
XIV Martes durante el año
on 7 julio, 2020 in Mateo
Mateo 9, 32-38
En cuanto se fueron los ciegos, le presentaron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. El demonio fue expulsado y el mudo comenzó a hablar. La multitud, admirada, comentaba: «Jamás se vio nada igual en Israel.»
Pero los fariseos decían: «El expulsa a los demonios por obra del Príncipe de los demonios.»
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.»
Palabra del Señor
Comentario
El domingo escuchábamos, además de esa linda alabanza de Jesús a su Padre, la invitación de Jesús a que aprendamos de él que es “paciente y humilde, manso de corazón”. ¿Será por algo que Jesús nos invitó a imitar estas virtudes tan difíciles de vivir? Ver, escuchar y contemplar a Jesús es para aprender, para tratar de imitarlo. Pero no para aprender como aprendemos matemática o historia, alguna ciencia de las que conocemos, sino para “prendernos” de lo que vemos, para hacerlo nuestro y vivirlo. Es la ciencia del corazón, del corazón de Dios. Jesús quiere que seamos como él, y esa invitación es única en los evangelios. ¿Por qué será, no?
¿Será porque el hombre siempre fue tan impaciente, como nos preguntábamos? ¿Será porque desde que es hombre es así, por la debilidad del pecado? ¿Será que además vivimos en la época de la impaciencia, del todo ya? Es una época especial, donde todo se aceleró y por lo tanto se aceleran nuestras ganas de que todo sea de inmediato. Es un gran caldo de cultivo para esa impaciencia con la que parece que nacemos desde niños. Mirá un niño y fíjate si tiene tanta paciencia para esperar lo que desea. ¿Será que el uso de la tecnología ha exacerbado nuestra cuota natural de impaciencia con la que nacemos? Segurísimo. Estoy convencido. Está incluso comprobado psicológicamente por estudios. Hoy vivimos mucho más acelerados que antes, especialmente en la ciudad. La velocidad que permite la tecnología y la posibilidad de estar “en muchos lugares al mismo tiempo”, exacerba nuestra ansiedad. La potencia, por decir así. Pensalo. Si tenés más de 30 años, pensá si tu vida no es bastante distinta con respecto a 10 o 15 años atrás. Ni mejor ni peor, eso evalualo vos, pero distinta.
Algo de esto decíamos ayer. Somos impacientes por naturaleza, por decirlo de alguna manera, y esto no es pesimismo, es realismo. Es como una marca registrada grabada en el interior de nuestro corazón. Nacimos débiles y tenemos que aceptarlo. Nuestros deseos, de todo tipo, quieren ser saciados. Deseamos saciar lo que deseamos – valga la redundancia – y cuando eso no se da en el tiempo y forma que pretendemos nos ponemos impacientes. Sufrimos, de alguna manera, y, como no nos gusta sufrir, es obvio, el sufrimiento que nos genera la espera nos conduce a los enojos de todo tipo y también a la tristeza por no haber alcanzado el bien que pretendíamos. Nos pasa esto con los bienes espirituales y materiales. Esta es simplificadamente la dinámica interior de nuestras impaciencias, que tiene nuestra raíz en la soberbia, en el ego. Por eso, hay que aprender a esperar. Hay que aprender a “sufrir” interiormente, sabiendo esperar lo que deseamos. Darle tiempo. Hay que aprender a desear y conducir nuestros deseos, contenerlos también. No todo deseo se puede satisfacer en cualquier momento. Enseñale eso a tus hijos con tu vida y con tus palabras, si es necesario, si no después nada los saciará. La Palabra de Dios nos enseña que la verdadera sabiduría está en el saber esperar, tener paciencia, dejar que el tiempo nos muestre los caminos que parecen cerrados, saber dar tiempo a lo que parece intrincado, saber gustar de las cosas con tiempo, no pretender todo de golpe y ya, saborear la vida de a poco, no empacharse de tantas cosas que no nos dejan disfrutar del hoy y de lo que vale la pena.
El paciente es el que no emite opinión rápidamente, no juzga apresuradamente. El impaciente juzga, todo lo sabe, todo lo opina, de todo se queja, en todo se precipita, en todo parece querer meter un bocado de su manera de ser. Los fariseos de Algo del Evangelio de hoy son impacientes ¿te diste cuenta? Vos y yo tenemos un fariseo en algún “costado” del corazón, en algún ventrículo. Ahí escondido, o a veces, nos copa todo el corazón. Y eso es lo peor. Los fariseos juzgan a Jesús, con algo absurdo, pero lo juzgan por apresurados, por impacientes, porque no pueden esperar a ver bien y pretenden que sus pensamientos superen la realidad que estaban viendo con sus ojos. Juzgamos por soberbia apresurada. En cambio, el sencillo – por ejemplo, la multitud del evangelio de hoy – se admira siempre, aun de lo que no parece tan lindo. Por eso los pequeños, los humildes reciben la revelación de Dios, como alababa Jesús en el evangelio del domingo. Ven lo mismo, pero lo ven distinto. El sencillo, el humilde sabe recibir y esperar, sabe ver la realidad como una oportunidad para enriquecerse y crecer, más allá de los tiempos. En el fondo, sabe sufrir con amor. Me gusta aprender de los sencillos y humildes cuando, estando con ellos, veo que disfrutan de lo que a los ojos de los demás parece poco, pero que es mucho para ellos, porque no esperan cosas muchos más grandes.
Es una maravilla empezar a transitar el camino de la humilde paciencia. Probá, te va a cambiar la vida. Vas a empezar a experimentar que la sabiduría del evangelio le da un “sabor” distinto a tu vida. Frená un poco, pará la moto. Estés en la situación que estés, en tormenta o en un día claro, empezá a probar guardarte de opinar de todo, tener sentencias para todo, dar una queja para todo. El fariseo del corazón siempre está queriendo ahí aparecer, aflorar. Es rebelde. Acordate que la paciencia todo lo alcanza. La paciencia te alcanza la paz, la paz es la sabiduría del humilde.
Jesús fue un hombre paciente y, además, sigue teniéndonos paciencia ahora, a vos y a mí, por nuestras debilidades. Probemos el mismo camino.