XXII Viernes durante el año

on 4 septiembre, 2020 in

Lucas 5, 33-39

En aquel tiempo, los escribas y los fariseos dijeron a Jesús: «Los discípulos de Juan ayunan frecuentemente y hacen oración, lo mismo que los discípulos de los fariseos; en cambio, los tuyos comen y beben.»

Jesús les contestó: «¿Ustedes pretenden hacer ayunar a los amigos del esposo mientras él está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado; entonces tendrán que ayunar.»

Les hizo además esta comparación: «Nadie corta un pedazo de un vestido nuevo para remendar uno viejo, porque se romperá el nuevo, y el pedazo sacado a este no quedará bien en el vestido viejo. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres; entonces el vino se derramará y los odres ya no servirán más. ¡A vino nuevo, odres nuevos! Nadie, después de haber gustado el vino viejo, quiere vino nuevo, porque dice: El añejo es mejor.»

Palabra del Señor

Comentario

¿Qué habrá sentido Pedro después de escuchar esas palabras tan duras de Jesús: «! Aléjate de mí, Satanás!, porque tus pensamientos no son los de Dios»?¿Qué le habrá pasado por el corazón? ¿Qué habrá dicho? ¿Qué habrá pensado? ¿Se habrá acercado Jesús después para preguntarle porqué había sido tan duro? Yo creo que sí. Yo creo que Jesús, después de reprenderlo, le habrá explicado que lo que había hecho, aunque había sido con buena intención, no era algo de Dios. Esto es algo que nosotros pocas veces nos planteamos. A veces creemos que bastan las buenas intenciones para hacer el bien. Sin embargo, en el camino del cristiano, en el camino de la santidad, de esa montaña que debemos trepar lentamente para llegar a la cima, para estar cada día más cerca de la voluntad del Padre, para estar cada día más cerca de su amor, no bastan las buenas intenciones, sino que además nuestra intención tiene que estar en consonancia con el deseo de Dios. A veces, por más que tengamos buena intención, no es momento de decir ciertas cosas, de hacer ciertas cosas, sino que también tenemos que aprender a discernir los momentos adecuados para hacer el bien y, también, a quién le hacemos el bien y cómo lo hacemos. Bueno, una serie de cuestiones que pocas veces tenemos en cuenta. Por eso, como siempre, Pedro termina siendo para nosotros un espejo, una ayuda para poder también discernir cómo actuamos y cómo obramos. Siempre tenemos que preguntarnos si nuestros pensamientos también serán los de Dios.

Tomando Algo del Evangelio de hoy podríamos preguntarnos: ¿Qué valor y qué sentido tiene para nosotros hoy –los cristianos– privarnos de algo que en sí mismo es bueno y útil para nuestro sustento, para nuestra vida, como lo es el alimento? ¿Por qué deberíamos hacer algo así? ¿Por qué el ayuno todavía no debe pasar de moda?

Jesús dice que cuando él les sea quitado –o sea, que cuando él ya no esté más en este mundo, entre nosotros, físicamente–, los discípulos tendrán que ayunar; y podríamos decir que en esa etapa estamos nosotros hoy. Los discípulos, después de la partida de Jesús también aprendieron a ayunar. Por eso, Jesús habla directamente de que el ayuno tenemos que hacerlo y que es bueno hacerlo, porque él también lo hizo.

La misma Sagrada Escritura y toda la tradición de la Iglesia a lo largo de tantos siglos nos muestran que la práctica del ayuno es de gran ayuda para muchas cosas, entre ellas, para luchar contra el pecado, contra las tentaciones, contra lo que nos induce al pecado, con nuestras propias debilidades; para fortalecer la voluntad; para aprender a renunciar a algo que es necesario, pero pensando en algo más grande.

Jesús en el Nuevo Testamento nos da una razón también profunda del ayuno. Porque esto es lo que tenemos que encontrar, la razón profunda. ¿Por qué es bueno ayunar? Dice él: «¡A vino nuevo, odres nuevos!» No podemos entonces hacer algo nuevo, un ayuno enseñado por Jesús, con el mismo corazón de antes, con un corazón del Antiguo Testamento, con un corazón que solamente piensa en cumplir una norma.

“Odre” es el recipiente- acordate- en donde se guarda el vino, se guardaba en esa época. Bueno, a vino nuevo –a esta nueva noticia que trae Jesús, que nos vino a dar– hay que encontrar una nueva manera de guardarlo, un nuevo corazón. Porque si el vino nuevo se ponía en odres viejos, reventaban, porque el cuero ya estaba duro.

Por eso, hoy Jesús nos enseña que el verdadero ayuno consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre que ve en lo secreto y nos recompensa y no estar haciendo las cosas para que los demás nos vean. El ayuno está orientado a que nos alimentemos del verdadero alimento que es hacer la voluntad de Dios. Por eso, la finalidad del verdadero ayuno es alimentarnos del verdadero alimento, es entrenarnos en esa tarea tan difícil. Incluso hay un santo que decía algo muy interesante, que creo que nos puede ayudar. Decía así: «El ayuno es el alma de la oración y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien reza, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica a aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oídos a quien no cierra los suyos al que suplica». ¡Qué buenas palabras!

El ayuno entonces está orientado hacia la caridad, hacia el amor, la misericordia; orientado a que tengamos la voluntad dispuesta para estar pensando más en los demás, para no estar encerrados en nosotros mismos.

Sé que en nuestros días el ayuno parece ser una práctica que perdió su valor espiritual. Por eso, «a vino nuevo, odres nuevos», corazón nuevo. Corazón que sea capaz de ensancharse, no rígido. No es cuestión de hacer algo por hacerlo. Lo extraño es que incluso fuera del ámbito de la Iglesia el ayuno es bastante reconocido, valorado por médicos, por muchas personas que dicen que el ayuno les hizo bien, incluso para cosas terapéuticas, para un bienestar material, del cuerpo. Para los que creemos en Jesús, en primer lugar, a pesar de todo esto que puede ayudar, el ayuno es conformarnos con la voluntad de Dios.

La práctica del ayuno nos ayuda a unificar nuestro cuerpo y nuestra alma; a poder refrenar, reorientar nuestras tendencias y pasiones que a veces se desordenan, para un bien más grande que es el amor a Dios y el amor a los demás. Y al mismo tiempo, ayunar nos ayuda a tomar conciencia del mal en que viven muchos de nuestros hermanos: la falta de alimentos. San Juan dice en su Primera Carta: «Si alguno posee bienes en el mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?»

Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar un estilo de caridad, de buen samaritano, inclinándonos y preocupándonos por nuestros hermanos.

Que estas palabras de hoy nos ayuden a poder de algún modo ayunar, con alguna comida (con la cantidad, con la calidad), con algo que nos gusta demasiado. Cada uno tiene que buscar qué cosas puede ofrecer a Dios con un «corazón nuevo», por amor a Dios y a los que menos tienen.