XVI Martes durante el año

on 21 julio, 2020 in

 

Mateo 12, 46-50

Jesús estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte.»

Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre.»

Palabra del Señor

Comentario

El maligno, el mal sembrador, también de alguna manera es protagonista en la historia de la humanidad. No es el protagonista principal, por supuesto, pero sí es protagonista. Él también está trabajando mientras nosotros dormimos. Está trabajando mientras el gran sembrador sigue sembrando. Y aunque, finalmente, al final de los tiempos triunfará el bien definitivamente (cuando Dios decida separar la cizaña del trigo), no podemos negar la existencia del maligno que se empeña siempre. Siempre quiere arruinar la obra de Dios en nuestros corazones y el de tantas personas, en el de la humanidad. Por eso, somos ingenuos. Somos cristianos ingenuos, incluso optimistas con ingenuidad, si pensamos que todo está bien, si pensamos que no hay, de alguna manera, un poder que quiere influir en el bien de nuestras vidas.

Un poder que influye y hace tanto mal en tantas personas que sufren las consecuencias del mal que triunfa en el corazón de aquellas personas que no se dan cuenta que el maligno está haciendo su obra en sus corazones y, después su obrar, termina influyendo en los otros. Eso hace el mal sembrador: siembra cizaña para arruinar el campo de Dios. Pero pongamos la mirada en el gran sembrador, en aquel sembrador que es generoso y que tira tanta semilla que hará que algún día triunfe el bien. Mientras tanto, tenemos que vivir en tolerancia y en paciencia, en misericordia y en espera. Pero ¡cuidado! Eso no implica que no tengamos el deber y el derecho de señalar la cizaña que arruina el campo de Dios. Sigamos de a poquito en estos días con este tema tan interesante: la parábola de la cizaña del campo.

De Algo del Evangelio de hoy se pueden decir muchísimas cosas (como de todos los textos, por supuesto), pero sería bueno que nos detengamos en un detalle muy lindo de esta escena, donde María se acerca a Jesús junto con otros parientes. Quieren hablar con él. Otros interrumpen mientras Jesús habla y le avisan que su madre está ahí. Y sin embargo, Jesús hace algo muy importante: señala a sus discípulos. Fijensé. Fijate. No señala a todos. No señala a la multitud, sino que señala a sus discípulos que cumplían la voluntad del Padre y dice esta frase tan importante: «Estos son mi madre y mis hermanos, los que cumplen la voluntad de mi Padre».

Quiere decir que Jesús de alguna manera “distingue”, “discrimina”. No te asustes con esta palabra “discriminar”, tan de moda hoy y tan mal usada. Jesús no discrimina porque es malo. Jesús distingue. No es lo mismo la multitud, que sus discípulos. Para Jesús todos somos hermanos. No quiere decir que está rechazando a los otros. Sin embargo, unos se comportan como hermanos y otros no. No todos los que estaban cerca de él cumplían la voluntad de su Padre, sino los discípulos, aquellos que él señala y, por supuesto, su madre. No todos los que hoy están cerca de Jesús cumplen la voluntad del Padre. No todos los que “decimos” que somos cristianos cumplimos la voluntad de Dios Padre, ¡no! De hecho, nos comportamos muchas veces como anti testimonio, como cizaña también. No quiere decir que seamos malos, pero no siempre cumplimos la voluntad del Padre. Entonces, Jesús hoy distingue.

Eso podríamos decir, no para que te asustes, sino para invitarnos a algo más, para invitarnos a ser hermanos; a hacerte hermano no por un lejano vínculo de sangre, sino por nuestras actitudes; hacerse hermano por lo que hacemos; hacerse hermano porque queremos vivir así, como él nos enseña. Entonces, lo que parece en principio una respuesta “dura” y casi un desprecio hacia María y sus parientes, es todo lo contrario. El revés, está exaltando a María porque ella es la primera que cumplió la voluntad de Dios, que cumplió siempre la voluntad, y al mismo tiempo está abriendo el corazón a miles y miles de hombres de toda la historia, mujeres y varones que cumplirán la voluntad del Padre y que serán hijos de Dios. Vivirán como hijos del Padre y serán hermanos de Jesús y hermanos entre ellos. Es como los vínculos humanos que se dan entre nosotros. Siempre se es hijo de un padre, hijo de una madre, porque no se puede renunciar a la paternidad ni a la maternidad, ni a la filiación.

Sin embargo, no siempre somos buenos hijos y nos comportamos como hijos. Por eso, ser hermano de Jesús nos amplía el horizonte del corazón, como cuando levantás la cabeza y ves un paisaje, como cuando estás en la playa y mirás el mar hasta el fondo, hasta el final. Ser hermano de Jesús nos amplía el horizonte y nos hace incluir a muchísimas más personas. Ser hermano de Jesús nos abre el corazón a una familia mucho más grande y universal. Mirá lo que es la Iglesia. Mirá la cantidad de personas que conociste gracias a la fe y ahora son amigos tuyos. Y son hermanos gracias al vínculo misterioso y místico de la gracia con Jesús.

Ahora, dejo algunas preguntas: ¿Nosotros cómo vivimos esta hermandad que nos propone Jesús? La hermandad de él es mucho más profunda y duradera que nuestras hermandades de sangre que, muchas veces, no siempre son las que deseamos porque no elegimos a nuestros hermanos. ¿Cómo las vivimos? Pensemos en nuestra parroquia, en el colegio, en el grupo de jóvenes, en el movimiento, ¿cómo vivimos esa hermandad? Porque a veces nuestras comunidades parecen como “comercios” donde entramos a buscar algún producto y nos vamos, no conocemos a nadie, no saludamos a nadie, de casualidad nos miramos. ¡Qué triste! Pensemos en eso. Pensemos en lo lindo que es ser hermano de Jesús y hermano de tantos. Pensemos en todos los hermanos que nos regaló Jesús gracias a la fe y que disfrutamos porque también esa parte linda tenemos que ver.

Que María nos enseñe a vivir así, cumpliendo la voluntad del Padre en cada momento del día, en cada detalle, aunque nadie se dé cuenta. Pidamos ser así, como María, silenciosos y en segundo plano, pero dichosos por ser hermanos de Jesús y de miles más.