Mateo 5, 33-37 – X Sábado durante el año

on 13 junio, 2020 in

 

Jesús dijo a sus discípulos:

Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor. Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos.

Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Palabra del Señor

Comentario

¿Te imaginás qué lindo sería el mundo, nuestro trabajo, una comunidad, una familia, un grupo de amigos en donde la palabra sí, sea siempre sí, y la palabra no se pueda decir y sea realmente no? ¿Te imaginás la cantidad de problemas que nos ahorraríamos si supiéramos que nuestro Padre del cielo, más que querer que pongamos garantías externas a nuestra palabra que brota del corazón, lo que quiere es que la cumplamos,  que seamos sinceros, que digamos sí cuando realmente podemos decir sí y que digamos que no cuando no podemos? ¿Te imaginás un mundo en el que todos seamos sinceros y dejemos de lado el ventajeo, la mentira, la falsedad, la hipocresía, la ambigüedad, la doblez y tantas cosas más que van haciendo de nosotros y de nuestra sociedad un mundo sostenido sobre “gelatina”, en donde todo se mueve y nada es firme, sobre arena? ¿Te imaginás un país, una Argentina, una Latinoamérica, bueno, un continente, un mundo, donde la deshonestidad no exista, donde no haya “vivos”, donde no haya corrupción?

Sé que te estarás riendo, pero está lindo probar, pensarlo. Parece a veces tan lejano esto. Parece tan imposible, pero, al mismo tiempo, es tan necesario para vivir en paz. Es tan necesario que vos y yo, los hijos de Dios, los que decimos ser cristianos y nos sentimos hermanos de esta humanidad, tomemos conciencia de que la palabra realmente debe valer. Vale y tiene que ser un reflejo de lo que hay en nuestro corazón. ¿Es posible que palabras tan cortitas y sencillas, tan solo con dos letras, sean tan importante para nuestras relaciones humanas, y a veces sean tan difíciles de decirlas? Sí, es posible. Porque Dios es sencillo, el evangelio también. Nosotros no tanto, lamentablemente. La vida debería ser más sencilla de lo que la hacemos. “Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del maligno” dice Algo del evangelio de hoy.

Tenemos que volver a escucharlo muchas veces. Todo lo que se le agrega a estas dos palabras para que nos crean no viene de Dios. No es de Dios. Si para que alguien nos crea tenemos que poner de “garantía” al mismo Dios, a nuestros hijos, a nuestra mujer, a nuestra madre, a las cosas, o, incluso, a nuestra propia vida, quiere decir que se perdió la confianza. Que no hay confianza, o nunca la hubo, o porque nuestra palabra perdió valor por no haberla cumplido o que con aquel con quien estoy hablando no es digno de mi confianza, porque él no confía en mí, aunque le diga la verdad.

Cuando juramos, para avalar lo que decimos, en el fondo nos estamos menospreciando a nosotros mismos, obviamente sin darnos cuenta. Tu Padre del cielo, y el mío, lo que quiere es que nos amemos los unos a los otros y que nos amemos nosotros mismos. Y, por eso, cuando nuestras palabras no reflejan lo que hay en el corazón, es un signo de que no estamos amando bien ni a nosotros ni a los otros. No estamos siendo sinceros. El amor es transparente. Es dejar relucir lo que somos y lo que tenemos en nuestro corazón, pero, al mismo tiempo, tiene que ir acompañado de la verdad, que nos enseña el que mejor sabe amar, Jesús. El amor es sincero. El amor no es rebuscado, ni tiene doblez. El amor no anda con ambigüedades, no manipula, no vive de la ironía, de la chanza, de las rebuscadas, de la viveza criolla. Cuando es sí, es sí, y cuando es no, no. Y tiene el amor las dos palabras: la posibilidad del sí y la del no.

Por eso, el que es sincero muchas veces sale perdiendo en este mundo hipócrita y, a veces, bastante mentiroso. Por eso, el que quiere andar en la verdad, sin jurar ni poner nada como pantalla, termina siendo despreciado por una sociedad o por un pensamiento, en el cual estamos incluidos, vos y yo, y que, muchas veces, a este pensamiento le encanta vivir de la superficialidad y de la mentira. Una sociedad supuestamente muy abierta y liberal, hasta que a veces empezás a pensar distinto que ella. Todo es relativo, hasta que alguien se topa “con el relativo” del otro. Hoy en día a muchos, incluso cristianos, les encanta decir que no hay verdad, que cada uno tiene su verdad, que la verdad está en el corazón de cada uno. Obviamente porque es mucho más fácil creer que lo que uno piensa es verdad, que hacer el esfuerzo por saber cuál es la verdad. Una vez, con un grupo de amigos discutíamos sobre el tema tan puesto en boga hoy y siempre, el tema del aborto, y uno decía: “La verdad solo está en el corazón de quien determina hacer o no un aborto en un país avanzado”. ç

Y bueno, la verdad que si pensamos así, estamos un poco complicados, porque la verdad depende del pensamiento de cada uno. Porque si la verdad es siempre lo que siente mi corazón, cuando se me antoje sentir matar a otro con mi palabra, con mi pensamiento, incluso con el cuerpo… y es verdad; cuando se me antoje robar, robo y esta es mi verdad, y así podríamos seguir con miles ejemplos. El tema de la verdad es complicado y no es para un audio, pero creo que nos ayuda a reflexionar en medio de este mundo que dejó de lado las “dictaduras”, y odia todo tipo de dictaduras – y está bien – pero, sin querer o queriendo, se aferró a una nueva dictadura: la del “relativismo”, la del que “cada uno tiene su verdad mientras sea feliz”, la del “no hay ninguna verdad absoluta, excepto la mía”.

Nosotros, mientras tanto, para no complicarnos la vida y no complicársela a los demás, aprendamos de Jesús, un hombre hecho y derecho y de palabra. Aprendamos a decir que sí y a cumplir con nuestra palabra. Aprendamos a decir que no y a saber que el amor muchas veces es decir que no a tiempo y mantener esa posición por el bien del otro. No hay que tenerle miedo. Solo hay que sentirse hijo y vivir como el Hijo, considerando a los otros hermanos merecedores de nuestra confianza y de nuestra sinceridad.