XXIII Viernes durante el año

on 11 septiembre, 2020 in

Lucas 6, 39-42

Jesús hizo a sus discípulos esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?

El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro.

¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, deja que te saque la paja de tu ojo”, tú, que no ves la viga que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la paja del ojo de tu hermano.»

Palabra del Señor

Comentario

Ya llegamos al final de esta semana tan linda que Jesús nos regaló para seguir escuchando su Palabra, para seguir meditando y reflexionando sobre aquellas enseñanzas que brotaron de su corazón y que llegan hasta nosotros hoy, para que podamos también revivir y vivir y hacer lo que él nos dice. La corrección fraterna -esa enseñanza tan difícil que se nos planteaba el domingo- tiene que ser otra vez puesta sobre la mesa de nuestras comunidades de fe. ¿Cuántas veces nos olvidamos de esta enseñanza fundamental, que necesita ser vivida por cada uno de nosotros, sin importar el lugar que nos toque en la Iglesia, sin importar la investidura -como se dice-, porque, en definitiva, somos todos hermanos? Como decía san Agustín: «Con ustedes soy cristiano. Para ustedes soy Obispo».

Pero somos todos hijos de un mismo Padre. Todos tenemos la misma dignidad y todos somos hermanos. Por eso para la corrección fraterna no hay que mirar lo exterior, no hay que mirar lo de afuera, sino que hay que mirar el corazón de hijos y de hermanos que Dios Padre nos regaló para que juntos podamos caminar hacia el cielo. Y si nos equivocamos, tenemos que aprender a mirarnos con amor, a corregirnos para volver a levantarnos y rectificar el camino. Que Jesús nos siga ayudando a poder llevar adelante a nuestras comunidades de fe esta enseñanza tan profunda y tan necesaria para ser hermanos en serio.

Hoy, en este audio, voy a dejar, más que nada, muchas preguntas, para que por lo menos podamos respondernos alguna. Y no es una especie de examen, sino al contrario. Es una forma de ahondar, de profundizar, para que no se quede solamente en un mero comentario mío, sino que también te animes a preguntarte. Seguro que son demasiadas y no podremos con todas. Quedémonos con la que más nos guste o la que más necesitemos o la que más nos ha tocado el corazón, y no nos atragantemos con tantas. La Iglesia todos los días nos alimenta con el pan de la palabra, pero no todos los días podemos comer todo lo que se nos propone. A veces porque no tenemos hambre -y eso debería preocuparnos-, y es porque estamos llenos de otras cosas; otras, porque preferimos comer otra cosa y nos distraemos de lo esencial; otras veces porque no nos gusta y entonces pasamos de largo, y puede ser que en otras ocasiones sea demasiado junto y al final no podemos con todo y corremos el peligro de quedarnos sin nada. Por eso, al escuchar la palabra de Dios siempre es bueno seguir el consejo y el principio espiritual tan sabio de san Ignacio de Loyola, y de tantos padres de la Iglesia y maestros de la espiritualidad, que dice así: «No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar de las cosas internamente».

Quiere decir que es mejor que nos quedemos con algo, pero en serio, profundo, y no andar «picoteando» por ahí. Como decía san Francisco de Sales: «La abeja va de flor en flor, pero cuando encuentra el buen polen, se queda ahí y no se va hasta sacarle el último granito de polen». ¿Cuántas veces nos pasa esto, terminamos de escuchar y no nos quedamos con nada porque ya queremos saltar a otra flor? «¡Por favor, no seamos “oyentes olvidadizos”!», como dice la Carta de Santiago. ¡Por favor, estemos donde estemos, saquémosle el jugo y el fruto a la palabra de Dios!

Muchos nos necesitan, muchos corazones hambrientos de Dios quieren sentir y gustar de él. Hagamos el intento hoy de enviarle a alguien más la palabra de Dios, a esa persona que pensamos que por ahí no le gusta o no le gustará, que pensamos que no lo necesita. Pero si te animás, hacé el intento, incluso decile -como me han contado algunos- que se te escapó, que era para otro, y seguro que el Espíritu Santo te sorprenderá tocándole el corazón. Imaginemos si los miles que disfrutamos de la palabra de Dios cada día, hiciéramos hoy el esfuerzo de mandarle la palabra de Dios a otra persona más. ¿Te imaginás a cuanto más llegaríamos?

Volvamos a sentir y gustar. Es necesario experimentar y saborear las cosas de Dios. Hace que no las olvidemos. De la misma manera nos pasa con la comida. Cuando masticamos mucho, le sentimos más el gusto, la digerimos mejor y nos alimenta en serio. Ahora, cuando masticamos poco, estamos ansiosos, tragamos rápido, no digerimos bien y, ese alimento, no nos nutre de la mejor manera posible.

Pero, bueno, vamos a Algo del evangelio de hoy y las preguntas para que las pensemos y meditemos:

¿Por qué a veces somos capaces de tomar el lugar que le corresponde a Dios y nos creemos con el derecho de juzgar a los demás? ¿Por qué juzgamos cuando en realidad el verdadero Maestro todavía no juzgó? No nos olvidemos que Jesús nos dice que seamos misericordiosos como nuestro Padre, que hace llover sobre buenos y malos. Y nos olvidamos que él no vino al mundo para juzgarlo, sino para salvarlo, y lo dice él mismo con sus propias palabras: «Que el que se condena, se condena a sí mismo»; y que Jesús no quiere condenar a nadie, solo quiere salvar. Se condena en realidad el que se quiere condenar, el que no acepta la misericordia de Dios. ¿Es posible que a veces seamos capaces de estar mirando el defecto y el pecado ajeno y no nos demos cuenta de todos nuestros pecados y defectos?

¿No será que nos queda mucho por conocernos todavía? ¿Todavía pensamos que nos conocemos completamente? ¿No será que estamos a veces un poco ciegos, y queremos guiar a los demás estando nosotros también ciegos? ¿No será que todavía no tomamos conciencia de todo lo que Jesús nos perdonó y toda la paciencia que nos tiene día a día? ¿No será que somos olvidadizos? ¿No será que nuestra ceguera espiritual no nos deja ver y, por ver mal, juzgamos mal? ¿No será más eficaz y edificante dedicarnos a sacar tantas vigas de nuestros ojos, que no nos dejan ver el verdadero problema de las cosas? ¿Cómo pretender corregir si todavía no podemos con nosotros mismos?

Bueno, Dios quiera que alguna de estas palabras de Jesús, que alguna de estas preguntas, nos ayuden a saber y a gustar internamente de las cosas de Dios; que nos quedemos meditando en este día, mientras hacemos lo que tenemos que hacer o tomándonos un tiempo especial para empezar este día como el Señor quiere.