VII Martes durante el año

on 21 febrero, 2023 in

Marcos 9,30-37

Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará.» Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?.» Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado.»

Palabra del Señor

Comentario

La invitación de Jesús a amar a los enemigos suena bastante dura e imposible de cumplir, sin embargo, es remedio para nuestro corazón necesitado de amor y deseoso de amar. Sería muy pobre una interpretación del texto que escuchamos el domingo únicamente moralista, o sea como un mandato más para cumplir, para que seamos más buenos. Eso no alcanza, de hecho, remontándonos al comienzo del sermón de la montaña no debemos olvidar que Jesús no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento, a ayudarnos a comprenderla y a vivirla, para experimentar en el corazón la plenitud del amor que nos propone Dios Padre. La ley, solo nos marca el camino, pero no nos da la fuerza para caminar, por lo tanto, quedarnos con el simple “amen a sus enemigos” no nos basta para poder lograrlo. Hay que ir más profundo, eso te propongo, preguntarnos y preguntarte: ¿Por qué Jesús nos pide esto? ¿Por qué Dios Padre le pidió a su Hijo que nos diga esas palabras? Pensemos por unos instantes, si Jesús no nos pide imposibles… ¿Por qué parecen tan imposibles estas invitaciones de Jesús?

Creo yo que en parte porque no las terminamos de comprender. Nada de lo que nos pide Jesús es ajeno a nuestra esencia, es contrario a nuestra naturaleza, por eso debemos descubrir en el fondo de nuestro corazón el porqué es necesario responder al mal con el bien, al odio con amor, a la violencia con paz, a la falta de perdón con perdón. Por la sencilla y profunda razón que fuimos creados por amor y para amar, y todo lo que atenta contra esa necesidad de nuestro ser, nos terminará enfermando o destruyendo, tarde o temprano. Incluso, podríamos decir, que nuestros egoísmos, nuestras broncas, enojos, odios, rencores, deseos de venganza, son el lado opuesto, la otra cara de la moneda de nuestro de deseo de ser amados, que, al no ser saciado, al no sentirse satisfecho, reacciona de un modo inadecuado haciendo lo contrario, pero en realidad, buscando ser amado. Todos podemos amar como Dios nos ama, porque todos somos sus hijos, y porque todos somos hermanos, por eso debemos empezar por reconocer que el amor, incluso hacia el que no es tan bueno, es una necesidad de nuestro corazón, es un grito de auxilio desde el fondo de nuestra alma, que no vive plenamente si tiene algún rencor en el corazón, algún enemigo que destruir.

Ayer no pudimos comentar demasiado, pero recordá que Jesús se metía en medio de una discusión entre sus discípulos y algunos escribas, para después finalmente terminar dialogando casi solo con el padre de este niño endemoniado. Obviamente fue mucho más fecundo el diálogo de Jesús, que la discusión de sus discípulos. Hoy, algo del evangelio escuchamos nuevamente que los discípulos iban discutiendo por el camino, justamente después que Jesús les había abierto su corazón y les había contado que sería entregado y matado en la cruz. ¿Qué contraste no? El contraste entre la actitud de Jesús, que evidentemente no le gustan las discusiones y le gusta el dialogo cara a cara, y los discípulos que no entienden nada todavía, discuten y además discuten por ver quién es el más grande.

Cualquier parecido a nuestra realidad en pura coincidencia, ¿no? Esto no solo pasa en el mundo, en los trabajos, en los colegios, en las universidades, en las familias, pasa en la Iglesia, les pasó a los discípulos también. No entendemos a Jesús mientras Él nos habla y lo que es peor como dice el texto de hoy: “no comprendían esto y temían hacerle preguntas”, no dialogamos, no le preguntamos, no lo escuchamos. Y como no lo escuchamos, escuchamos nuestro corazón y con nuestro corazón lo bueno y no tan bueno, escuchamos nuestras pasiones y lo que nos aleja de los demás. La carta de Santiago dice algo que nos puede ayudar: “Hermanos: ¿De dónde provienen las luchas y las querellas que hay entre ustedes? ¿No es precisamente de las pasiones que combaten en sus mismos miembros? Ustedes ambicionan, y si no consiguen lo que desean matan; envidian, y al no alcanzar lo que pretenden, combaten y se hacen la guerra.” Es la ambición por ser más grandes que los demás lo que nos lleva a pelear y discutir por miles de cosas. Pensá en todas las discusiones de tu vida diaria: ¿por qué discutís con tu mujer, con tu marido, con tus hijos, con tus amigos, con los compañeros de trabajo, con desconocidos? ¿No será porque querés ser más grande teniendo razón? ¿No será que tenemos que aprender a dialogar y no discutir? ¿No será que tenemos que dialogar más con Jesús para aprender a dialogar más con los demás? Lo que está claro, es que a Jesús no le gusta discutir y no le gusta que discutamos, le gusta mucho más escucharnos o bien hacernos sentar y decirnos: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos.»