XIV Miércoles durante el año

on 8 julio, 2020 in

 

Mateo 10, 1-7

Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.

Los nombres de los doce Apóstoles son: en primer lugar, Simón, de sobrenombre Pedro, y su hermano Andrés; luego, Santiago, hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo, el publicano; Santiago, hijo de Alfeo, y Tadeo; Simón, el Cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.

A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones: «No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.»

Palabra del Señor

Comentario

“La paciencia todo lo alcanza”, decía Santa Teresa de Jesús, una maestra de la paciencia, como todos los santos, una maestra de la espiritualidad. Los santos fueron y son los que se tomaron en serio esta invitación de Jesús: “Aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón”. ¡Qué linda invitación de Jesús! ¡Qué ganas de ser santos me dan cuando leo a los santos, cuando los escucho! ¿No te pasa lo mismo? Espero que sí, que la palabra de cada día te dé ganas de jugarte la vida, de gastar tu vida para ser santo o santa. Es posible. No es mentira. No es un cuentito para algunos lo de la vida de los santos.

La paciencia puede ayudarnos a alcanzar lo que alguna vez nos pareció imposible. Pensalo en tu vida. La paciencia es la virtud del que va percibiendo lentamente que en la vida no todo depende de él, sino que la mayoría de las cosas dependen de Dios y de lo que va sucediendo día a día y está fuera del alcance de sus manos y, por supuesto, de su esfuerzo, pero se abre a la gratuidad.

La paciencia no es la virtud de los pusilánimes, sino la virtud de los que piensan en grande, de los que saben postergar sus deseos momentáneamente por amor a algo distinto o mejor, más grande. La paciencia no es la virtud de los apocados, sino la de los que son fuertes. La paciencia conduce a la felicidad a los hijos de Dios. Es la virtud de los santos, y los santos alcanzaron la santidad con paciencia. La paciencia todo lo alcanza, porque la paciencia nos conduce al amor. Nos alcanza el amor, nos los hace llegar, porque se sabe esperar y el amor es la felicidad. “El amor es paciente” dice San Pablo. Para amar hay que ser paciente. El impaciente no ama bien, se ama mucho a sí mismo y a sus cosas, a sus preferencias, a sus pensamientos. Sé que este tema de la paciencia está calando hondo y calará hondo, especialmente, en todos, porque cuánto la necesitamos. Pero no hay que pedir paciencia como esperando un “regalo del cielo”. Hay que buscarla, porque finalmente la paciencia es vencer nuestro ego, nuestro amor propio.

Por eso es mucho más feliz el que es paciente que el que se lleva todo por delante. Es mucho más feliz el que sabe llevar su enfermedad con paciencia que el que se enoja y se queja. Es más feliz en serio el que está más dispuesto a esperar lo mejor de Dios que a ser el propio constructor de su vida, como si todo dependiera de él. Es más feliz el que espera que las cosas se “acomoden”, por decirlo de alguna manera, que el que quiere acomodar todo por sí mismo y a los golpes.

Me parece que algo así le pasó a estos hombres elegidos por Jesús, los doce apóstoles de Algo del evangelio de hoy. Repasemos la lista, a ver: el primero es Simón (que Jesús después llamará Pedro), el primero en todo, incluso también en negarlo y en escaparse corriendo; y el último, Judas Iscariote, el mismo que lo entregó. ¡Qué paciencia la de Jesús! ¡Por favor! Cualquiera de nosotros hubiese elegido tan distinto. Hubiésemos hecho casi un casting para ver cuál era el mejor de la época y lo hubiésemos elegido. Digamos la verdad, ¿vos hubieras elegido a un pescador del montón para ser cabeza de los doce, de la futura Iglesia? ¿Vos y yo hubiéramos elegido a Judas como apóstol sabiendo que algún día nos vendería por unas monedas? ¡Qué paciencia la de Dios Padre, manifestada en Jesús! ¡Qué paciencia la de Jesús! Es increíble pensar que Jesús haya tenido tanta paciencia al elegir a quienes eligió. Y a vos y a mí ahora. Hombres sencillos y pobres, algunos bastante rudimentarios y sin instrucción. Hombres simples y que en su tiempo nadie los tenía en cuenta, seguramente. Jesús nos descoloca con su infinita paciencia. “Aprendan de mí, que soy paciente de corazón”. Sin embargo, once de estos doce fueron los que armaron un lindo lío y desparramo con su amor, predicando el Evangelio a lo largo y ancho de todo el mundo para llegar hoy a nuestro corazón. ¡Qué locura del amor de Dios!

Qué paciencia la de Jesús para elegirnos a nosotros, a vos, y a mí, como sacerdote. ¡Qué misterio el de la paciencia amorosa de Dios, pudiendo elegir a miles mucho mejores! La paciencia de Dios, la paciencia de Jesús muchas veces nos hace sufrir, nos hace impacientar, paradójicamente, porque rompe nuestra lógica. A veces quisiéramos que él barra con todo, cambie muchas cosas de un día para el otro, de nosotros y de la Iglesia, del mundo. Sin embargo, así como a Judas lo esperó hasta el final, así como a Pedro le perdonó sus imprudencias, a vos y a mí nos espera y nos espera. Sabe qué es lo mejor para todos y no nos presiona, no nos obliga. Nos invita. Nos atrae con su amor lentamente, a lo largo de toda la vida. ¡Qué paciencia que nos tiene, tenemos que reconocerlo!

Pero al mismo tiempo qué paciencia debemos tener todos al ver el modo que eligió Jesús para seguir transmitiendo su mensaje. Él eligió la debilidad para manifestar su amor. No hay otro camino. Jesús le tiene paciencia al hombre, pero nosotros también tenemos que tenerle paciencia a la paciencia de Jesús. Es justo respetar sus tiempos. Él sabe por qué, él sabe que somos duros y necesitamos masticar y madurar las cosas.

Si Jesús nos tiene y nos tendrá tanta paciencia, ¿no es lógico que nosotros también empecemos a tenernos paciencia, a nosotros mismos y a los demás? No seamos impacientes, aprendamos a esperar. No seamos atolondrados, nos hace mal. Nos inquieta el corazón. La paciencia todo lo alcanza, porque nos alcanza el amor y el amor es todo, es la felicidad.