XXI Miércoles durante el año

on 26 agosto, 2020 in

 

Mateo 23, 27-32

Jesús habló diciendo:

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen sepulcros blanqueados: ¡hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, diciendo: “¡Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas”! De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas.

¡Colmen entonces la medida de sus padres!

Palabra del Señor

Comentario

Por más de que Pedro contestó correctamente sobre quién era Jesús- eso del evangelio del domingo. ¿Te acordás? Contestó que “Jesús era el Hijo del Dios vivo, el Mesías”. Sin embargo, después la historia nos enseña que Pedro, en realidad, fue descubriendo quién era Jesús a lo largo de su vida y solo pudo proclamarlo con valentía, con fortaleza y con entereza cuando recibió al Espíritu Santo. Por eso, siempre tenemos que volver a recordar que no alcanza con saber quién es Jesús, con un saber que solo se asienta en la cabeza y no en el corazón. En realidad, la verdadera fe es la que va superando esos niveles de conocimiento hasta llegar hasta el corazón.

Pedro sabía quién era Jesús, pero no lo supo verdaderamente hasta que no entregó finalmente su vida por él. La fe es una gracia, es verdad, pero también es algo que va creciendo y se va desarrollando a lo largo de la vida en la medida que nos vamos entregando y que vamos dejando que esa gracia, que es la fe, nos vaya transformando. Qué lindo que es saber quién es Jesús, pero con el corazón. ¡Cuánto nos hace falta tener un verdadero conocimiento de Jesús que pasa mucho más por lo que hacemos que por lo que decimos! Señor, ayudanos a seguir conociéndote. Ayudanos a poder responder quién sos vos, pero no tanto con palabras, sino con nuestra vida.

En Algo del Evangelio de hoy, Jesús sigue diciéndoles “de todo un poco” a los fariseos y escribas, y no justamente que eran bonitos. La dureza de sus palabras iba a tono con la dureza del corazón de estos hombres que se creían salvados y, lo que es peor, se consideraban como la “aduana” de la salvación, o sea, los que decidían quién merecía o no la salvación. ¡Cuánto de eso también hay hoy en nuestra Iglesia! Por eso Jesús no tuvo ningún problema y no tiene ningún problema, ningún pelo en la lengua para decirles y decirnos “sin anestesia” algo como esto: “¡Hermosos por fuera, pero por dentro llenos de huesos de muertos y de podredumbre!” ¿Qué habrán sentido estos hombres al escuchar semejantes palabras y acusaciones? ¿Qué cara habrán puesto al escuchar que alguien que no consideraban como el Mesías les decía sin miedo al frente de todos lo que ellos eran realmente? ¿Qué habrá sentido el corazón de Jesús al sentir que sus palabras se chocaban con rocas inamovibles y frías? Podríamos pensar que alguno de ellos habrá reflexionado o recapacitado y dejó esa vida o esa forma de pensar, pero también deberíamos pensar que su furia y cerrazón también les habrá impedido a otros muchos comprender las enseñanzas de Jesús.

La hipocresía era y es algo que repugna mucho a Jesús. No la acepta y la condena, pero al mismo tiempo desea cambiarla. Desea despertarnos para que la evitemos como a la peor de las enfermedades, como el peor de los virus. Son tan duras las expresiones de Jesús que podría llevarnos a pensar que es imposible aplicarla a todos, que nosotros somos bastante buenos como para ser tan hipócritas. Sin embargo, sería bueno aprovechar para pedirle al Maestro que nos ayude a considerar o a reflexionar con sinceridad para ver si hay algo en nuestro corazón que “huele” a hueso o a podredumbre. Si hay algo en nuestro corazón que hace pensar a los demás que somos santos y puros, pero sin embargo hay hipocresía y maldad en nuestro corazón. Cuesta pensarlo y da un poco de temor, pero me animo a decir que todos tenemos, de algún modo, algo muerto y podrido en el corazón, la mayoría de las veces inconscientemente, pero que es mucho peor cuando es consciente y deliberado. Podríamos decir que hay una cierta hipocresía involuntaria, por decirlo de alguna manera, y no buscada o no querida, de la cual padecemos todos un poco, o que podríamos llamarla también falsedad. Y otra que puede ser consciente y voluntaria, buscada y querida y que es la peor de todas, y esa es la hipocresía con todas las letras.

Una cosa es luchar todos los días para ser más veraces, para ser más sinceros con uno mismo y con los demás y con Dios, y otra muy distinta es disfrutar de parecer algo, pero en el fondo no serlo, o aprovechar una imagen puritana y falsa de uno mismo para beneficio propio. Eso es lo que a Jesús le repugna y quiere sanar. Cuando se da esto es cuando el corazón, en el fondo, está enfermo y enferma todo lo que toca, cuando Dios no puede entrar al alma porque, en el fondo, no tiene lugar.

Solo Jesús puede sacarnos lentamente de la ambigüedad y falsedad de nuestros corazones, que tarde o temprano pueden llevarnos a la hipocresía que se aloja como un cáncer. Solo Jesús con sus palabras de amor, pero llenas de verdad, puede ayudarnos a crecer cada día en la verdad que nos hace libres, en la verdad que nos va quitando las máscaras que no nos dejan mostrarnos como somos ante los demás. Esas máscaras que nos impiden ser humildes y aceptar nuestras debilidades, esa actitud que nos lleva a aprender a pedir perdón cuando nos equivocamos y reconocer que no somos quiénes para juzgar a los demás considerándonos dueños de la salvación. Que Jesús nos libre de cualquier hipocresía en nuestro corazón y dentro de la Iglesia.