
V Martes de Pascua
on 17 mayo, 2022 in Juan
Juan 14, 27-31a
Jesús dijo a sus discípulos:
«Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: “Me voy y volveré a ustedes.” Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo.
Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean.
Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado.»
Palabra del Señor
Comentario
Escuchamos en el Evangelio del domingo que inmediatamente después de que Judas salió para hacer lo que tenía que hacer, para hacer lo que quería hacer, que era traicionar a Jesús, Jesús comenzó a hablar de su gloria, que en definitiva no era otra cosa que la entrega. Y empezó de algún modo a despedirse de sus amigos, de sus discípulos para dejarnos el testamento de su amor, que finalmente sellaría con su sangre, dándonos el mandamiento nuevo. Jesús no nos dejó un testamento de palabra únicamente, sino que lo selló con su sangre, lo selló con las obras. Por eso, diría un gran santo, san Ignacio de Loyola, que «el amor se da más en las obras que en las palabras». Finalmente Jesús con sus obras, con su gran obra de la entrega en la cruz nos manifestó su amor. En la última cena, simplemente anticipó con palabras lo que iba a hacer con toda su vida. El mandamiento del amor, que parece imposible, no es otra cosa que lo que él mismo hizo por nosotros. Tanto nos amó que entregó su vida, pero seguiremos con esto en estos días.
En algún momento, cuando empecé con esta iniciativa de los audios grabados con el Evangelio de cada día –por ahí empezaste hace poquito, no te acordarás, y si sos de los primeros, seguramente tampoco– empezaba la meditación tomando algún versículo de algún Salmo que nos hablaba sobre la Palabra de Dios, de su importancia, de su acción en nuestra vida. Creo que ayudaba a entrar de otra manera, para poder hacer una especie de preparación, que la escucha sea más fecunda. Algo así como a lo que en la jerga del campo se lo llama «barbecho», el «barbecho» es justamente esa preparación previa que se le hace o se le hacía a la tierra para que al caer la semilla tenga más posibilidades de germinar. Bueno, vamos a seguir intentando que al comentario de cada día lo preceda un «barbecho» de otras palabras. Palabras de otros libros de la Biblia, palabras del día anterior, palabras del Evangelio del domingo, palabras de testimonios de otros que viven la fe de manera distinta a la tuya y a la mía. Todo ayuda si estamos dispuestos a escuchar. Solo hay que aprender a escuchar y sacar provecho y sacar lo bueno de todo. Prestá atención: «Muchas veces no entendemos porque no atendemos», dice también un gran cuentista argentino. «No entendemos porque no atendemos».
El Salmo 34 dice así: «Apártate del mal y practica el bien, busca la paz y sigue tras ella». Algunas traducciones dice: «Y corre tras ella». Creo que no hay mejor día para escuchar estas palabras del Antiguo Testamento junto con las de Jesús mientras se despedía de sus discípulos, de sus amigos. ¿Quién de nosotros no desea la paz del corazón? Cualquier hombre desea vivir esa sensación del alma, estar en paz, con uno mismo, con los demás, con Dios. En realidad, todas las personas buscan la paz y corren tras ella, lo que pasa es que no todo corren hacia el sentido correcto y no todos saben dónde está la paz. Podríamos decir que la paz es hermana de la felicidad, que el hombre que está feliz también siempre está en paz y que encuentra la paz aquel que encuentra la felicidad. Por eso, en el fondo, aquel que busca la felicidad lo que está buscando es la paz del corazón, porque es casi lo mismo.
Entre el Salmo y las palabras de Jesús de Algo del Evangelio de hoy podemos encontrar la clave de lo que todos deseamos y queremos, pero que muchas veces erramos. Antes de buscar la paz, el Salmo dice claramente: «Apártate del mal y practica el bien». Eso quiere decir claramente que la paz no se encuentra en el mal, que del pecado lo único que sobreviene es la turbación y la tristeza o también podríamos decir una paz «ficticia y momentánea». La paz no puede venir como fruto de la mala intención, de la mentira, del robo, de la deshonestidad, de la extorsión, del egoísmo, de la pereza, de la avaricia, de la superficialidad pasajera, del enojo, de la ira, de la venganza, de la idolatría, de la sensualidad y de tantas cosas más. La paz proviene de la práctica asidua del bien, la paz es fruto del amor, la paz es don de Jesús también. Ahí se unen las dos puntas: el deseo de estar en paz y aquel que nos da la paz.
Nuestro Maestro es la paz del mundo, que con su amor y su entrega quiere destruir toda enemistad que destruye la paz. Volvamos a escucharlo: «Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo». ¡No se inquieten ni teman! Él nos da su paz. La paz entonces no es nuestra conquista personal. «La paz no es algo que se compra», como dijo alguna vez el papa Francisco: la felicidad no es una aplicación que se baja de internet. La paz es don de Jesús, don del Espíritu cuando buscamos siempre el bien, el amor, la entrega, el olvido de nosotros mismos por algo más grande. No hay paz sin amor y no hay amor sin lucha. Por eso la paz no es ausencia de problemas. Por eso Jesús dice que él nos da la paz, «pero no como la da el mundo». La paz de nuestro corazón puede convivir muchas veces con dificultades, con problemas, con asperezas, con dolores, con sufrimientos, con luchas, con dudas en la fe, con ausencias, carencias profundas, con soledades. Es una paradoja, pero es así. No tenemos que inquietarnos. No busquemos la falsa paz del mundo, la que nos quiere liberar de la carga y del amor. Acordémonos siempre de esto: No hay paz si no hay amor, no hay amor sin lucha y guerra interior. Busquemos la paz y corramos tras ella. Busquemos amar como Jesús nos amó y todo lo demás vendrá por añadidura.