VI Lunes durante el año

on 13 febrero, 2023 in

Marcos 8, 11-13

Llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: « ¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo.»

Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.

Palabra del Señor

Comentario

Cuando empezamos a descubrir lentamente en la vida, o de golpe, que ser cristiano es mucho más que “cumplir”, que es mucho más que quedarse “tranquilo de conciencia” por haber hecho algunas cosas bien, que es mucho más lindo que andar “calculando” el amor que podemos dar, que es mucho más pleno que quedar bien con un Dios que nos está controlando para ver si le obedecemos o no… todo empieza a tomar otro color, todo empieza a verse de una manera distinta.

¿Te pasó? ¿Te pasa? Ojalá que sí, porque así lo quiere nuestro Padre del cielo que nos considera hijos, no esclavos, nos ama como a hijos, no como a cosas, pretende amor, no servidumbre desinteresada, fría, seca, sin alma. Si no te pasó nunca no desesperes, es el camino que todos debemos recorrer, tarde o temprano, si queremos salir del esquema de una religión vivida como imposición desde afuera, sea por quien fuera. Si no te pasó, volvé al Padre Nuestro, rezalo con el corazón, es la oración de los hijos de Dios, digamos juntos: “Venga tu Reino, que venga tu reinado de amor a nuestras vidas, vení a nuestras vidas así te reconocemos como Padre, no como algo raro y lejano, no como “Dios” así a secas, sos nuestro Padre y queremos sentirnos hijos.”

El cristiano en serio es el que empieza a vivir esta relación de amor, real y concreta con un Dios que es Padre, con un Dios que es Hijo y hermano mayor y con un Dios que también es Espíritu, que habita en el alma, que anima y consuela siempre. El cristiano que recibe esta gracia, que no fuerza su relación con su Padre, sino que la disfruta, que vive feliz de ser pobre de espíritu, que vive feliz por ser paciente, por ser misericordioso, por estar en paz, por tener el corazón puro, por dejarse consolar en el sufrimiento, es el cristiano que no necesita “signos” especiales, no necesita andar “desafiando” a Dios. ¿Qué hijo, que se siente hijo y que ama a su Padre lo desafía y discute con Él? Una cosa es enojarse cada tanto, una cosa es no entender sus caminos y otra cosa es desafiarlo y discutir.

Algo del Evangelio de hoy nos enseña lo que no debemos hacer con Jesús, con su Padre si queremos ser felices. Ni discutir, ni desafiar. Algo que les encantaba a los fariseos. Algo que a nuestro corazón a veces también le gusta. ¿Sos de discutir y desafiar a los demás? ¿Sos de discutir y desafiar a Dios? Vuelvo a decir, una cosa es preguntarle a tu Papá el porqué de esto y el porqué de lo otro –algo normal y parte de nuestra vida- y otra cosa es plantarnos frente a Dios como más grandes que Él, no como hijos, sino como “pares”.

Discutir no tiene sentido, dialogar sí. No discutas con nadie, no pierdas el tiempo. Dialogar sí, no te canses de dialogar, es lo mejor que podés hacer. Dejá de discutir, es lo peor que podés hacer. Fijate que dice el evangelio que “llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él”, no dice que Jesús discutía con ellos. No me imagino a Jesús discutiendo, si me lo imagino a Jesús queriendo dialogar, pero cuando alguien no quiere dialogar, el problema no es nuestro, es del otro, es el otro que no quiere. El que discute generalmente cae en el desafiar, en el intentar poner a prueba al otro porque en el fondo no le interesa lo que el otro piensa y siente, sino solo en lo que él piensa y siente.

El que discute no escucha, no está dispuesto a escuchar, por eso discute, es medio sordito. El que discute no está abierto a incorporar algo nuevo, sino que busca que el otro se adecue a su manera de ser. Por eso los fariseos discuten, desafían y piden un signo, mientras tenían el signo frente a sus narices. Mucho para aprender de la palabra de Dios de hoy. No solo en nuestra relación con los demás, sino con nuestro Padre. ¿Dialogamos con nuestro Papá del cielo o discutimos? ¿Le preguntamos o lo desafiamos?

Finalmente es lindo imaginar ese momento en el que Jesús “suspirando profundamente, dijo: «¿Por qué esta generación pide un signo?” ¿Qué pensará Jesús de nosotros cuando les pedimos signos? ¿Suspirará de la misma manera? Podemos ser parte de esa generación que no se comporta como hijos y anda desafiando a Dios. Podemos, cuidado. ¿Por qué será que no terminamos de convencernos del signo más grande y maravilloso que podamos imaginar, de Jesús? ¿Por qué será que nos pasamos bastante tiempo de nuestra vida discutiendo, desafiando a otros y al mismo Dios y no nos damos cuenta que el mayor desafío está en reconocer el amor de Dios que se hizo carne en Jesús y se hace carne todos los días con su palabra, con la Eucaristía, en los más pobres, en nuestra familia? ¿Qué Dios pretendemos? ¿No seremos demasiados pretenciosos?