XIV Miércoles durante el año

on 6 julio, 2022 in

Mateo 10, 1-7

Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.

Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca».

Palabra del Señor

Comentario

Decía el Evangelio del domingo que Jesús designó a otros setenta y dos discípulos para que lo precedieran en todas las ciudades a donde Él debía ir… Entre tantas sobre las que podemos interiorizarnos de este texto, creo que es interesante reflexionar sobre el hecho de que Jesús «necesitó» ayuda para poder evangelizar, siendo que hubiese podido hacer las cosas solo y a su manera. Prefirió ser ayudado por manos y corazones como el tuyo y el mío. Prefirió someter a la fragilidad humana, la belleza y el poder de su mensaje, con todo lo que eso conlleva. Jesús no le tuvo miedo a la fragilidad, a la debilidad humana, todo lo contrario, la asumió y la redimió. Pero redimir la fragilidad no es eliminarla, como a veces pretendemos nosotros, sino que es aceptarla y abrazarla. Cuando Jesús envió a sus discípulos, cuando nos envía a nosotros, dio indicaciones, pero al mismo tiempo dio libertad, aun sabiendo que muchas veces no sabemos usarla, o lo hacemos mal. ¡Qué misterio del amor de Dios para con nosotros! ¡Qué misterio tan atractivo que el mismo Jesús, que el mismo Dios nos pida ayuda para hacer llegar su amor y su mensaje, aun sabiendo que no siempre lo haremos bien, aun corriendo el riesgo de trasmitir mal tanto amor!

Sigamos también con la impaciencia. La paciencia todo lo alcanza, decía Santa Teresa de Jesús. La paciencia puede ayudarnos a alcanzar, eso que alguna vez nos pareció imposible. La paciencia es la virtud del que percibe que, en la vida, no todo depende de él, sino que la mayoría de las cosas dependen de Dios y de lo que sucede día a día y no podemos dominar, de lo que está fuera del alcance de nuestras manos.

La paciencia no es la virtud de los pusilánimes, sino la virtud de los que piensan en grande, de los que saben postergar sus deseos momentáneamente por amor a algo distinto o mejor. No es la virtud de los apocados, sino la de los que son fuertes. La paciencia conduce a la felicidad a los hijos de Dios, ¿te acordás de las bienaventuranzas? «Bienaventurados los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia» Alcanzarán lo que desean, alcanzarán la felicidad los que soportan con paciencia las dificultades de la vida, los que renuncian con alegría a su ego, por amor a los demás y al Padre del cielo. La paciencia todo lo alcanza, porque nos conduce al amor, nos alcanza el amor y el amor es la felicidad. Para amar hay que ser paciente, no hay otro camino posible, es el camino estrecho. El impaciente no ama bien, sino que se ama a sí mismo y a sus cosas, sus caprichos y deseos. Por eso es mucho más feliz el que es paciente, que el que se lleva todo por delante. Por eso es mucho más feliz el que sabe llevar su enfermedad con paciencia, que el que se enoja y se queja. Por eso es feliz en serio el que está más dispuesto a esperar lo mejor de Dios, que a ser el propio conductor de su vida.

Algo así les pasó a estos hombres elegidos por Jesús, hombres que cambiaron la historia de la humanidad para siempre, gracias a la asistencia del Espíritu Santo, los doce apóstoles de Algo del Evangelio de hoy: repasemos la lista. El primero es Simón, que después Jesús llamará Pedro, el primero en todo, incluso en negarlo. Y el último Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. Se me ocurre pensar en esto: ¡Qué paciencia la de Jesús! ¡Por favor! Cualquiera de nosotros hubiese elegido tan distinto. Digamos la verdad. ¿Hubiésemos elegido a un pescador del montón para ser cabeza de los Doce, de la Iglesia? ¿Vos y yo hubiésemos elegido a Judas como apóstol sabiendo que algún día nos vendería por unas monedas? ¡Qué paciencia la de Dios! ¡Qué paciencia la de Jesús! Es increíble pensar que haya tenido tanta paciencia al elegir a quiénes eligió. Hombres sencillos y pobres, algunos bastantes rudimentarios y sin instrucción, hombres simples y que en su tiempo nadie tenía en cuenta. La maravilla es que Jesús nos emociona con su infinita paciencia. Qué paciencia la de Jesús para elegirnos a nosotros, a vos, y a mí como sacerdote.

¡Qué misterio de la paciencia amorosa de Dios, pudiendo elegir a miles mucho mejores! La paciencia de Dios, la paciencia de Jesús, muchas veces nos hace sufrir, nos hace impacientar, porque nosotros no sabemos sufrir. A veces quisiéramos que Jesús barra con todo, cambie muchas cosas de nosotros y de la Iglesia, del mundo. Sin embargo, así como a Judas lo esperó hasta el final, así como a Pedro le perdonó sus imprudencias, a vos y a mí nos espera y nos espera. Sabe qué es lo mejor para todos y no nos presiona, nos invita, nos atrae con su amor lentamente, a lo largo de toda la vida. ¡Qué paciencia que nos tiene, tenemos que reconocerlo! Pero al mismo tiempo qué paciencia debemos tener todos, al ver el modo que eligió Jesús para seguir transmitiendo su mensaje. Eligió la debilidad para manifestar su amor, no hay otro camino. Jesús le tiene paciencia al hombre, pero nosotros también tenemos que tenerle paciencia a Jesús, es justo respetar sus tiempos, Él sabe por qué, Él sabe que somos duros y necesitamos masticar y madurar las cosas.

Si Jesús nos tiene y nos tendrá siempre tanta paciencia ¿No es lógico que nosotros también empecemos a tenernos paciencia? La paciencia todo lo alcanza y lo que todos deseamos alcanzar es el amor, porque el amor es todo.