
XXII Jueves durante el año
on 2 septiembre, 2021 in Lucas
Lucas 5, 1-11
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes.»
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes.» Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.» El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.»
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Palabra del Señor
Comentario
Ayer citábamos al apóstol Santiago cuando decía: “si alguno se contenta con oír la palabra sin ponerla por obra, ese se parece al que contempla su imagen en un espejo, se contempla, pero yéndose se olvida de cómo es”. Esto es lo que nos pasa tantas veces al escuchar la palabra de Dios, parece que hacemos como cuando antes de salir a trabajar, después de levantarnos y prepararnos, nos paramos frente al espejo, nos lavamos la cara, nos peinamos y salimos medio corriendo, como no queriendo detenernos mucho para ver realmente cómo estamos, cómo “nos vemos”, cómo está nuestro rostro. Así hacemos con la Palabra, la escuchamos, pero no sabemos siempre frenarnos, dejar que eso que escuchamos nos refleje algo de la voluntad de Dios, algo de lo que somos, algo sobre cómo estamos. Cuando no ponemos por obra la palabra, es porque no le damos tiempo, en el fondo no la contemplamos, sino que la escuchamos a las “corridas”, queriendo hacer lo que queríamos hacer y no tanto lo que Dios quiere o nos está pidiendo.
Es necesario tomarse más tiempo, es necesario hacer momentos de silencio, es necesario hacer retiros espirituales, es necesario mirarse al espejo de la palabra por más tiempo. Intentemos hoy un poco más, hagamos el esfuerzo.
Algo del Evangelio de hoy es uno de esos días para contemplar con todo el corazón, por eso te digo esto; hacé el intento de imaginarte esta escena maravillosa del Evangelio, metete como si estuvieras ahí… para enamorarte de un Jesús que sorprende, que descoloca, que llama, que se mete en la barca, que enseña, que perdona, que calma, que invita a la confianza, que convierte a un simple pescador bastante cabeza dura y pecador, en un “pescador de hombres”, en un hombre que cambió la historia de miles.
Es uno de esos días en los que me gustaría callar un poco, no decir mucho, por eso simplemente remarco algunas pinceladas de lo que ya dice la palabra.
Jesús se mete en la barca de Pedro, se mete en su vida, en su lugar de trabajo; como se metió en la mía, en la tuya, como se quiere meter en tu vida si estás escuchando; te pide que le des un lugar, que le abras tu lugar, que le abras tu casa, tu corazón.
Jesús invita a Pedro a confiar en su Palabra; nos invita a creer, a abandonarnos, a no creer tanto en nosotros mismos, en nuestras capacidades o formas de hacer las cosas, sino más en Él, en su estilo, en su modo de amar.
Pedro confía, le responde: «Si tú lo dices…», a partir de ahí, todo se transforma y pasa lo inexplicable: se llenan las dos barcas de peces, su vida se llena de otras cosas, lo mismo pasa con la tuya y la mía, se llena de un montón de cosas que Dios nos va regalando, de personas, de oportunidades de amar.
Pedro descubre la grandeza, se maravilla, y por eso se tira a los pies de Jesús; no solo porque se sintió un miserable, un pecador, sino también porque ante algo tan grande se descubrió poco; vos y yo también somos pecadores como Pedro, pero no significa que somos nada, somos algo, algo, pero muy chiquitos ante Jesús.
Solo vemos lo poco que somos cuando descubrimos lo grande que es Dios, lo grande que es Jesús; y no podemos reconocer quién es Jesús, si no reconocemos que nosotros somos pequeños, no miserables, pero pequeños.
Y, por último, Jesús le dijo a Pedro: «No temas», no tengas miedo por ser pecador, tranquilo eso ya lo sé, no hace falta castigarte. Jesús sabe que somos pecadores, Jesús ya sabe todo eso y no le importa tanto, porque Él transforma lo que parece que no sirve, lo que es descartable y termina convirtiéndolo en algo grande.
El mundo hace todo lo contrario, fabrica los pecadores, los promueve, pero después los desprecia, los descarta, no los perdona; sin embargo, Jesús recibe a los pecadores, los abraza, los perdona y los convierte en “pescadores de hombres”, en personas, capaces de amar.
Ojalá que hoy sientas ese deseo de abrazarte con Jesús, de tirarte a sus pies, de reconocerte pequeño, pequeña y caer en la cuenta, principalmente, de la grandeza de Dios, de todo lo que Él hizo y hace por nosotros en nuestra vida.