
X Lunes durante el año
on 7 junio, 2021 in Mateo
Mateo 5, 1-12
Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.»
Palabra del Señor
Comentario
Alguna vez alguien recién convertido, uno de esos que Jesús «atrapa» a mitad del camino de la vida, uno de esos corazones tocados por el Espíritu Santo, por un Dios que no se cansa de obrar y de obrar, de buscar y buscar corazones, a lo largo y ancho del mundo; comentaba en grupo sus sensaciones desde que estaba siguiendo a Jesús más comprometido y decía algo así: «Desde que estoy en el Camino, desde que sigo más de cerca a Jesús, no paro de sorprenderme, es como estar subiendo una montaña, es como cuando llegas a una cima y de repente pensás que terminas y aparecen otros picos más, otras cimas más; subís esa otra cima y aparecen más y más. Nunca dejas de maravillarte y sorprenderte». ¡Qué linda imagen utilizó esta persona! ¿Te pasa eso a vos, de alguna manera? ¿Te pasó alguna vez? Es lo que deseo que nos pase a todos, a vos y a mí, a vos escuchando, a mí predicando y escuchando. Debemos pedir nunca dejar de maravillarnos, nunca dejar de sorprendernos de un Jesús que viene a saciar nuestra sed y nuestra hambre, que no pueden saciarse con cualquier cosa, sino que solo con él, solamente con su amor.
Empezamos en esta semana, este lunes, queriendo subir a la montaña, una montaña tras otra, sin tener miedo, escuchando el llamado «Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo». ¡Preparaté, agarraté, poneté el cinturón de seguridad!, es como cuando estamos por despegar de un avión. Durante casi tres semanas escucharemos el capítulo 5, 6 y 7 de este maravilloso Evangelio, este sermón donde Jesús comienza con las conocidas y tan amadas bienaventuranzas, y durante este tiempo aprenderemos a ser Hijos de Dios. Será un tiempo en donde Jesús nos abrirá su corazón de par en par, para que aprendamos a vivir como él, como el Hijo, a ser Hijos del Padre. Prepárate y acordate cuando llegues al final del camino, que te vas a sorprender.
Por eso te propongo disponernos a disfrutar mucho de estas palabras que nos acompañarán. Así como Jesús subió a la montaña, llamado hoy claramente el Monte de las Bienaventuranzas, donde se sentó y sus discípulos se acercaron hacia él y se quedaron junto a él, de la misma manera nosotros podemos subir simbólicamente la montaña para estar junto a nuestro amado Jesús, que nos habla al corazón.
Él sube a la montaña para que nosotros también subamos, para que salgamos de nosotros mismos, de nuestra comodidad, nos sentemos a su alrededor tranquilos y empecemos a escuchar estas palabras que salen de un corazón de Hijo, que siente como Hijo, que vive como Hijo, que piensa como Hijo y que quiere transmitirnos esa vida de los Hijos de Dios a cada uno de nosotros. «Las bienaventuranzas son, de algún modo, el rostro de Jesús», así decía san Juan Pablo II. Son, en realidad, promesas que nos hace para que podamos vivir como él. Podríamos preguntarnos, entonces, hoy: ¿Cuál es la clave de las bienaventuranzas, para interpretarlas?, ¿la clave de sol? ¿Te acordás? Esas que aparece en los pentagramas, aquellos que saben leer partituras. ¿Cuál es la clave para poder comprenderlas? Porque no dejan de tener algo enigmático o de difícil comprensión. La clave de las bienaventuranzas, la clave para comprenderlas es el mismo Jesús, porque él las vivió primero, porque él es el Maestro para vivirlas.
En Algo del Evangelio de hoy se las menciona a todas, por eso podemos hacer un repaso sencillito, comparándolas con el mismo Jesús. ¿Quién es el «pobre de espíritu»? Jesús. ¿Quién es el «manso y humilde de corazón»? Jesús. «Aprendan de mí –dice en su Palabra– que soy manso y humilde de corazón». ¿Quién es el que llora por nosotros? Jesús lloró sobre Jerusalén, lloró por su amigo Lázaro, Jesús también lloró y llora por nosotros. Jesús también es el que siempre tuvo y tiene «hambre y sed de justicia», cuando dijo a la samaritana, ¿te acordás?: «Dame de beber». ¿Y qué le pedía? Justamente en ella, en esta mujer, le pedía a toda la humanidad SU AMOR: ¡Ámenme! También Jesús dijo en la cruz: «Tengo sed». ¿Sed de qué? De nuestro amor.
También nuestro maestro dijo: «Yo tengo una comida que ustedes no conocen». El hambre de Jesús es hacer la voluntad del Padre. «Bienaventurados también los misericordiosos». Por eso Jesús es el buen Pastor misericordioso que carga sobre sí a las ovejas, a vos y a mí, y si se le pierde alguna, sale a buscarla. ¿Quién es «limpio y puro de corazón»?, sino Jesús, que tiene un corazón grande, pero al mismo tiempo transparente, que muestra la imagen del Padre. «Felices los que trabajan por la paz». Por eso, Jesús pacificó todas las cosas con la sangre de su cruz, entregándose hasta el final. Él es también el «perseguido por causa de la justicia», ¿quién más que él?
Por eso, si Jesús vivió primero las bienaventuranzas, pidámosle que nos ayude a empezar este camino poder también vivirlas nosotros. Nos propone su propio ejemplo, su propia vida, nos propone vivir desde y como su corazón: «Bienaventurados, podríamos decir, los que viven como Yo», nos dice Jesús. «Bienaventurados los que viven como mi corazón enseña».
Cada bienaventuranza tiene una promesa, por eso cada una dice: «Felices…porque ellos poseerán, ellos serán saciados, ellos alcanzarán misericordia». Son promesas que el Padre nos hace a todos, a vos y a mí. Así tenemos que empezar a vivirlas, no como nuevos mandatos que brotan desde afuera y nos impone una vida, sino como una promesa que nos dará la felicidad del cielo si aprendemos a vivirlas de la mano de Jesús.