
XIV Sábado durante el año
on 9 julio, 2022 in Mateo
Mateo 10, 24-33
Jesús dijo a sus apóstoles:
«El discípulo no es más que el maestro ni el servidor más que su dueño. Al discípulo le basta ser como su maestro y al servidor como su dueño. Si al dueño de casa lo llamaron Belzebul, ¡cuánto más a los de su casa! No los teman. No hay nada oculto que no deba ser revelado, y nada secreto que no deba ser conocido. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo en pleno día; y lo que escuchen al oído, proclámenlo desde lo alto de las casas.
No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena.
¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros.
Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo los reconoceré ante mi Padre que está en el cielo. Pero yo renegaré ante mi Padre que está en el cielo de aquel que reniegue de mí ante los hombres».
Palabra del Señor
Comentario
En este sábado, en Algo del Evangelio Jesús nos dice: «no tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma»…. Para concluir esta semana, continúa dándonos la confianza de que nada nos pasará si estamos con Él, porque nuestra vida está en manos de nuestro Padre. Con mucha claridad nos explica qué es lo que espera de nosotros, así como lo hizo durante toda la semana, dándonos consejo y auxilio para las distintas tribulaciones que encontramos a diario en el camino de nuestra fe, que a veces se pone tan difícil. Por eso hagamos un repaso para interiorizar las lindas palabras que recibimos durante estos días.
El lunes destacábamos la importancia de la paciencia, y para ello, lo ejemplificábamos con esos dos grandes milagros, dos grandes personas de fe, que tuvieron fe incluso en momentos donde todo parecía perdido, donde parecía que no había solución. Una mujer que desde hacía doce años estaba enferma y un hombre desesperado con su hija muerta. Sólo una mujer paciente puede seguir intentando después de doce años de enfermedad, sólo un hombre paciente puede pedir recuperar a su hija una vez que la vio en sus brazos muerta. ¡Qué maravilla! ¡Qué ejemplo y ánimo para muchos de nosotros que no pasamos ni por una ínfima parte de estos personajes! Si ellos son pacientes en medio de la tribulación, cuánta más paciencia espera de nosotros Jesús, cuando nuestra vida no tiene dificultades. A lo largo de toda la semana seguimos reflexionando sobre cómo mejorar nuestra paciencia.
El martes el evangelio nos presentó otro milagro: la sanación del mudo, y también nos pedía otra cosa… porque al llamarnos, al elegirnos, al enviarnos, quiere hacernos parte de su obra, de la transformación del mundo, de la transformación que anhela su corazón. Nuestra gran carencia, muchas veces, en todos los ámbitos de la vida, no solo en la Iglesia, es «no sentirnos parte», no asumir que somos parte de un todo, y que la inmensa tarea que tenemos por delante es una misión conjunta, no de unos pocos. Sin embargo, la experiencia y los hechos nos muestran que son pocos los que se cargan la tarea al hombro y se ponen manos a la obra. «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos»… decía Jesús.
El miércoles, Jesús llamaba a sus doce apóstoles, los lista con sus nombres nos deja una prueba contundente de su humildad y su paciencia. Humildad, porque siendo Dios, y pudiendo hacer todo solo, prefirió pedir ayuda a un grupo de hombres. Y paciente, porque, pudiendo elegir a personas más preparadas, más calificadas, prefirió escoger hombres sencillos y pobres, algunos bastantes rudimentarios y sin instrucción, hombres simples, y que en su tiempo nadie tenía en cuenta. La maravilla es que Jesús nos emociona con su infinita paciencia. Y reflexionamos incluso sobre la infinita e inexplicable paciencia de Jesús, que nos eligió a nosotros, a vos, y a mí como sacerdote. Hablamos de esa paciencia «de amor» que tanto nos cuesta comprender y tanto nos duele a veces, cuando deja nuestros planes personales en la espera.
El jueves Jesús nos decía: «Den gratuitamente porque han recibido gratuitamente». Si recibiste gratuitamente el don de la fe, el don de creer en Él y creyendo podemos mirar y vivir las cosas de otra manera; recibiste no sólo el don de la fe, sino también tu familia, tantos bienes, tantas cosas en tu vida que te ayudaron a ser lo que sos; por eso tenemos que dar gratuitamente, por eso el que se siente apóstol, se siente agradecido, y el que se siente apóstol no se siente «especial», distinto a los demás por algo que consiguió por sus propios medios. El que se siente apóstol, el que se reconoce llamado por Jesús para participar en su gran obra, es un hombre agradecido y es un hombre generoso o una mujer generosa.
Como broche final de todos los consejos que fuimos recibiendo esta semana, ayer, viernes, Jesús nos advertía y les advertía a sus discípulos: «andamos y somos como ovejas en medio de lobos».
Este mundo parece estar lleno de «lobos», lleno de dificultades, en nuestras familias, en nuestros trabajos, en el mundo, en la misma Iglesia; en nuestro propio corazón, a veces tenemos un «lobo» en nuestro interior, que quiere boicotear todo lo bueno que tenemos, todo lo lindo que queremos hacer.
Y bueno, en medio de esas situaciones tenemos que ser pacientes y ser «ovejas», ser mansos; y también ser astutos como serpientes. Que esta semana hayamos experimentado en nuestra vida todos los consejos que Jesús nos enseñó y, particularmente hayamos renovado nuestro compromiso sincero de ser sus apóstoles.