V Viernes de Pascua

on 7 mayo, 2021 in

Juan 15, 12-17

Jesús dijo a sus discípulos:

«Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre.

No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá.

Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros».

Palabra del Señor

Comentario

Atormentados a veces por una cultura de la rapidez, de la inmediatez, que pretende todo en el momento, el permanecer puede resultarnos un poco difícil. Todo en este tiempo parece que no permanece, todo parece pasajero, descartable: los matrimonios, las vocaciones consagradas. Ya no nos sorprende nada, no nos sorprende cuando algo deja de permanecer, si finalmente parece que todo es intercambiable. Sin embargo, la Palabra de Dios y tu corazón y el mío necesitan la permanencia. Ninguno de nosotros desea ser amado por un tiempo. A nadie le gustaría que le digan: «Mira, te voy a amar por un año, por dos, por tres, o te voy a dejar de amar cuando ya no lo sienta». Una afirmación así lo único que generaría en nuestro corazón es angustia. Imaginémonos si Dios nos dijera eso, si nos hubiese dicho: «Bueno, yo voy a estar con ustedes por un tiempo, pero después háganse cargo ustedes, no los voy a amar más». Imagínate que un padre, una madre le diga a su hijo: «Bueno, hasta los dieciocho te voy a amar, después fíjate que podés hacer vos con tu vida», o que un matrimonio se comprometa a amarse por diez años. Sé que lo que estoy diciendo es una ridiculez, pero, en el fondo, es lo que estamos viviendo. Sin embargo, el amor necesita eternidad, el amor necesita permanencia, sino caemos en una angustia constante, en un sin sentido. Por eso tenemos que permanecer en el amor. Por eso tenemos que darnos cuenta que el amor no es simplemente un sentimiento pasajero, sino que el amor es una decisión que tenemos que volver a abrazar cada día.

Jesús permanece en nosotros, él es la «vid verdadera», la que fue fiel a la alianza del Padre y la que nos invita con su gracia a ser fieles, nosotros, a ser sarmientos que den frutos. No podemos dar frutos si no permanecemos. Permanece en tu matrimonio, permanece en tu consagración, permanece en la Iglesia, permanece en la fe. Permanece escuchando la Palabra, permanece distribuyéndola, permanece siendo apóstol.

Bueno, hoy podríamos decir desde Algo del Evangelio: «Otra vez el mandamiento del amor, otra vez la palabra amor, otra vez en la que Jesús nos pide y nos manda amar como él ama». Parece mucho, parece imposible, parece –como se dice– una utopía.

Siempre recuerdo que hace muchos años, cuando recién se despertó en mí el llamado a ser sacerdote, cuando todavía me escapaba un poco de este llamado a permanecer, un día en la semana fui a misa y escuché este texto. Como nos pasa muchas veces al ir a misa después de escuchar el Evangelio, o por lo menos me pasaba a mí, me acuerdo que me preparé entusiasmado a esperar con ansias lo que iba a decir el sacerdote en el sermón. Eso me pasaba en esa época, hoy estoy del otro lado y ya no me pasa tanto; al contrario, pienso que muchos esperan algo grande de nosotros y justamente uno no llega siempre a colmar las expectativas de los que escuchan. Pero bueno, ese es otro tema. Uno prepara, uno reza, uno siembra y dice lo que puede y lo que sale, después Dios hace su obra. En realidad, los sacerdotes no deberíamos predicar, ni para agradar, ni para que nos feliciten, ni para que nos admiren. Predicamos la Palabra de Dios, anunciamos lo que Jesús nos pidió, porque él nos eligió a nosotros y no nosotros a él, aunque hemos decidido seguirlo. Pero bueno, creo que me fui un poco de tema.

Quería decir que apenas el sacerdote empezó a predicar, dijo lo siguiente: «Esto es una utopía, esto es imposible». Me acuerdo que me chocó tanto, me acuerdo que no pude seguir escuchando. Recuerdo que me desilusione tanto que me pareció que no tenía sentido seguir escuchando. Dije: «Si esto es imposible, ¿cómo es posible que Jesús lo haya dicho? Si esto es una utopía, ¿qué hacemos en la Iglesia?». El tiempo, el seminario y el sacerdocio me ayudaron a no juzgar tanto y a saber esperar. Además, me enseñaron a no ser tan lapidario con los sacerdotes, obviamente porque hoy estoy del otro lado y porque, en realidad, me di cuenta que, muchas veces, el problema es que no sabemos escuchar.

Escuché una parte y seguramente no terminé de escuchar todo el sermón. Muchas veces nos pasa eso. Escuchamos lo que queremos escuchar y no escuchamos lo que sigue, o sea, eso que nos ayudaría a entender lo que escuchamos al principio, y esto tiene que ver con lo que dijimos alguna vez con respecto a que la Palabra es como un organismo vivo. El corazón es sensible y provoca que los oídos se cierren inmediatamente o, al contrario, se abran increíblemente. A mí ese día se me cerraron los oídos del corazón. ¿Te pasó alguna vez? Hay que escuchar todo. Te aconsejo esto: hay que escuchar todo y aprender a sacar lo mejor sea de donde vengan las palabras.

¿Qué creo que quiso decir ese sacerdote aquel día? Creo que quiso decir lo que Jesús nos dice, pero de otra manera: «Ámense porque yo los amo como amigos, aunque ustedes a veces no se comporten como amigos. Ámense porque yo los amé primero. Ámense porque yo les di una dignidad que nadie les puede dar. Ámense. Sí, es verdad, se los mando, pero se los mando habiendo amado primero, habiendo dado la vida». Esto es imposible y es una utopía si nos lo hubiera mandado alguien que no nos haya amado antes. Esto sería una locura si pensáramos que amar así puede salir espontáneamente de nuestro corazón sin que alguien nos dé la fuerza antes. Solo puede amar así quien descubre que hay alguien que siempre lo llamará «amigo», pase lo que pase, que siempre hay alguien que permanece primero y que nos ayuda a permanecer. Para Jesús, todos son sus amigos, incluso hasta los enemigos. Por todos dio la vida, incluso hasta por aquellos que lo despreciaron y lo desprecian.

¿Entendemos la diferencia? Para Jesús, somos sus amigos aunque no nos comportemos como amigos. Para Jesús, no hay mayor amor que dar la vida por los amigos, o sea, por todos. A Judas le dijo amigo, incluso cuando Judas lo estaba entregando. Nosotros daríamos la vida solo por los que nos consideran amigos, por los que queremos como amigos. Amar con el amor de Jesús es, por empezar, no tratar a nadie como enemigo, aunque los que sean enemigos de verdad nos traten como tales, porque Jesús no trató como enemigos a los que lo trataron como enemigo, sino que los trató como amigos y los «amigos de mi amigo son mis amigos» –como se dice–.

Solo podemos dar frutos en serio en esta vida, frutos que perduren, si reconocemos que para Jesús siempre seremos sus amigos, pase lo que pase, y si, al mismo tiempo, empezamos a levantar la mirada y dejamos de ver y crear enemigos, aunque los haya, aunque existan. Esto es posible, te lo aseguro. No es una utopía. Es cristianismo puro, cristianismo en serio.