Mateo 7, 21-29 – XII Jueves durante el año

on 25 junio, 2020 in

 

Jesús dijo a sus discípulos:

«No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?” Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.”

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.

Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande.»

Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza, porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.

Palabra del Señor

Comentario

Vamos llegando al final del Sermón de la montaña. Espero que lo hayas disfrutado mucho, como me pasó a mí. Siempre es una delicia volver a leerlo, a escucharlo, a saborearlo, a rumearlo con el corazón. De hecho, te diría que jamás podremos desmenuzarlo completamente. Su riqueza y sabiduría son absolutamente inagotables, como toda la palabra de Dios, pero especialmente este sermón es maravilloso. Pero, nuestro pobre corazón, pequeño corazón y pobre inteligencia nunca pueden terminar de comprenderlo completamente.

Hoy concluyen las maravillosas palabras y expresiones que venimos meditando de hace casi tres semanas por gracia de Dios. Pero, al mismo tiempo, como siempre después de que escuchamos a Jesús en Algo del evangelio, hoy también deberíamos empezar a luchar, en este momento, ahora, para construir nuestra vida sobre estas palabras. A vivirlas, a ponerlas en práctica para poder entrar así en el Reino de los Cielos, como nos propuso él, como nos propone cada día. De eso se trata, es verdad, porque para eso escuchamos, para vivir lo enseñado. ¿Qué sería entrar en el Reino de los Cielos? ¿A qué se refiere Jesús con esta expresión? Se refiere a empezar desde hoy, desde ahora, en este día y todos los días de nuestra vida, a vivir como hijos de Dios, confiados en su infinito amor, en su paternidad providente, en su perdón misericordioso y en su deseo de que vivamos como hermanos, amándonos como él nos ama. Siempre. Sin distinción.

No nos olvidemos que Reino de los Cielos puede llamarse también Reino de los hijos, Reino de Dios, o sea, Reino de un Padre con millones de hijos que desean vivir como hijos, pero que especialmente sus hijos vivan como hermanos. Por otro lado, es claro que también Jesús se refiere a nuestra entrada final, a lo que figuradamente llamamos cielo, a ese momento que nos tocará cuando partamos de este mundo y seamos juzgados por el amor que hayamos podido dar. Pero el Reino de los hijos empezó en la tierra con la llegada del Hijo con mayúscula, de Jesús y empezó en nuestra vida con el bautismo, cuando fuimos inmersos en la vida de los hijos de Dios, y en la medida en que comprendemos, también, y vivimos todas estas palabras que venimos escuchando. Jesús nos advertía hace unos días que no todos quieren seguir este camino. Acordate. No todos quieren subir la montaña. Es difícil. Algunos abandonan al costado del camino, se cansan, porque dice Jesús que “la puerta es angosta y estrecho el camino que lleva a la Vida, y son pocos los que lo encuentran”.

Por eso el desafío de hoy al terminar de escuchar estas palabras de Algo del evangelio, es empezar a construir nuestra vida sobre la Roca de lo que escuchamos, la firmeza de sus palabras que son vida y dan vida en abundancia. Muchas veces por medio de estos mensajes que trato de compartir, reflexionamos sobre el tema de la escucha, la necesidad de escuchar para amar verdaderamente. En definitiva, solo escucha en serio, bien, quien puede vivir lo que escucha, quien se esmera para vivir lo que escucha y lo asimila. El que escucha y vive, es sensato. El que escucha y no vive es insensato, no es inteligente, no utiliza los dones de discernimiento que Dios Padre le dio para que pueda elegir siempre hacer el mayor bien posible a los demás y para su propia salvación.

En un mundo y un estilo de vida donde abundan más las palabras que las obras, donde estamos cansados de escuchar muchas palabras, es necesario volver a recordar que no son los que se llenan la boca hablando de Dios, hablándole a Dios, los que necesariamente viven como hijos y los que algún día llegarán a estar con él. Si no, que son los que cumplen la voluntad del Padre que está en el Cielo. Y para cumplir esta voluntad de Dios debemos conocerla, quitando todos los obstáculos que nos impiden descubrirla, y después de conocerla, abrazarla y elegirla, cueste lo que cueste, piensen lo que piensen, digan lo que digan los otros, sabiendo que nuestro Padre que ve en lo secreto nos recompensará. Eso es lo único que nos debería desvelar día a día, hacer lo que Dios desea de nosotros, lo que Dios desea para todos, confiando que su voluntad es nuestra felicidad, una felicidad distinta a la que nos propone muchas veces nuestro corazón que nos engaña y el mundo en el que vivimos.

¿No es lo que rezamos todos los días en el Padrenuestro? ¿No es lo que pedimos cada día al decir “que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo? ¿No significa esto también la tierra de nuestros corazones que necesita enamorarse de sus deseos y pensamientos? No seamos ingenuos, no seamos cristianos insensatos. No seamos cristianos medio tontos, de la boca para afuera. Vivamos la voluntad de Dios manifestada en el Sermón de la montaña. No hay nada peor que decir y no hacer. Por eso muchas veces, hasta que uno no vive lo que dice, es mejor no decir nada si todavía no podemos, si todavía no nos da la fuerza, el “cuero” por decir así. Cuando no se vive lo que se piensa, o como piensa Jesús, a veces se termina pensando como se vive, dice un refrán por ahí. Cuando no se vive lo que se cree, lo que decimos creer, terminamos creyendo que lo que vivimos, el modo de vivir nuestro es el mejor, y acomodamos la voluntad del Padre a la nuestra. Mejor es creer, confiar y callar, mejor es vivir pensando, vivir creyendo como él nos enseña. Dios no pide perfeccionismo, ausencia de caídas y tropiezos, sino que pide amor, búsqueda continua de su voluntad. Una cosa es intentar todos los días luchar para hacer la voluntad del Padre y otra cosa es ser hipócritas.

Por eso, al terminar estas palabras, recemos como lo hacen los hijos, como Jesús nos enseñó, con el Padre nuestro…