XV Sábado durante el año

on 18 julio, 2020 in

 

Mateo 12, 14-21

En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él.

Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos.

Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías:

Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre.

Palabra del Señor

Comentario

“El sembrador salió a sembrar”. El sembrador sigue sembrando. Sembró toda esta semana en nuestros corazones. Siguiendo paso a paso el evangelio del domingo, llegamos a este sábado felices y gozosos de saber que el sembrador sigue sembrando. No le importa. No escatima. No se guarda nada. Sigue arrojando amor y semilla de su palabra en nuestros corazones; en este mundo agobiado y cansado por tantas contradicciones, por tantas turbulencias y tormentas por momentos, que parece en donde todo se pone negro, donde la barca está zarandeada por todos lados (la barca de la Iglesia, la barca de tu vida, la barca de tu familia). Sin embargo, él sigue sembrando y apuesta a que, por lo menos, algunos corazones se animen a escuchar y dar frutos. Después, algunos darán el ciento por uno, otros 70, otros 60. Cada uno dará a su medida. Eso es algo que no podemos olvidar. Cada uno dará según lo que recibió y según lo que luchó para hacer fructificar. No todos damos lo mismo. Por eso, hay tantos santos tan distintos, tan diversos; y, gracias a Dios, la Iglesia es así, diversa, llena de santos que reciben la palabra de Dios y dan frutos, y siguen permaneciendo de generación en generación.

Pensá si esta semana pudiste recibir esta palabra en tierra fértil; si fuiste capaz de evitar dejarte agobiar por las preocupaciones de esta vida y te animaste a dar fruto; si fuiste capaz de dejar de pensar en tus cosas nada más y escuchaste para dar fruto.

¿Pensaste también, alguna vez en estos días, lo importante que es empezar el día escuchando la Palabra de Dios?

¿Pensaste la diferencia que existe cuando uno empieza el día tratando de escuchar algo de lo que Dios nos quiere decir de su verdad?

Hoy es un día en que Dios nos regala de nuevo, para poder escucharlo, para que algunos disfruten, también puede ser, un poco de descanso. Otros también tendrán que trabajar, pero disfrutando de las cosas que Dios nos va a presentar en este día.

Y para eso, como me dijeron una vez una frase muy linda: “Uno abre los oídos a quien primero abre el corazón”. Entonces, para abrir nuestros oídos a Jesús y escucharlo verdaderamente, ¡abramos el corazón! Démonos cuenta de la importancia que tiene el escuchar a Dios en su Palabra. “El que tenga oídos para oír que oiga”, decía Jesús; también, abramos el oído al corazón para volver a escucharlo, para animarnos a dar fruto.

“Quien no conoce las Escrituras desconoce a Cristo” decía San Jerónimo. Hay que conocer lo que Dios nos dice, de alguna manera, en la medida que uno pueda. Dejar de obedecer tanto a las voces de este mundo y obedecerle, de una vez por todas, a nuestro Señor.
Así que en eso estamos.

Por eso escuchamos Algo del evangelio que continúa un poco con el de ayer, y simplemente quería remarcar dos actitudes: una, la de los fariseos y, la otra, la de Jesús.

Los fariseos siguen empecinados. No se contentan con haber juzgado a Jesús, sino que ahora dice el evangelio que “buscan la forma de acabar con Jesús”. Otras traducciones dicen, literalmente, de terminar con él, de eliminarlo, de matarlo; que es, finalmente, lo que van a lograr. ¡Qué tristeza! Tanto rechazo a tanto amor.

Eso quiere decir que cuando no hay misericordia, matamos. Matamos a los demás. Los fariseos terminan matando porque no tienen misericordia. No saben sentir con el otro. Acordémonos de ayer: “Si hubiesen comprendido lo que significa misericordia y no sacrificios, no hubiesen condenado a los inocentes”.

Nosotros también matamos cuando no tenemos misericordia. No matamos a Jesús directamente, no somos tan malos, pero cuando matamos a un miembro del cuerpo de Cristo también de alguna manera lo matamos a él. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”, le dijo Jesús a San Pablo. Porque él persigue a los cristianos, pero persiguiendo a los cristianos también perseguía a Jesús. No somos tan malos pero ¿cuántas veces matamos en la forma de vivir? O sea, nuestros gestos, nuestras palabras. ¿Cuántas veces matamos con la mirada? Matamos, a veces, a nuestra mujer, a nuestro marido no mirándolo, haciendo otra cosa, siendo indiferentes, no abriéndole el corazón, no contándole lo que nos pasa, juzgándolo, recriminándole continuamente cosas viejas y pasadas que ya no vale la pena.
Cuántas veces matamos a nuestros hermanos, a nuestros hijos: pegando un portazo, yéndonos, no queriendo hablar con ellos, no dándoles el tiempo que se merecen. Cuántas veces matamos cuando criticamos a un miembro de la iglesia, porque no piensa como nosotros y queremos que viva la fe como nosotros.

Vamos matando la vida. Se nos va muriendo el corazón por estar matando la vida que hay en otros, la vida que Dios nos dio, que nos la dio para que la disfrutemos. No para que nos matemos entre nosotros, para que nos mordamos por envidia, por celos, por tener ideologías.

Por eso la falta de misericordia mata. No te olvides. Te mata a vos, me mata a mí. Porque te hace vivir triste al no tener misericordia, al no tener corazón para sentir con la miseria del otro también. Si no mirás a los otros como Jesús los mira, te aseguro que te vas a ir muriendo.

Y, por otro lado, la actitud de Jesús es totalmente la contraria. Él prefiere que no digan lo que él hace, no quiere ser reconocido. No busca su gloria. El profeta Isaías anunciaba un Dios diferente: “No discutirá ni gritará y nadie oirá su voz en las plazas”. ¡Qué maravilla ese Dios tan paciente y tan misericordioso!

Jesús no discute, fíjate en el evangelio. Él nunca discute. Dios no discute. Dios propone. Dios Padre te propone una vida distinta. Hoy nos propone vivir en paz, vivir con misericordia. Eso es lo que nos propone siempre. Jesús no grita, no te grita nunca y no quiere que grites. No quiere que nos gritemos entre nosotros. Él quiere que hoy vivamos un día en paz, que nuestra vida sea en paz; que no significa que esté todo bien, sino luchar día a día para vencer en nuestro corazón el ego que nos va destruyendo. Esa es la paz de Jesús.

Dios quiera que el Señor hoy nos conceda esa gracia; la gracia de vivir un día lleno de misericordia; de vivir nuestro pasado, con las cosas que vivimos, con misericordia; que aprendamos a perdonar a aquellos que nos hirieron; que vivamos este presente con gratitud, sabiendo que todo lo que recibimos es pura gracia de Dios y que pongamos el futuro, lo que viene, que no sabemos, en la providencia, en las manos providente de nuestro Padre que nos mira siempre con misericordia.