
Mateo 5, 27-32 – X Viernes durante el año
on 12 junio, 2020 in Mateo
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena.
También se dijo: El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio. Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio.
Palabra del Señor
Comentario
El sermón de la montaña, que venimos escuchando en estos días y que seguiremos meditando durante algunas semanas, es el sermón que puede dar vida a aquellos que lo escuchan con corazón de hijos. ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que solo las puede entender aquel que se siente hijo del Padre y, como hijo, jamás quiere ofender a su Padre en lo más mínimo, pero no como una especie de puritanismo o moralismo centrado en uno mismo, sino por amor al que le dio la vida. Corazón de hijo tiene aquel que se siente siempre necesitado de su Padre, que confía que todo lo que su Padre le enseña es lo mejor. El hijo que ama verdaderamente a su Padre sabe que cualquier ofensa a otro hijo de ese Padre, a un hermano, es motivo de dolor para su Padre. Como pasaba en nuestras familias, como pasa en nuestras familias cuando un padre ve que sus hijos se pelean, sufre.
Cuando se hieren, sufre. El hijo de Dios que va reconociendo el amor del Padre, sabe que Jesús, el Hijo con mayúscula, es el que nos vino a enseñar el verdadero sentido de la ley y el que vino a interpretarla en profundidad. Por eso, escucharemos varias veces esta expresión: “Ustedes han oído que se dijo… Yo les digo”. Como si nos dijera: “Ustedes escucharon y aprendieron los mandamientos en su infancia, en su juventud, está bien. Los mandamientos de Dios y también mandamientos o mandatos culturales, o familiares. Ahora, yo les vengo a explicar. Yo vengo a descubrirles el espíritu de lo que el Padre les enseñó y ustedes, por ahí, no interpretaron tan bien. Yo vengo a que no se queden en la letra, en la literalidad de las palabras y vayan más allá y descubran que el mandamiento no es simplemente una prohibición, no es un no, sino que es una invitación al amor profundo y verdadero, una invitación a vivir plenamente”. Algo así podemos pensar que nos está diciendo el Señor.
¿Cuántas cosas en nuestra vida “hemos oído que se dijo”? Podríamos decir que muchas cosas en nuestra propia vida se basan en un “escuché que se dijo” y “esto fue lo que aprendí o me enseñaron” o “siempre se hizo así” o “todos lo hacen así”. Bueno, Jesús quiere sacarnos de ese esquema rígido en el cual muchas veces podemos caer y acomodarnos a nuestra conveniencia, tanto en una ideología como en otra, del lado derecho, del lado izquierdo. No podemos escudarnos en que “a mí me lo enseñaron así”, “esto lo hago porque todos lo hacen”. Tenemos que escuchar a Jesús desde la montaña. Acordate. Imaginamos que en nuestra vida empecemos a decir: “Yo escuché lo que Jesús dijo. Yo quiero vivir lo que Jesús dice, porque lo que él dice es lo que el Padre quiere y lo que el Padre quiere es lo mejor para mí, para mis hermanos, para la humanidad, para todos.”
Si todos escucháramos lo que Jesús nos enseña, en definitiva, todos viviríamos como hermanos. No pasarían las cosas que pasan. Todos nos sentiríamos hermanos y, en caso de herirnos, como nos pasa tantas veces, porque somos débiles y puede pasar, aprenderíamos a perdonarnos. Eso es el deseo del Padre para toda la humanidad. Es recrear una nueva humanidad, la de los verdaderos hijos de Dios. Qué bueno sería que pensemos así. ¿Qué dice hoy Jesús en Algo del evangelio para que podamos escuchar y seguir aprendiendo? ¿Qué dice el Padre?
Bueno, hoy es evidente que el Padre quiere cuidar el amor entre sus hijos, el amor entre el hombre y la mujer, porque así nos creó, varón y mujer. Fundamentalmente, quiere cuidar la familia. Eso es lo que quiere cuidar: el seno de la familia, de donde brota todo el amor que aprendemos en la vida. Porque nos creó hombre y mujer, por más que hoy ciertas ideologías quieran corromper lo más preciado que tiene el ser humano, quieran dictatorialmente imponernos que podemos renegar de nuestra naturaleza. Por más que hoy impere, a veces, la dictadura del relativismo, en el cual “da todo lo mismo” y, si no pensás así, estás fuera. Al Padre, sencillamente, no le gusta la lujuria, no le gusta el desenfreno. Sabe que nos hace mal. El creó la sexualidad para nuestro bien, para expresar el amor mutuo y engendrar vida, dos fines que no se pueden separar. Por eso, no le gusta, no desea que nos usemos como si fuéramos objetos. Quiere que sus hijos se miren con ojos de hermanos, como Jesús, con ojos puros.
Los hijos de Dios se deben miran mutuamente, tanto el hombre a la mujer, como la mujer al hombre, como hermanos y no como objetos de deseo y satisfacción personal. Por eso, mirar con deseo de tener a alguien que no nos pertenece, una mujer ajena o un hombre ajeno, y que no es un objeto, sino un hermano, una hermana, o mirar deseando que lo que miro sea una realidad para mí, es ya, de alguna manera, lograr lo que deseo. No somos dos realidades distintas, somos una unidad. Somos cuerpo y corazón, cuerpo y espíritu, no podemos separar nuestra mirada de lo que sentimos y pensamos, aunque a veces lo intentemos. Una cosa alimenta a la otra y al revés. Jesús dice: “La lámpara del cuerpo es el ojo”. Es por la mirada por donde entran al corazón las imágenes que nos inquietan y mueven el corazón para desear lo que nos hace bien o mal, y desde el corazón salen los deseos que nos hacen mirar aquello que alimentan ese buen o mal deseo.
Por eso, no es cristiana esa frase que dice: “El menú está para mirarlo”, eso no hace bien a un matrimonio. Por eso podemos ofender al Padre con los ojos y los ojos pueden transformarse en inicio de malos deseos en el corazón. Esto vale tanto para el varón como para la mujer. Tanto por mirar con deseo, como por provocar que los otros nos miren con deseo desordenado. Eso también, no está bien. Los verdaderos hijos de Dios no buscan mirar con deseo de poseer a nadie, ni tampoco les interesa que los miren con deseo, deseos de vanidad, de vanagloria. Pidamos al Padre que nos enseñe a mirarnos como hermanos, mirarnos como él nos mira, mirar como Jesús miraría, como la Virgen miraría.