VI Miércoles de Pascua

on 12 mayo, 2021 in

Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: “Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes”».

Palabra del Señor

Comentario

Hoy más que nunca la palabra «mandato» genera bastante rechazo, tanto en el mundo religioso como fuera de él. Parece que hablar de mandatos es hablar de una libertad esclavizada, por decirlo de alguna manera; que no estamos para que nos manden nada, al contrario, no queremos que nos manden cosas. Dios es demasiado bueno como para andar mandando, dicen algunos, además, finalmente, son cosas que parece que no podemos cumplir. Este parece ser el pensamiento de fondo de algunos fuera de la iglesia, pero también dentro de la iglesia, de cristianos que jamás piensan en un Dios que exige, sino en un Dios que simplemente ama sin pedir nada a cambio. Incluso el mundo se burla de nosotros, se burla de los «mandatos» de Dios, de la Iglesia. No los acepta, los rechaza y no pretende nada de nosotros. Sin embargo, y lo más gracioso es que el mundo se crea sus propios mandamientos que tarde o temprano terminan esclavizando realmente, y lo que los mandamientos de Dios desean de nosotros es justamente lo contrario, liberarnos. Espero que comprendas lo que quiero decir. Cuando el hombre rechaza los mandamientos de Dios, en el fondo rechaza a Dios, y rechazando a Dios se rechaza a sí mismo, ya que lo que Dios manda es que nos amemos los unos a los otros, así de sencillo, así de duro, así de lindo al mismo tiempo. Jesús lo decía el domingo: «Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos». El mandato de Jesús es dulce, es amoroso, no es autoritario, no es esclavizante. Jesús resume toda la ley de Dios en un gran mandamiento que nos llena el corazón de vida y de deseos de amar para ser verdaderamente libres. Dios quiera que podamos comprenderlo así y enseñarlo así siempre, a tus hijos, a los que más amás, a los que te toca tener a tu cargo.

¡No hay que tenerle miedo a la palabra mandamiento, solo hay que entenderla y usarla bien! Puede ser que esté un poco desgastada, mal usada, pero el mal uso no debe quitar el uso, como se dice. Jesús manda el amor, no pide otra cosa, pero porque él nos amó primero y nos ama siempre, incondicionalmente. ¿No te da deseos de amar pensarlo así? ¿No te da fuerzas para amar el saberte siempre amado y sostenido? Él nos pide que seamos fieles a nuestra esencia más profunda, solo eso.

Algo del Evangelio de hoy nos vuelve a enseñar que «se aprende de a poco». En las cosas de la vida y en las cosas del espíritu, las de afuera y las de adentro, no hay otro camino, el paso a paso. En el camino del amor debemos aprender día a día, debemos dejarnos conducir minuto a minuto, no mirando tanto atrás, no mirando por el «espejo retrovisor», sino mirando para adelante, por el «parabrisas» del vehículo, como tomando una imagen.

En el camino de la fe no sirve la ansiedad, no puede haber lugar para el estrés asfixiante que no nos deja respirar. El mismo Jesús les dijo a sus discípulos que tenía muchas cosas por decirles, pero que no podían comprenderlas en ese momento, y que sería el Espíritu el que los introduciría en la verdad con el tiempo. ¡Paciencia! Vos y yo debemos ser hijos de la paciencia de Dios que todo lo alcanza. ¿Crees que los santos se hicieron santos de un día para el otro? No se puede todo «de golpe», como se dice, ¡no! Jesús no les dijo todo «de golpe» a sus amigos, sino que les dijo lo que podían comprender en ese momento y le dejó lo demás al Espíritu para que siga trabajando en su ausencia. Con nosotros hace lo mismo, nos va llevando de a poquito, de la mano, mostrándonos lo necesario para que podamos dar el paso de cada día, lo que está a nuestro alcance. A veces somos un poco golosos de la vida y de las cosas, incluso de la misma verdad. Pretendemos todo y de golpe, casi para atragantarnos. Queremos saber todo y rápido. Sin embargo, es lindo dejarle el lugar a Dios en nuestro propio camino. Dejar que sea el mismo Espíritu quien nos vaya enseñando e introduciendo en la verdad de nuestra vida.

Él sabe más que nosotros, muchísimo más que nosotros, ¿sabías? ¿Por qué a veces pretendemos andar más rápido que Dios o a otro ritmo? Si supiéramos la verdad de nuestra vida en un instante, no nos daría el corazón, por eso él nos va introduciendo, a su modo, a su manera, a su tiempo.

Por eso es necesario encontrar el espacio y el tiempo para escuchar en silencio, para descubrir ese «maestro» interior que es el Espíritu Santo, ese «maestro» que nos dejó Jesús y nos va enseñando lentamente lo que nos hace bien, lo que debemos dejar, lo que debemos decidir, lo que debemos abrazar. Por eso es necesario que nos hagamos tiempo y nos quedemos solos, porque sin soledad fecunda ese «maestro» interior habla pero no es escuchado, habla pero no sirve para nada, ya no sabe qué hacer con nosotros. Eso te propongo y me propongo día a día.

¿Te imaginás si nos tomáramos el tiempo necesario cada día para escuchar la verdad de nosotros mismos que Jesús nos quiere enseñar cada día por medio de su Espíritu? ¿Te imaginás? Empecemos a probarlo, continúa haciéndolo si lo hacés. Un día con tiempo de silencio y soledad fecunda, es un día distinto, no lo dudes.