VI Miércoles de Pascua

on 17 mayo, 2023 in

Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.
Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: “Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”.»

Palabra del Señor

Comentario

Empezar el día rezando, escuchando y hablando con Jesús en nuestro interior, en nuestro corazón, es fundamental. Es necesario, no es una obligación. ¿No te pasa que los días parece que “se pasan volando”, como decimos a veces? ¿No será que se pasan “volando” porque andamos “volando” por la vida? – por decirlo así. Son comunes estas frases entre nosotros que expresan esto que nos pasa. Decimos a veces: “no puedo creer que ya estemos casi a la mitad del año”, “este año se pasó volando”. Es así. Un poco la vida es así. Es verdad, el tiempo pasa volando, no lo podemos detener, el tiempo no lo podemos parar. Es lo único que no dominamos o una de las tantas cosas, digo, pero especialmente el tiempo. Lo que sí podemos parar y podemos modificar es el modo de vivir el tiempo. Lo que sí podemos modificar son nuestras decisiones, que nos ayudan o nos ayuden a vivir cada día de una manera diferente, asimilando mejor lo que nos pasa y lo que pasa. Cada uno en lo suyo, cada uno con lo suyo; pero empezar el día escuchando la Palabra de Dios nos ayuda a vivir las cosas de una manera diferente. Terminar el día escuchando o simplemente agradeciendo lo vivido también nos ayuda a darle el tiempo, al tiempo, un valor diferente.

Veníamos reflexionando en estos días sobre la soledad que a veces sentimos y el hecho de que Jesús viene también a sanarla. Querer sanar y quitar soledades a los demás nos ayuda a comprender el sentido también de nuestras soledades. Esos sentimientos de soledad que nos pueden invadir a veces, se pueden transformar en oportunidad para darnos cuenta, de que no vale la pena quejarse porque alguien, de alguna manera, nos dejó solos, por esto o por lo otro, sino que lo mejor que podemos hacer es dedicarnos a consolar las soledades y tristezas de los que no se dan cuenta que están solos porque se aislaron. Cuando nos aislamos no vemos ni percibimos las compañías lindas de la vida, la de nuestro Jesús que está siempre y la de nuestros seres queridos que también, en general, siempre están. Estas son las soledades mal elegidas o las soledades sufridas que no sabemos manejar y nos hacen equivocarnos. Nos hacen tomar malas decisiones, nos hacen víctimas o creernos las víctimas y quejosos, nos hacen victimizarnos, nos hacen no ver lo lindo de la vida.

Por eso un buen remedio para la soledad es, por un lado, aprender a convivir con nosotros mismos, cuando la sentimos, a pesar de sentirla y, por otro lado, el salir de nosotros mismos para darnos cuenta que no estamos solos y que hay muchos que necesitan de mi compañía, de la tuya.

Algo del Evangelio de hoy nos vuelve a enseñar que “se aprende de a poco”. Las cosas de la vida y las cosas del Espíritu se aprenden de a poco, no hay otro camino. No es con un clic. En el camino de la fe no sirve la ansiedad, no hay lugar para el estrés. El mismo Jesús les dijo a sus discípulos que tenía muchas cosas por decirles, pero que no podían comprenderlas, y que sería el Espíritu el que los introduciría en la verdad. Qué paciencia tenemos que tener. Paciencia. No se puede todo de golpe. Jesús no les dijo todo “de golpe” a sus amigos, sino que les dijo lo que podían comprender en ese momento y le dejó lo demás al Espíritu Santo para que siga trabajando en su ausencia. Nosotros a veces somos como “glotones”, “golosos” de la vida y de las cosas, incluso de la misma verdad. Pretendemos todo y de golpe. Queremos saber todo y rápido, el porqué de todo, por qué me pasó esto, porqué le pasó esto al otro. Sin embargo, es lindo dejarle el lugar a Dios en nuestro propio camino. Dejar que sea el mismo Espíritu quien nos vaya enseñando e introduciendo en la verdad de nuestra vida. Dulce huésped del alma. Él sabe más que nosotros, muchísimo más que nosotros, ¿sabías? ¿Por qué a veces pretendemos andar más rápido que Dios u a otro ritmo? Si supiéramos la verdad de nuestra vida en un instante no nos daría el corazón para aferrarnos a ella, para atraparla. Por eso él nos va introduciendo, a su modo, a su manera, a su tiempo.

Por eso es necesario encontrar el espacio y el tiempo para escuchar en silencio, para descubrir ese “maestro” interior que es el Espíritu Santo, ese maestro del alma que nos dejó Jesús y nos va enseñando lentamente lo que nos hace bien, lo que debemos dejar, lo que debemos decidir, lo que debemos abrazar. Dejemos de escuchar tanto “los maestros” de este mundo que se creen sabios, pero, finalmente, la sabiduría de este mundo es necedad para la sabiduría de Dios. Por eso es necesario que nos hagamos tiempo y nos quedemos solos, porque, sin soledad fecunda, ese “maestro” interior habla, pero no es escuchado, habla. Grita a veces, pero no es escuchado. Hasta el cuerpo nos puede gritar a veces para que nos pongamos a escuchar, pero parece que no sirve para nada, ya no sabe qué hacer con nosotros.

Te imaginás si nos tomáramos el tiempo necesario cada día para escuchar la verdad de nuestra vida, de nosotros mismos, que Jesús nos quiere enseñar cada día por medio de su Espíritu? ¿Te imaginás qué distinto sería este mundo si empezáramos a escucharlo? Empezá a probarlo. Un día, con tiempo de silencio y soledad fecunda, es un día distinto. Es cuestión de “lanzarse” por este camino y empezar a transitar esta propuesta que nos hace Jesús en el evangelio de hoy.