
XXIV Lunes durante el año
on 13 septiembre, 2021 in Lucas
Lucas 7, 1-10
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga.»
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ” Ve”, él va; y a otro: “Ven”, él viene; y cuando digo a mi sirviente: “¡Tienes que hacer esto!”, él lo hace.»
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe.»
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Palabra del Señor
Comentario
El comienzo de una nueva semana siempre anima, siempre nos debería invitar a empezar de nuevo. ¿No te pasa? En realidad, no tenemos que olvidar que nuestra semana empieza el domingo, el día del Señor. Por eso ayer, cada domingo, debería ser siempre nuestro cimiento para todo lo que se nos viene encima a partir del lunes, cuando retomamos nuestras actividades, nuestros trabajos, nuestra rutina, lo que nos toca hacer cada día.
Ayer, leí algo maravilloso de san Agustín que no podía dejar de compartirlo, porque expresa lo que siempre deseo al predicar, al explicar día a día la Palabra de Dios, esta palabra que vos recibís en tantos medios digitales, especialmente en tu celular; dice así: «Acabamos de escuchar la lectura que se nos ha proclamado, y por eso debo decir algo para comentarla. Dios me ayudará para que diga cosas verdaderas, si yo, por mi parte, no pretendo exponer mis propias ideas. Porque si les propusiera mis ideas, también yo sería de aquellos pastores que, en lugar de apacentar las ovejas, se apacientan a sí mismos. Si, en cambio, hablo no de mis pensamientos, sino exponiendo la Palabra del Señor, es el Señor quien los apacienta por mediación mía». ¿No te parece maravilloso este texto? Me ayuda muchísimo a decirte lo que cada día deseo hacer cuando expongo y explico la Palabra de Dios… No proponerte mis ideas, no apacentarme a mí mismo, no darte «mis» pensamientos, sino intentar transmitirte los pensamientos de Dios, los que brotan de sus labios, de su corazón; si no… ¿qué sentido tendría lo que hago? ¿Qué sentido tendría la vida de un sacerdote?
Vos y yo no siempre pensamos como piensa Dios, debemos reconocerlo. Aunque creamos que tenemos la razón, nosotros –los sacerdotes– no siempre transmitimos lo que piensa Dios, sino que muchas veces predicamos cosas banales, mundanidades, sin darnos cuenta que lo mejor que podemos hacer es dejar que hable Jesús, y como él habla, sin temores, confiando en su palabra, y no en la nuestra. Algo así le decía Jesús ayer a Pedro en el Evangelio: «…porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres». Pedro creyó que lo que pensaba era mejor que lo que Jesús pensaba y era lo mejor para Jesús. Por ser bueno, seguramente, y querer evitar el sufrimiento a su amigo, terminó «pensando como los hombres» y no como Dios Padre, terminó deseando interponerse en el camino que Jesús tenía señalado, y por eso terminó tomándose la libertad de reprender a Jesús. Pero recibió, finalmente, la reprensión del mismo Jesús, que lo acusó incluso de «satanás», algo muy duro. Seguiremos con este tema estos días.
La novedad, lo que a mí me asombra de Algo del Evangelio de hoy, es que sea un hombre «no religioso» el que nos dé «lecciones» de fe, de religiosidad. ¿No te pasó alguna vez lo mismo? En fin, muchas veces hay personas que nos dan lecciones de religiosidad y no son exteriormente tan religiosos. Bueno, es un centurión, un soldado romano, el que hoy nos da «cátedra», por decirlo así, de lo que significa confiar en la palabra de Jesús aun sin haberlo conocido profundamente, aun sin haber visto lo que Jesús hizo a través de su Palabra. A mí eso me «descoloca», me asombra para bien, incluso no me asusta que sea Jesús quien se admire de él y lo ponga como ejemplo para todos, al contrario, me consuela mucho. De hecho, nuestro Maestro lo dice así: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».
También te aseguro que, como sacerdote, no me canso, por decirlo de algún modo, de encontrar personas de mucha fe, mucho más que la mía, que no son «religiosas» o, por lo menos, no son lo que el común de la gente piensa sobre lo que es ser «religiosos». ¿Te acordás que lo hablamos algún vez? Esa mala idea de pensar que religioso es aquel que está mucho dentro de la Iglesia o hace muchas cosas exteriores para unirse a Dios.
Tan ejemplo de fe es para nosotros este hombre, que sus palabras quedaron para siempre en nuestra expresión más profunda de religiosidad, que es la santa Misa. Una maravilla, ¿no te asombra eso? Las palabras de un hombre pagano, de alguien que «supuestamente» no tenía fe, son rezadas todos los días por millones de personas en el mundo en cada misa celebrada, antes de recibir a Jesús en la Eucaristía. Son las únicas palabras de la santa Misa que el sacerdote debe responder junto con todo el pueblo. Nadie es digno de recibir a Jesús, ni siquiera el sacerdote, hasta el papa tiene que decirlas. «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme», decimos.
El Evangelio es así de sorprendente, un canto a la «apertura», una «cachetada» a nuestra estrechez mental, una muestra clara de que Jesús se regocijó por acercarse a los más apartados, a aquellos que incluso los «religiosos» de esa época no consideraban dignos. ¡Qué lindo que es saber que Jesús vino a hacernos dignos, a todos, a los que dicen ser «religiosos» y a los que aparentemente no tienen fe, a todos! Si la palabra de Jesús ese día bastó para sanar a ese sirviente, hoy debemos creer y pensar lo mismo. ¿No nos asombra?
Una palabra de Jesús escuchada con fe en este momento basta para sanarnos, a vos y a mí, de nuestras enfermedades del corazón. Creamos, asombrémonos de este hombre que es modelo de fe también y, al mismo tiempo, no nos asombremos de que muchas veces los que parecen menos «religiosos», sean los que más fe tienen, una fe tan sencilla y pura; los que más nos enseñan qué es lo verdaderamente esencial cuando de fe y religión se trata, que no es otra cosa que creer y confiar en la palabra de Jesús; y, finalmente, que eso nos arroje a obrar como él nos enseña.