
XXIII Jueves durante el año
on 10 septiembre, 2020 in Lucas
Lucas 6, 27-36
Jesús dijo a sus discípulos:
«Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por los que los difaman. Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra; al que te quite el manto, no le niegues la túnica. Dale a todo el que te pida, y al que tome lo tuyo no se lo reclames.
Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. Si aman a aquellos que los aman, ¿qué mérito tienen? Porque hasta los pecadores aman a aquellos que los aman.
Si hacen el bien a aquellos que se lo hacen a ustedes, ¿qué mérito tienen? Eso lo hacen también los pecadores. Y si prestan a aquellos de quienes esperan recibir, ¿qué mérito tienen? También los pecadores prestan a los pecadores, para recibir de ellos lo mismo.
Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio. Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malos.
Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso».
Palabra del Señor
Comentario
No se puede corregir fraternalmente a alguien -como nos enseñaba el evangelio del domingo-, si no nos damos cuenta antes que nada que todos somos capaces de equivocarnos. Sin embargo, hay algo muy importante en la corrección fraterna y que lo dice el evangelio, y es que Jesús dice: «Si tu hermano peca contra ti». Con lo cual, en realidad, tenemos que evitar pensar que la corrección fraterna es un andar diciéndole a los otros todo lo que no me gusta de su vida: sus actitudes, su manera de pensar, de ser, incluso hasta su propia cara. No va por ese lado. Jesús nos enseña que lo que realmente hiere la amistad con Dios y entre nosotros es el pecado que podemos sufrir personalmente. Por supuesto que también a veces si vemos a alguien que queremos mucho que se equivocó con otra persona y no se dio cuenta, podemos ayudarlo a que se dé cuenta.
Pero fundamentalmente Jesús dice: «Si tu hermano peca contra ti». Con lo cual, si estamos heridos, si estamos con el corazón dolido porque alguien pecó contra nosotros, o sea, quebró un mandamiento de la ley de Dios contra nosotros, no amándonos como nosotros nos merecemos, como todos se merecen; bueno, es ahí donde tenemos que hablar primero con esa persona, donde tenemos que actuar desde la oración, desde la humildad, para poder ayudar al otro a que se dé cuenta que me hizo mal. Y lo mismo al revés, por supuesto. Si nosotros pecamos contra alguien, si uno de nosotros comete un error para con un hermano, es justo y necesario que nos corrijan. Es en realidad una gracia tener un hermano que es capaz de decirme: «Te equivocaste», «actuaste mal», «dijiste esto de más», «fíjate, tratá de cambiar esta actitud». Si viéramos la corrección fraterna como una oportunidad para crecer y para amar, qué distinto sería, cuánto nos ayudaría. Veríamos las cosas de otra manera y seríamos muy naturales en cuanto a esta práctica del evangelio que, a veces, olvidamos muy seguido.
Algo del Evangelio de hoy, como siempre, es para sentarse, frenar y desmenuzarlo palabra por palabra, como para deleitarse. Y también, de alguna manera, asustarnos un poco, porque parece demasiado difícil y duro. Por eso, te recomiendo que vuelvas a escucharlo o a leerlo atentamente. Como siempre te digo: «Tomá tu biblia que ayuda a leer la propia biblia, conocerla». Vamos a la pregunta que nos podemos hacer hoy: ¿Amar a los enemigos es algo posible o es algo de unos pocos, de unos elegidos, de unos locos por ahí? ¿O Jesús estaba un poco loco al pedirnos semejante acto de amor, tan heroico?
Es fundamental –y esto es lo que quiero dejarte hoy– que comprendamos, es fundamental que comprendamos a qué se refiere con «amar» o a qué tipo de amor se refiere Jesús con respecto a nuestros enemigos, que en el fondo son aquellos que no nos aman como nosotros desearíamos.
Podemos equivocarnos y que al escuchar la palabra «amar» pensemos que tenemos que amar a un enemigo de la misma manera que amamos a un amigo, a un padre, a una madre, a una amiga, a un hijo, a una hija, a un hermano. ¡No! No, no… eso sería una locura. No sería posible. No quiere decir que tenemos que ir hoy a abrazar al que nos hizo mal –aunque si nos sale, no estaría mal–, al que nos difamó -por ejemplo-, al que nos criticó, al que nos echó del trabajo, al que nos humilló, al que nos trató mal. No quiere decir que tenemos que irnos de vacaciones y disfrutar con ese o con aquella, o que tenemos que ser amigos. Jesús nos pide un amor distinto. Hay que aprender a distinguir los amores.
«Distinto» no quiere decir menor. Y que, aunque no tenga esa espontaneidad que a veces desearíamos -aunque no nos salga naturalmente-, podemos tenerlo. No quiere decir que es hipocresía, como algunos dicen o piensan. Ese amor, ese tipo de amor, que tenemos que decidirlo con nuestra voluntad y con nuestra cabeza, aunque nos salga naturalmente; ese amor es caridad. Viene de Dios porque no sale de nosotros y, porque viene de Dios, nos permite hacer lo que nosotros no haríamos. Y como nos transformamos en un puente de algo más grande, que es el amor de Dios -y eso es la caridad-, nos da una felicidad que tampoco viene de nosotros. No viene, digamos así, de nuestro corazón. Y nos da, finalmente, lo que Jesús nos promete: la bienaventuranza.
Aquel que puede amar por amor de Dios, o sea, porque Dios le provoca ese amor en el corazón, lo mueve a hacer algo que parece imposible; ese que experimenta esa realidad tan grande, es el que vive la bienaventuranza. Es el que empieza a ser feliz acá en la Tierra, porque puede hacer algo que su propia voluntad o su propia naturalidad, digamos así, no lo puede lograr.
¿Qué podemos hacer con el que no es amable, o sea, con aquel que no nos sale amar naturalmente, o aquel que se portó mal con nosotros, el que de alguna manera es nuestro enemigo, incluso que puede ser alguien de nuestra propia familia? muchas cosas, muchas cosas para implementar esto de Jesús. Si podemos probemos hoy, tratando de hacer algo por esas personas. Por supuesto, rezar, siempre rezar con mucho fervor, para que Dios les toque el corazón, para que algún día se den cuenta. Pero también podemos saludarlo normalmente, sin que se dé cuenta que nos cuesta. Podemos bendecirlo. Podemos hablar bien de él, de aquellas cosas que tiene de bueno. No devolver mal por mal, en principio. No negarle algo que nos pida. Eso nos pide Jesús.
Eso es ser misericordioso como el Padre es misericordioso. Esa es la manera de ser bienaventurados, de ser felices, como el evangelio nos proponía ayer. Es un modo de hacer lo mismo que Dios hace con nosotros, que no distingue, que no diferencia, que no dice «este se lo merece y este no», sino que ama.
Si alguien nos pregunta hoy qué es ser cristiano, no lo mandemos a leer el evangelio, sino demostrémoselo con la vida, haciendo lo que Jesús nos pide, llevando a la práctica lo que él nos enseña.
Si nadie nos pregunta, no importa. Pensemos que hoy con nuestras actitudes podemos ayudar a que otros descubran que hay un amor más grande, que no viene de los hombres- sino que viene de Dios-, y que permite hacer lo que en principio parece imposible.