XXIV Lunes durante el año

on 12 septiembre, 2022 in

Lucas 7, 1-10

Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.

Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ” Ve”, él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que hacer esto!”, él lo hace».

Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».

Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

Palabra del Señor

Comentario

El comienzo de una nueva semana me parece que siempre anima, siempre invita empezar de nuevo. En realidad, nuestra semana empieza los domingos, el día del Señor debería ser siempre nuestro cimiento para todo lo que se nos viene encima a partir del lunes cuando retomamos nuestros trabajos, nuestra rutina, lo que nos toca cada día.

Siempre existe un peligro en nuestra vida cotidiana y en nuestra vida espiritual, en la vida de fe, la rutina que se transforma en «acostumbramiento» y nos hace perder el asombro. Es verdad que no se puede vivir «asombrado» todos los días, pero también es verdad que tampoco es bueno vivir «acostumbrado» a todo, eso nos hace perder la novedad, la capacidad de maravillarnos, de encontrar cosas nuevas. En esta semana te propongo y me propongo, intentar «asombrarnos» con cada Evangelio que escuchemos y leamos, que podamos recuperar esa capacidad dormida que nos ha regalado nuestro buen Dios. Vamos a reflexionar sobre la «novedad» del Evangelio.

El evangelio es novedad, la Palabra de Dios siempre es novedad, Jesús es novedad, jamás es rutina. Su vida fue una «novedad», sus palabras fueron y son novedad, sus acciones rompieron la rutina y aportaron novedad. Somos nosotros los que no la encontramos a veces porque estamos «acostumbrados» y cansados, porque no escuchamos bien y pasamos de largo. Podrías hoy probar algo, la tecnología nos permite hoy probar algunas cosas. Hay que probar cosas nuevas. Cortá ahora el audio y volvé para atrás. No escuches o leas más  mi comentario, frená. Volvé el audio para atrás, escuchá o volvé a leer el Evangelio y escuchalo esperando «encontrar» alguna novedad, algún detalle nuevo, alguna «idea» distinta, algunas actitudes diferentes de Jesús, de los que participan en la escena. Hacelo, seguro que si te disponés te vas a «asombrar» de algo distinto a lo que yo te proponga.

La novedad, lo que a mí me asombra hoy del Evangelio es que sea un «no religioso» el que nos dé «lecciones» de fe a nosotros. Es un centurión, un soldado romano, el que nos da «cátedra» de lo que significa confiar en la palabra de Jesús. A mí eso me «descoloca», me asombra para bien, no me asusta que sea incluso Jesús quien se admire de él y lo ponga como ejemplo para todos. Tan ejemplo de fe para nosotros este hombre, que sus palabras,  quedaron para siempre en nuestras Misas, una maravilla, ¿no te asombra eso? Las palabras de un pagano, de alguien «supuestamente» sin fe, repetidas todos los días por millones de personas en el mundo en cada misa celebrada, antes de recibir a Jesús en la Eucaristía. Son las únicas palabras de la Misa en las que al sacerdote se le obliga y  debe responder junto con el pueblo. Nadie es digno, ni siquiera el sacerdote, hasta el  Papa las tiene que decirlas. «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme» decimos. Si la palabra de Jesús ese día bastó para sanar a ese sirviente, hoy debemos creer y pensar lo mismo. ¿No te asombra?

Una palabra de Jesús escuchada con fe basta para sanarnos de nuestras enfermedades del corazón. Asombrate con semejante modelo de fe y al mismo tiempo no te asombres de que los menos «religiosos» parecen, muchas veces sean los que más fe tienen. Solo el que se asombra con Jesús puede reconocer algo y Alguien distinto, a Jesús, capaz de hacer cualquier cosa por nosotros.