
XIX Martes durante el año
on 11 agosto, 2020 in Mateo
Mateo 18, 1-5. 10. 12-14
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?»
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos. El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
Cuídense de despreciar a cualquiera de estos pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente en presencia de mi Padre celestial.
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña, para ir a buscar la que se extravió? Y si llega a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo de estos pequeños.
Palabra del Señor
Comentario
La Palabra de Dios nos habla de muchísimas maneras distintas, a veces de modo literal, otras veces simbólicamente. En otros momentos, la misma escena, toda, nos quiere decir algo: gestos, silencios, palabras, actitudes. Y así era la escena del domingo que escuchábamos en el evangelio, tan “decidora”, con tantos detalles, que podríamos estar días comentándolo. Pero retomemos algo de lo que Jesús hizo.
Escuchamos que el mismo Jesús fue el que obligó a los discípulos a adelantarse, a que vayan con la barca antes que él, porque él de algún modo quería estar solo también y seguir rezando, a solas, por la muerte de Juan el Bautista. Sin embargo, también podríamos pensar que Jesús los dejó solos para que aprendan a estar solos y para que se den cuenta de que sin él nada podían hacer. Bastó una pequeña tormenta, un poquito de viento en contra, para que estén asustados y llenos de temor cuando lo vieron venir por las aguas. Bastó un poquito de soledad para que se den cuenta de su debilidad. A veces, el Señor permite eso, que nos encontremos con la violencia y con las dificultades de este mundo, no para que suframos, sino para que descubramos que sin él nada podemos hacer. De ahí todo lo demás que escuchamos del relato, que lo seguiremos meditando un poco estos días. Pero aceptemos a veces del Señor esas especies de “soledades” que nos deja experimentar para que nos demos cuenta que lo mejor que podemos hacer es mirarlo a él y pedirle que nos tienda una mano.
En Algo del Evangelio de hoy, Jesús ayuda también a sus discípulos, de algún modo, a reconocerse a sí mismos, a conocerse. Y nos ayuda a nosotros a reconocer también nuestras debilidades. Los discípulos, como nosotros, fueron dándose cuenta quiénes eran, con sus propias debilidades y capacidades, a lo largo de la vida y solo estando con Jesús, bien cerquita de él. No hubo otro camino para ellos. No fueron a hacer un curso de virtudes, no fueron a “capacitarse” a un lugar para ser buenos y santos. No hicieron dinámicas de grupo, de conocimiento entre ellos. No porque esté mal, pero tampoco usaron métodos de autoconocimiento y porque en esa época es verdad que no los tenían. Sencillamente estuvieron con él. Estuvieron con él tiempo y mucho tiempo.
Solo estando con Jesús nos conocemos verdadera y profundamente. Solo estando con él aprendemos el camino de la sinceridad espiritual para con nosotros mismos, de la sencillez del corazón, de la simpleza de la vida, de la verdadera humildad. Todo lo demás, todo lo demás que hagamos se puede aprender, es verdad, en muchos lados, en muchas escuelas, universidades o cursos. Ahora… la humildad que brota del evangelio, del estar con Jesús, la de Jesús, esa que da vida, solo se aprende estando con él y solo haciéndose humilde podemos hacer las cosas grandes que pretendemos, muchas veces con aires de grandeza, es verdad. Jesús nos quiere para cosas grandes. Eso es verdad y no hay que negarlo. No quiere mediocres que se conformen con poco, que no den todo lo que tienen para dar. Pero lo quiere a su modo. Quiere que nos entreguemos totalmente pero humildemente, a su manera. Quiere que nos “agrandemos”, de algún modo, pero para que hagamos cosas grandes, pero siempre “haciéndonos pequeños” y no pretendiendo más de lo que podemos.
Tenemos que conocernos en serio y ser humildes de corazón. Qué paradoja más extraña estarás pensando. ¿Ser grande siendo pequeño? ¿No pretender todo para alcanzarlo todo? Es tan simple como difícil para vivir y aceptar, pero es lo que Jesús hizo en su vida, con su vida y lo que quiere corregir también en nosotros. Todo lo grande empieza de a poco. Todo lo grande empieza desde cosas pequeñas, insignificantes. Miremos la naturaleza. Como el grano de mostaza, todo lo grande está formado por mil cosas pequeñas y todo necesita de todo. Nada está aislado en sí mismo. Dios también se hizo niño y Dios quiere que tengamos alma de niños.
Jesús nos asegura hoy que si no cambiamos, que si no nos hacemos como niño de corazón, no podremos entrar en su Reino desde ahora. No podremos disfrutar en este momento, hoy, el amor del Padre, ni tampoco entrar en el amor definitivo cuando todo se termine, cuando nuestra vida se acabe.
¡Qué increíble lo que nos cuesta cambiar! ¡Qué locura, cuánto nos cuesta aceptar que somos necesitados de amor y humildad! ¡Qué dificultad tenemos para reconocer que Dios es el que nos anda buscando siempre y nosotros a veces nos empeñamos en perdernos! Intentemos hoy cambiar de corazón. Intentemos ser un poco más pequeños verdaderamente, pero sin renunciar a hacer las cosas grandes por él y que él nos pide. Y como Pedro, si nos la creímos un poquito y…andando por las aguas de este mundo nos hundimos, aprendamos a levantar otra vez la cabeza y decirle: “Señor, salvame. Salvame porque me creí grande, pero en realidad soy muy pequeño”.