XXI Jueves durante el año

on 27 agosto, 2020 in

Santa Mónica – Mateo 24, 42-51

Jesús habló diciendo:

Estén prevenidos, porque ustedes no saben qué día vendrá su Señor. Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, velaría y no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada.

¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal, para distribuir el alimento en el momento oportuno? Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo. Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes. Pero si es un mal servidor, que piensa: “Mi señor tardará”, y se dedica a golpear a sus compañeros, a comer y a beber con los borrachos, su señor llegará el día y la hora menos pensada, y lo castigará. Entonces él correrá la misma suerte que los hipócritas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes.

Palabra del Señor

Comentario

“¡No te canses!”, “¡no llores!”, “¡no te pongas triste!” nos decimos muchas veces, o nos decimos entre nosotros. “¡No te bajonees!”, “¡sonreí un poco más!”, “¡ponete las pilas!” y así muchas frases más que usamos cotidianamente, seguro con muy buena intención, pero que se pueden transformar en especies de “decretos presidenciales” para generar sentimientos o eliminarlos. Y la verdad es que los sentimientos no se generan ni se eliminan por “decreto”, sino que las cosas que nos pasan son así, nos pasan. Van y vienen, son pasajeros, no siempre dependen de nosotros y lo que hay que hacer en realidad es reconocerlos, aceptarlos y saber qué hacer con ellos. Es lindo que nos quieran levantar el ánimo, que nos quieran ayudar o que nosotros hagamos lo mismo. Es lindo que busquemos que los demás estén bien y los ayudemos con palabras, los consolemos, pero también es necesario saber esperar a los otros, reconocer que no todos sienten y viven lo mismo y que cada uno vive y experimenta las cosas, la vida de fe, la propia vida, como puede, con las herramientas que tiene a mano. Es imposible no “sentir” cosas, es parte de la vida. No somos robots, somos de carne y hueso, y tener fe no quiere decir “no sentir” nada, sino al contrario, aprender a sentir y aceptar lo que nos pasa, superarlo si es posible, ofrecerlo si no hay salida. Como lo hizo el mismo Jesús, que supo reír, alegrarse, entristecerse, enojarse, angustiarse, llorar y tantos sentimientos más.

El domingo escuchábamos que Pedro reconocía quién era Jesús: “Tomando la palabra- decía -, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».” En definitiva, eso es tener fe en su esencia, saber y experimentar quién es Jesús, reconocerlo como Dios hecho hombre. Tener fe no es “saber” muchas cosas en el sentido intelectual. Tener fe no es “hacer” muchas cosas. Tener fe no es “ser perfecto”. Tener fe no es “no sentir” nada. No, nada de eso. Tener fe es reconocer a Jesús como nuestro Salvador, como Dios que se hizo hombre para amarnos y salvarnos. Eso es la esencia de la fe. Después sí, es verdad, se pueden decir muchas y miles de cosas más, pero al final de nuestra vida lo que querrá Jesús es que podamos “reconocerlo” como lo que es, y no que le presentemos un “inventario” de todo lo que hicimos.

Con respecto a Algo del evangelio de hoy, podríamos decir que ser prevenidos no es ser temerosos, ser prevenidos no es estar ansiosos por lo que vendrá, ser prevenidos no es ser desconfiados y dudar de todo, sino que es estar preparados para la venida. Pre-venidos, de ahí viene, esperar la venida. Por eso el evangelio de hoy, de algún modo, nos previene. Nos previene para que seamos prevenidos, valga la redundancia.

Son muchísimas las cosas que nos preocupan, a vos y a mí, todo el día y nos quitan el sueño y los pensamientos todos los días. Son muchísimas las situaciones que cada día nos hacen perder, de algún modo, la paz y la tranquilidad que nos da la fe. ¿Por qué será? ¿Por qué perdemos “los estribos”, a veces, con tanta facilidad? ¿Por qué se nos nubla el horizonte que hasta ayer teníamos tan claro y, de golpe, vemos todo negro? Bueno, puede haber muchas respuestas, pero una de ellas puede tener que ver con lo que hablamos al principio sobre los sentimientos. Somos humanos, somos débiles y no siempre estamos como queremos estar o somos lo que queremos ser. Muchas cosas también se deben a situaciones que están ajenas a nosotros y nos perturban, pero también muchas tienen que ver con nosotros mismos, tienen que ver con nuestra falta de fidelidad y previsión.

¿Cómo? ¿Cuál es, entonces, el servidor fiel y previsor, a quien el Señor ha puesto al frente de su personal para distribuir el alimento en el momento oportuno? Somos servidores de los demás, dice el evangelio, y cuando nos olvidamos de esa verdad, perdemos el eje, perdemos el centro y no experimentamos que a Jesús se lo encuentra en el amor concreto de cada día y él nos vendrá a buscar a la hora menos pensada y quiere encontrarnos amando, sirviendo. De ahí esa frase tan linda de la Madre Teresa: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. En definitiva, estar prevenidos quiere decir estar “siempre listos para amar”, para amar ahora, no esperar otra cosa. “Feliz aquel servidor a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo.” Ese es nuestro trabajo, esa es nuestra ocupación, encontrar la felicidad haciendo algo concreto y silencioso por los demás. El que vive así, sin temor, y puede encontrar a Jesús desde ahora en cada cosa, anhelando encontrarlo algún día cuando venga. no sabemos cuándo, pero cuando venga. Ese es el que vive feliz.

¿Estás prevenido? ¿Estás previniendo la venida del Señor? ¿La deseas o, mejor dicho, estás amando? ¿Estás haciendo algo por alguien? ¿Estás viviendo para servir o para que los otros te sirvan? ¿Estás aprovechando tu vida en algo que vale la pena o vivís distraído en las cosas que vos te armaste creyendo que valen la pena?

Seamos previsores. Trabajemos por los demás, que Jesús nos encuentre trabajando, haciendo algo y no esperando que las cosas “caigan” del cielo. Dios no hace “asistencialismo”, sino que nos da la fuerza y el amor para que hagamos lo que nosotros tenemos que hacer.