
XIII Miércoles durante el año
on 30 junio, 2021 in Mateo
Mateo 8, 28-34
Cuando Jesús llegó a la otra orilla, a la región de los gadarenos, fueron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros. Eran tan feroces, que nadie podía pasar por ese camino. Y comenzaron a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?»
A cierta distancia había una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios suplicaron a Jesús: «Si vas a expulsarnos, envíanos a esa piara.» Él les dijo: «Vayan.» Ellos salieron y entraron en los cerdos: estos se precipitaron al mar desde lo alto del acantilado, y se ahogaron.
Los cuidadores huyeron y fueron a la ciudad para llevar la noticia de todo lo que había sucedido con los endemoniados. Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio.
Palabra del Señor
Comentario
Retomando Algo del Evangelio del domingo me quedé con la imagen de esa mujer, la que no tenía nombre, esa que podemos también ser vos o yo, esa que padecía desde hacía doce años una terrible enfermedad. Todo un signo. Padecía de hemorragias, o sea, perdía sangre; en lenguaje simbólico, estaba perdiendo la vida. En esos tiempos, desangrarse era perder vida, porque la sangre era la vida, es la vida. Sin ponernos a pensar en detalles de la enfermedad, lo importante creo que es esto, que nuestra mayor enfermedad es la de «ir perdiendo la vida del alma, del corazón», es ir desangrándonos espiritualmente, por muchas razones.
Podemos andar o pudimos andar muchísimo tiempo por la vida intentando encontrar sanaciones a nuestros problemas en diferentes lugares, en diferentes médicos, aceptando distintas recetas espirituales, y, sin embargo, seguir desangrándonos por dentro, seguir perdiendo la vida del corazón. Es triste, pero puede pasarnos, nos pasa, y siempre bajo apariencia de bien, creyendo que hacemos bien en recurrir a cualquier cosa, menos a Jesús. Pero no es para amargarnos. El tiempo nunca es perdido cuando finalmente encontramos a Jesús. Para esta mujer, los doce años fueron una eternidad, pero cuando se encontró con él, todos esos años valieron la pena, todo vale la pena cuando al final del camino o en el camino nos encontramos con Jesús, nos mira y nos puede decir: «Hija, Hijo, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanado, sanada de tu enfermedad».
En Algo del Evangelio de hoy, se nos da un indicio de lo que muchas veces pasa en este mundo: Dios es muy bueno, Jesús es un lindo y atrayente personaje hasta que «toca», por decir así, algo que para el mundo tiene un gran valor, como por ejemplo el dinero y todo lo que representa. En este mundo impera la dictadura del número y el número queda sujeto al interés de algunos, y es por eso que para solventar el interés de algunos pocos es necesaria a veces la corrupción. Algo así sufrió Jesús ese día.
Vamos a la escena de hoy en la que hay varios personajes; por supuesto que Jesús, los endemoniados, los demonios, los cuidadores y, finalmente, los pobladores de la ciudad. ¿Qué se esperaría cuando se escucha una buena noticia sobre el bien que se le hizo a unas personas? Lo lógico sería escuchar alegría y agradecimiento. Sin embargo, dice el Evangelio de hoy: «Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio». Si lo echaron a Jesús de la ciudad, el sentido común nos indica que muy contentos con lo que había pasado, con lo que había hecho no estaban. ¿Cuál fue entonces su problema? Los cerdos. La comida. En el fondo, la pérdida económica. Dos personas liberadas de esos demonios no valían tanto como los cerdos que se ahogaron, como lo valía su propia comida. ¿Te das cuenta? ¿Te parece muy raro? No te creas, es más común de lo que imaginamos. Se da continuamente en las estructuras de este mundo que privilegian el poder y el tener, sobre las personas y, especialmente, sobre las más indefensas; se da en tu trabajo cuando eligen echarte por considerarte un número y haber dicho la verdad, por ejemplo; se da cuando un jefe prefiere pagar menos a sus empleados para ganar más de lo que su vida le da para gastarla; se da cuando un empleado también no es honesto y no cumple con su deber y usa de su trabajo para su provecho; se da cuando se prefiere matar a miles de niños inocentes por un supuesto amor a la vida de la madre; se da cuando preferimos no jugarnos por nada y callarnos, mientras nuestra voz podría hacer de este mundo algo mucho más justo; echamos a Jesús de nuestra «ciudad», del corazón, cuando es incómodo, cuando su amor y su poder de transformar, nos invitan a jugarnos por los que están fuera de la sociedad, como estos dos endemoniados; echamos a Jesús de nuestro corazón cuando preferimos amarlo menos y amar más unos billetes que nos darán un poquito de felicidad; echamos a Jesús de nuestra vida cuando vemos corrupción y somos cómplices por conservar nuestro lugar, olvidándonos de la corrupción que mata a miles de personas; amamos menos a Jesús cuando por no «perder» nuestra posición dejamos que los demás se «ahoguen» en su posición, como decía san Alberto Hurtado.
Amar a Jesús es concreto y real. Se juega en las decisiones que tenemos que tomar hoy, en las decisiones que nos invitan a ser, antes que nada, justos y después también caritativos. Estos endemoniados merecían otro lugar, otro trato, mucho más digno. Hay mucha gente en este mundo que merece otra cosa y, antes que ser buenos con ellos, antes que ser caritativos, tenemos que luchar para que reciban lo justo. Es fácil ser bueno y caritativo con lo que nos sobra y sin lograr la verdadera justicia. Es fácil para el Estado hacer asistencialismo y supuesta inclusión con dinero que no es de ellos. Es fácil dar cosas para parecer «solidario» por dar algo. Lo difícil es ser justo. En este mundo, vos y yo, muchas veces nos sale ser buenos hasta que nos tocan el bolsillo. Y la fe, Jesús, su amor, tarde o temprano nos toca el bolsillo para aprender a jugarnos por el bien, por la verdad y también por la justicia.
Amemos a Jesús no solo de palabra, sino con obras y de corazón. No hagamos como estos pobladores que por avaros echaron a Jesús de sus vidas y se perdieron de lo mejor, por unas monedas.