
XV Viernes durante el año
on 17 julio, 2020 in Mateo
Mateo 12, 1-8
Jesús atravesaba unos sembrados y era un día sábado. Como sus discípulos sintieron hambre, comenzaron a arrancar y a comer las espigas.
Al ver esto, los fariseos le dijeron: «Mira que tus discípulos hacen lo que no está permitido en sábado.»
Pero él les respondió: «¿No han leído lo que hizo David, cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la ofrenda, que no les estaba permitido comer ni a él ni a sus compañeros, sino solamente a los sacerdotes?
¿Y no han leído también en la Ley, que los sacerdotes, en el Templo, violan el descanso del sábado, sin incurrir en falta?
Ahora bien, yo les digo que aquí hay alguien más grande que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios, no condenarían a los inocentes. Porque el Hijo del hombre es dueño del sábado.»
Palabra del Señor
Comentario
«Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas». Así expresa el Salmo 126 la realidad de lo que significa sembrar y lo que se vive cuando se cosecha. Sembrar cuesta. Sembrar muchas veces duele. Sembrar, a veces, es árido. Se siembra entre lágrimas porque no se ve en el momento lo que se va a lograr, el fruto, aun cuando sabemos que en la semilla está todo lo necesario para lograr los frutos que anhelamos. La semilla puede tener toda la fuerza para crecer y lograr una planta que dé abundantes frutos, pero eso no se ve a simple vista. Hay que saber esperar. Eso no lo vemos hasta que la semilla no muere y se transforma. Si no muere, no da frutos. Algo así le pasará un poco a Jesús ¿no?
Jesús fue sembrador y es sembrador, y semilla también. Al mismo tiempo siembra y es semilla. A Jesús estando en la tierra también le costó sembrar. Le costó que dé frutos lo que él decía, incluso tuvo que morir para hacerlo. Como él mismo lo dijo: «…si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto».
Es necesario saber que sembrar cuesta, no podemos ser ingenuos. Es necesario saber que a Jesús le costó su propia vida, al entregarse y ser él mismo la semilla que dio vida por nosotros, y nos ganó con su entrega. Podemos decir que nosotros hoy somos los frutos de su entrega, vos y yo, los que estamos escuchando su palabra. Por eso, si sos papá o mamá, si tenés a cargo personas que de alguna manera reciben tu siembra, tenés que también aprender a morir.
De la misma manera tenemos que vivir y experimentar también que la siembra, que vamos realizando en nuestra vida, cuesta y mucho y cuesta la vida a veces. Sembramos y también somos semillas. Por ahí no veremos los frutos de lo que nosotros hemos sembrado, por ahí los verán otros, pero tenemos que saber que, tarde o temprano, si sembramos con amor, eso dará fruto. No te desanimes, seguí sembrando. No te desanimes. Aunque la siembra sea dolorosa, no te desanimes. Aunque la tierra sea pedregosa, seguí tirando semillas. Aunque la tierra tenga a veces malezas, no te desanimes. Aunque la semilla caiga en los lugares donde parece que nunca crecerá, no te desanimes. Míralo a Jesús. Mira a nuestro sembrador que salió a sembrar, que supo sembrar entre lágrimas y que, finalmente, cosechó entre canciones con su resurrección.
La resurrección de Jesús es la cosecha entre canciones de la cual habla el salmo. Es un canto nuevo. Es la nueva canción que nos dio nuestro Dios Padre para que cada uno de los hombres pueda recibir ese fruto, ese amor que él nos envió con su Hijo, para hacernos disfrutar del verdadero canto de Dios, de la alegría del amor que se entrega por cada uno de nosotros.
Algo del Evangelio de hoy nos muestra justamente lo contrario a sembrar. El no-sembrar que se manifiesta en el ser mezquino, en estar pensando que los frutos dependen de nosotros, en el juzgar que incluso los otros no pueden dar frutos, en subestimar a los demás, en no querer morir por amor y, al mismo tiempo, pretenderlo todo. Los fariseos representan todo eso y mucho más.
Hoy vemos cómo los fariseos, ese fariseo que a veces llevamos dentro –vos y yo–; ese que está juzgando, el que está mirando qué hacen los otros, mirando qué error puedo encontrar en los otros para mostrárselos, y que, en realidad, la verdad la tenemos nosotros mismos. ¡Qué triste! Los fariseos no saben sembrar. Los fariseos miran a Jesús y no se dan cuenta de que tenían a la Palabra viva al frente de ellos, y se dedicaban a mirar sus errores y los de sus discípulos.
Pero Jesús les enseña cuál es la verdadera interpretación de la Palabra de Dios. Porque la semilla puede ser muy buena, ¡cuidado!, pero si no sabemos hacerla crecer, permanece estéril, no sirve para nada. La palabra de Dios es muy buena, la Biblia es el mejor libro del mundo, pero si no sabemos interpretarlo, se puede transformar incluso en un obstáculo para creer. Eso les pasó a los fariseos. No supieron interpretar la palabra de Dios, no supieron encontrar la verdad escondida en la Palabra de Dios y, por lo tanto, no germinó en ellos la semilla que Dios quería sembrar.
No seamos fariseos. No estemos juzgando y creyéndonos superiores a los demás. Aprendamos de Jesús que supo sembrar entre lágrimas para cosechar entre canciones. Aprendamos de Jesús que nos enseña que la misericordia es la esencia de nuestra vida cristiana, es lo esencial del Evangelio y de sus palabras.
Dejemos que la bondad de Dios Padre florezca en nuestro corazón. Dejemos que la misericordia de él nos gane el corazón y desterremos de nuestra vida aquellos comentarios, aquellos pensamientos revestidos de fariseísmo, que se transforma a veces en un velo, que no nos permite ver el amor de Dios que está, por decir así, dando vueltas por tantas vidas, por tantos corazones a nuestro alrededor.