
VII Miércoles de Pascua
on 24 mayo, 2023 in Juan
Juan 17, 11b-19
Jesús levantó los ojos al cielo, y oró diciendo:
«Padre santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros. Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo esto estando en el mundo, para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto.
Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad. Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo. Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad.»
Palabra del Señor
Comentario
No es casualidad que, antes de ascender a los cielos, antes de partir, mostrándose a todos sus discípulos, reuniéndolos en el lugar donde se habían conocido, en esa montaña de Galilea; no es casualidad que antes de partir, según el evangelio del domingo, Jesús les dijo: «Vayan por el mundo y anuncien el evangelio. Vayan por el mundo y bauticen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado.» El doble mandato de Jesús: el de hacer “hijos de Dios”, el de introducir en la vida de la Iglesia por medio de un sacramento, por medio de un signo, que es el agua, a todos los hijos dispersos por el mundo que necesitan ser abrazados por la misericordia del Padre; y, por otro lado, también enseñar, enseñar los mandamientos de Dios. Enseñar el mandamiento del amor. Lo que él hizo por nosotros. Ese es el doble mandato, la doble misión de la Iglesia, tuya y mía. También ir por el mundo, aunque, ahora parece que no podemos. ¿Cómo qué no? Nosotros sí podemos, de alguna manera, hacer entender a otros; no a la fuerza, sino mostrándoles con nuestro amor, con nuestra alegría, con nuestra forma de vivir. Hacerle comprender a los demás, animarlos a sumarse a esta corriente de amor, en la cual nos ha introducido Jesús entregándose por nosotros y estando ahora sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros, por vos y por mí. Vos también estás llamado a ir por el mundo, simbólicamente. Vos también estás llamado a ayudar a otros a que comprendan que el amor de Dios abarca todo, todos los corazones y todos los tiempos.
Algo del Evangelio de hoy también es oración de Jesús que nos puede llenar de gozo el alma y animarnos a rezar, también de esa manera. Qué lindo es pensar que Jesús se animó a orar en voz alta, que se animó a rezar frente a sus discípulos y que, de esta manera, abrió su corazón. Se dio a conocer, “para que mi gozo sea el de ellos y su gozo sea perfecto”. Y, de esta manera, logró abrir los corazones de sus amigos. Podríamos decir que, en estos evangelios, en estas oraciones tan lindas de Jesús, él se animó a descubrir sus sentimientos. No tuvo vergüenza de decir lo que pensaba y sentía, y eso nos ayuda muchísimo a vos y a mí. Por un lado, porque de ese modo conocemos lo que pensó, lo que piensa el mismísimo Dios de nosotros y qué piensa él, sobre él mismo, aunque solo podemos saberlo de manera limitada. De esa manera tenemos, por decirlo así, la “llave” del corazón de Jesús, del Padre y del Espíritu, y podremos conocerlo cada día más. Por otro lado, nos ayuda también a abrir nuestro corazón al mismo Jesús y también a los demás cuando es necesario, cuando necesitamos descubrir nosotros mismos qué es lo que sentimos mediante nuestras propias palabras. A veces nos cuesta mucho rezar frente a otros. Rezamos lo que decimos de memoria, pero abrir el corazón, qué difícil que es ¿no? y qué lindo que es, al mismo tiempo, y qué bien nos haría aprender esto de Jesús.
Esa noche, él pidió por sus amigos, pidió por nosotros, por vos y por mí, para que el Padre nos cuide del maligno, de aquel que quiere apartarnos siempre del camino de la verdad y del amor. Por eso Jesús rogó para que “nos consagre en la verdad”, no para sacarnos de este mundo, sino para que nos libre de la mentalidad de este mundo apartado de su Padre. Podemos hablar del “mundo” en dos sentidos o, por lo menos, el evangelista Juan habla en dos sentidos. Por un lado, el mundo como creación de Dios, consecuencia y objeto de su amor. El mundo que él creó, el universo podríamos decir. Y, por otro lado, mundo en el sentido negativo, como todo aquello que está en el mundo, pero no quiere pertenecer a Dios, reniega de su creador, de su Padre. Por eso Jesús dice que “nosotros somos del mundo, o sea, estamos en este lugar, en esta creación que él nos regaló, pero, de alguna manera, no somos de este mundo.” Estamos creados para la Vida Eterna y el “mundo los odió” dice. Estamos de paso en este mundo que podemos ver con nuestros ojos y sentir con todos nuestros sentidos. Estamos en el mundo, nacimos en este mundo, pero nuestra mentalidad y corazón no deben ser para servir al modo de pensar de este mundo, sino para servirlo al Señor. Fuimos creados y salvados para librarnos de las ataduras del mundo que no quiere amar a Dios, que lo rechaza, sino que quiere hacer de este mundo, “su propio mundo” olvidándose que es del Padre.
Son muchas las cosas que podemos meditar a partir de esta oración tan linda, pero prefiero que oremos como Jesús oró, que pidamos para nosotros lo que Jesús pidió para nosotros. Que deseemos lo mismo que él deseó para nosotros, que nuestros deseos sean los de él, que nuestros anhelos sean los de Dios, que nuestras búsquedas sean las de él, que nuestra misión sea la misma que la de Jesús… “Así como tú me enviaste al mundo, yo también los envío al mundo.” No nos olvidemos que nacimos en este mundo, pero no debemos mimetizarnos con él. No debemos parecernos a la mentalidad de este mundo, “no somos de este mundo”. “Nuestro corazón, como dice san Pablo, tiene que estar puesto en las cosas del cielo”. Consagrémonos a la verdad, al amor. Dejémonos llenar por las palabras de Jesús, con sus palabras que son amor y verdad, y nos lanzan y nos invitan a amar como Él ama, a poder experimentar la alegría de saber que él habita en nuestro corazón y nos impulsa a hacer cosas que, si fuésemos solo de este mundo, no podríamos hacer.