
XVIII Miércoles durante el año
on 3 agosto, 2022 in Mateo
Mateo 15, 21-28
Jesús partió de allí y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: « ¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero él no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: « ¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: « ¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» Y en ese momento su hija quedó curada.
Palabra del Señor
Comentario
Continuemos con el tema que se desprendía del evangelio del domingo, la avaricia. Se dice que la avaricia puede darse principalmente de dos modos: en cuanto que se opone a la justicia y en la medida que se opone a la generosidad. Sin extendernos mucho intentaremos ahondar en esto. Se opone a la justicia en la medida que se usurpa o se retiene un bien ajeno. Por ejemplo, podría ser no pagar las deudas a su debido tiempo, no prestar los servicios prometidos perjudicando a los beneficiarios con los cuales me comprometí. Son cosas que no prestamos mucha atención, pero que a veces demuestran grandes injusticias entre nosotros. Y en cuanto a la generosidad o el desprendimiento, tiene que ver cuando el amor desordenado al dinero, hace que lo prefiramos a la caridad, marginando a Dios y el amor al prójimo. Por ejemplo, descuidar el cuidado de algún enfermo, de los ancianos o de aquellos que merecen nuestro amor, porque el apego o los deseos de tener más y más, hacen que olvidemos y dejemos de lado lo más esencial.
Se puede caer en la avaricia de dos modos. Uno inmediato, que sucede cuando buscamos adquirir o retener bienes más de lo debido, en perjuicio de otros, malgastando o no gastando lo necesario. El segundo modo es, por decir de alguna manera, más interior, espiritual, entonces ahí el avaro peca contra sí mismo, porque están desordenados sus afectos, y las cosas materiales le roban el corazón, se menosprecia bienes mayores como el amor a Dios y a los demás, por cosas materiales y pasajeras.
Pero tenemos que seguir conociendo qué es la fe, no solo en qué creemos, sino qué significa tener fe. El «saber» lo que creemos no nos asegura el creer bien, por decirlo así. Muchos cristianos «conocen» bien su fe, saben el catecismo, lo enseñan, lo trasmiten, lo defienden incluso con uñas y dientes, pero en el fondo y en la superficie, no creen como se cree en el Evangelio. Parece raro lo que te digo, pero pensalo bien, creo que es así. Quiero explicarme bien, no solo hay que creer, sino «hay que creer bien», creer como Jesús quiere que creamos. Nos olvidamos muchas veces de que la fe es don, dado desde arriba y, por lo tanto, nos ayuda a dar la respuesta adecuada a Jesús, no la que se nos antoja. Sé que es complicado hablar de esto en el mundo del «individualismo exacerbado».
Podemos ser unos grandes «caprichosos de la fe». Con todo esto, no me refiero únicamente a que hay que vivir la fe, eso es obvio, o sea, de que debemos tener una moral acorde a lo que creemos, sino de que hay que «pensar y sentir» como creyentes, como hombres y mujeres de fe, y eso lleva tiempo, eso es gracia, eso es trabajo arduo de Jesús con nosotros y de nosotros con Él. Se puede ser muy bueno, ser muy buena persona, no hacer nada malo y hacer muchas cosas buenas, pero no tener mente y corazón creyente. En la Iglesia, tanto laicos como sacerdotes, abundan los que dicen «tener fe», pero cuando piensan y se expresan parecen paganos, y pasa lo contrario a veces, muchas personas que parecen no ser de fe, son las que piensan y sienten como Jesús quiere. Parece raro lo que te digo, ya lo sé, pero no lo es. Pasa desde los comienzos, le pasó a Jesús. Los que lo esperaban con ansias no lo reconocieron, los que estaban con Él no lo comprendían y los que menos los esperaban creyeron en Él, lo comprendieron y le obedecieron.
Eso vemos en Algo del Evangelio de hoy ¡Qué grande es la fe de tanta gente que parece lejos, pero está cerca! a mí a veces me maravilla muchísimo, y al mismo tiempo, que poca la fe de tanta gente que parece estar cerca. Qué grande es la fe de la gente que no sabe mucho de la fe (a los ojos de otros sabiondos) pero que en realidad sabe lo más importante, sabe lo mejor. ¡Que Jesús lo puede todo! Qué grande es la fe de tantas madres que lloran con dolor por sus hijos, por sus familias; qué grande es la fe de esta mujer del Evangelio de hoy que nos enseña a todos. Nos enseña a gritar desde el fondo del alma a los que decimos tener fe y en realidad muchas veces, no la tenemos tanto o la tenemos demasiado en la cabeza y poco en el corazón. Y también te enseña a vos que decís no estar tan cerca, pero cuando te acercás a Jesús te acercás en serio. Cuánta gente se acerca poco pero cuando se acerca, se acerca en serio, se acerca con fe.
Lo importante es acercarse en serio, acercarse bien a Jesús. Tengamos cuidado si creemos que «estamos cerca» de Él. Aprendamos a admirarnos de la gente que parece lejos, pero tiene mucha fe, tiene la fe bien pura. Y también vos, abrí los ojos que por ahí aparentemente no estás tan cerca y date cuenta de que Jesús quiere que le pidas las cosas a gritos, aunque a muchos les moleste; pedí las cosas a gritos sabiendo que Él te escucha. Todos tenemos que pedir lo que necesitamos, eso es tener fe. Tenemos que abrir el corazón al Señor, para mostrarle que tenemos fe, ¡qué lindo que es creer que Jesús lo puede todo!