
XV Miércoles durante el año
on 15 julio, 2020 in Mateo
Mateo 11, 25-27
Jesús dijo:
«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
Palabra del Señor
Comentario
El sembrador, Jesús, “hace lo que tiene que hacer”: siembra, al voleo. Esa es su tarea. Hace lo que el Padre le encomendó, esparcir las semillas de sus palabras por toda la tierra, por todos los corazones que andan dispersos por el mundo. Es una maravilla pensar que la tecnología de hoy se convirtió en un gran esparcidor de semillas de la palabra de Dios. ¡Qué lindo es creer en un Dios generoso y no mezquino, como a veces somos nosotros! ¡Qué lindo que es creer en un sembrador que siembra en todos lados, sin discriminar lugares! En el camino, en la tierra con piedras, en lugares con espinas y en tierra buena. Esa es la linda noticia de la parábola del sembrador que escuchábamos el domingo pasado. Jesús no discrimina como nosotros, no dice: “Bueno, acá mejor no arrojo porque seguro que no da fruto. Acá arrojo poco porque si no es un desperdicio. Acá arrojo mucho porque es una buena tierra”. No, él siembra mucho en todos lados. Apostando a la fuerza de su semilla, que es el amor. Apostando a la bondad de tantos corazones que lo necesitan. Él sigue hablando, aunque los corazones no reciban a veces su palabra. Es consolador saber que Jesús sigue apostando a nosotros, a pesar de que nosotros no siempre damos frutos y los frutos que podríamos dar.
Por eso te propongo que hoy nos sumemos de corazón a la alabanza que Jesús hace al Padre en Algo del Evangelio.
Esa es la actitud que buscó tener siempre Jesús. En muchos pasajes del evangelio hace alusión a este modo de ser de su Padre, porque, en realidad, Jesús es el primer pequeño. Él es el primero que no hace alarde de lo que es, sino que se hace pequeño, y como se hace pequeño, el Padre, su Padre, le da todo. Le da todo su amor. Le abre su corazón y, al abrirle su corazón, se deja conocer y deja que los demás lo conozcan. Por eso el Hijo conoce al Padre y el Padre conoce al Hijo porque también el Hijo le abre todo su corazón. Esa relación de amor profunda entre el Padre y el Hijo es la que Jesús quiere que también podamos llegar a tener un día nosotros con ellos. Ese es el fin de nuestra vida: conocer algún día al Padre, como el Padre nos conoce a nosotros.
Así lo decía maravillosamente San Agustín en sus “Confesiones”: “Conózcate a ti, conocedor mío. Conózcate a ti como soy conocido por ti”.
El Padre nos conoce profunda y perfectamente y su deseo es que algún día podamos nosotros también conocerlo de esa manera. Como dice san Juan: “Algún día lo veremos tal cual es. Somos hijos, y aún no somos lo que seremos. Algún día lo podremos conocer tal cual es”.
Esa es la actitud que debemos pedirle hoy al Señor, para poder alabar a nuestro Padre por su bondad para con cada uno de los hombres; por su bondad para con nosotros, que se nos dio a conocer. Pero, al mismo tiempo, darnos cuenta de que nos falta muchísimo. Porque, al mismo tiempo, somos como estos sabios y prudentes del mundo. Tenemos una parte que “se la cree” un poco. Tenemos una parte de nosotros que todavía no deja entrar la gracia. Tenemos una parte de nosotros que siempre tiene una respuesta para todo, que no quiere escuchar a los demás, que quiere escuchar de Dios lo que nosotros queremos escuchar y no lo que él nos está diciendo. Tenemos una parte de nosotros que es débil y se cree un poco omnipotente.
Y bueno, Dios no se puede revelar al que es “sabio y prudente” según este mundo. Según el mundo me refiero a aquellos que creen que la sabiduría es acumular información, “saber cosas”, ser una especie de Google que todo lo sabe ¿no? Esos no son los sabios del mundo según el evangelio de hoy, sino que es sabio el que siempre está abierto a más, el que siempre se reconoce que no todo lo sabe y que acepta que el saber no pasa por ser certero y emitir juicios para todos y con todo; sino, al contrario, que tiene que ver con aprender a escuchar y darnos cuenta que la verdad es algo que vamos descubriendo a lo largo de nuestra vida y que nunca la terminaremos de aprender, de tener. Sino que la verdad es algo a lo que siempre tenemos que estar abiertos y estar dispuestos a seguir creciendo, y se nos va revelando en la medida que reconocemos que no la tenemos.
Pidámosle al Señor esa gracia de ser pequeños, de ser sencillos, y que esa parte de nosotros que es un poco “sabia y prudente”, que se la cree, según el pensamiento del mundo, se vaya sanando. “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste estas cosas a los pequeños, a los perdidos de este mundo, a los que nadie tiene en cuenta… Y las has revelado a nosotros”.