida, de felicidad. ¿Cómo entender estas promesas tan particulares? ¿Cómo entender estas promesas que lo que menos parecen al comienzo es que hablen de felicidad? ¿Cómo comprender que seremos felices si somos humildes, misericordiosos, pacíficos, pacientes, afligidos, deseosos de santidad, puros e incluso perseguidos? ¿Cómo explicarle esto a un mundo que cree que ser feliz es ser poderoso, implacable, perfecto, estrictamente justo, haciendo lo que se quiere, e incluso buscando la propia felicidad a costa de los demás? La verdad que es difícil. No solo le costó a Jesús, le cuesta a la Iglesia, me cuesta a mí. Pero bueno, no renunciemos a intentarlo, a hacer el esfuerzo, a subir a la montaña. Es fácil quedarse abajo y no luchar. Es fácil ni siquiera hacer el intento. No lo vamos a lograr solo hoy, por supuesto, sino que durante estas semanas iremos lentamente “desmenuzando” el corazón de Jesús.
Para no hacerlo largo e ir terminando Algo del evangelio de hoy, te cuento que la clave para entender las Bienaventuranzas es el mismo Jesús. Porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas. Y por eso mirándolo a él, sabremos lo que es ser pobre de espíritu, paciente y manso de corazón, lo que es ser consolados, tener hambre y sed de justicia, ser misericordiosos, puro de corazón, trabajar por la paz y ser perseguidos. Mirándolo a Jesús no necesitaremos ser expertos en teología para comprender las bienaventuranzas y querer vivirlas, sino que nos daremos cuenta de que son el verdadero camino de la felicidad, que anhelamos y muchas veces no sabemos encontrar. Esa es la clave creo yo. Es verdad que podemos explicarlas una por una, pero para eso hay muchos libros escritos. Lo que podemos hacer nosotros en estos pocos minutos es rezar con esto, es mirarlo a Jesús para que él nos introduzca en este misterio de sabiduría divina que viene a liberarnos de nuestras falsas felicidades, que lo único que hacen, a veces, es que encontremos la infelicidad.
¿Vamos juntos a subir esta montaña?