
XXIV Miércoles durante el año
on 16 septiembre, 2020 in Lucas
Lucas 7, 31-35
Dijo el Señor:
¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos muchachos que están sentados en la plaza y se dicen entre ellos:
¡Les tocamos la flauta y ustedes no bailaron!
¡Entonamos cantos fúnebres y no lloraron!
Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni bebe vino, y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!”
Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “¡Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores!” Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos.
Palabra del Señor
Comentario
Como ya dijimos en algún momento, con respecto al evangelio del domingo, la falta de perdón o la incapacidad de perdonar se debe fundamentalmente a una raíz profunda que muchas veces no podemos ver y que no tiene que ver necesariamente con la maldad de nuestro corazón sino todo lo contrario, con la necesidad de amor y de bondad que tenemos que, al no sentirse satisfecha, saciada -podríamos decir-, queda herida profundamente. Y por eso reacciona de esa manera, no queriendo perdonar, pensando que esa será la solución a su problema; pensando que ese será el remedio: el no perdón. Sin embargo, el único remedio, la única solución, la única terapia para las heridas del corazón que nos produce el pecado de los demás, el propio también, es el perdón. No hay otro remedio, no hay otra salida. Y algún día lo entenderemos si estamos todavía duros de corazón, pero es ese el camino. Pero ¿por qué entonces no terminamos de perdonar si lo entendemos con la cabeza, si nos damos cuenta qué es lo que Dios nos pide? Tiene que ver también con lo que dijimos que es el olvido, el olvido de un perdón más grande que hemos recibido de Dios sin hacer nada de nuestra parte, incluso antes de que naciéramos. Él nos perdonó enviando a su Hijo al mundo para saldar la deuda que tenemos, en el fondo, con nuestro Padre. Y por eso, cuando olvidamos esto, no encontramos a veces motivo para perdonar a un hermano, porque nos olvidamos de algo más grande. Siempre nuestra mirada tiene que estar puesta en el cielo, en nuestro Padre que nos enseña un modo de vivir distinto, pero con el ejemplo, con su obrar, perdonándonos a nosotros primero.
Con respecto a Algo del Evangelio de hoy, simplemente te quiero dejar algunas preguntas, me dejo también algo para mí, para meditar, para que podamos reflexionar por nuestra cuenta, cada uno. Acordate: siempre hay que hacer ese camino.
Jesús habla, hoy, de una generación. «¿Con quién puedo comparar a esta generación?», dice Jesús. Él se refiere- y es bueno aclararlo- a una clase- diríamos-, un estilo de persona, una forma de pensar y de vivir. No se está refiriendo a una generación en el sentido cronológico, a un grupo de personas que nacieron en un tiempo determinado, sino que se refiere a las personas de ese momento, a las que estaba mirando y hablándoles, e incluso a nosotros. Se refiere entonces, más bien, a un tipo particular de personas. ¿A quiénes se parecen? ¿A quiénes nos parecemos a veces? Podríamos llevar la pregunta al hoy. Diríamos que a los que siempre están inconformes, a esos insatisfechos por deporte; esos hombres que no se conforman con nada. No se conformaban con Juan el Bautista, que era un hombre austero, que no comía ni bebía, que se había entregado a la pobreza verdadera para prepararse a su misión. Ni se conformaban con Jesús, que también era pobre, pero, sin embargo, se daba el lujo de comer y beber con los publicanos. Nada les venía bien. ¿No te resulta un poco conocida esa actitud?
Esa es la actitud del que, al fin de cuentas, desea que las cosas sean solamente como él piensa, según sus criterios, según su modo de razonar. Esos hombres que esperaban un Mesías a su modo, pero, al final, cuando llega, no se dan cuenta. No lo quieren reconocer, porque quieren que sea «a su manera». En definitiva, sus pensamientos no eran los de Dios. Nuestros pensamientos, a veces, no son los de Dios.
En el fondo, es esa actitud del hombre que no se conforma por cómo es Dios, por cómo Dios se quiere manifestar al mundo. Y lo lindo, en realidad, es que Dios no es como nosotros. Esa es la maravilla. No es como nosotros queremos que sea. Dios es Dios; el Dios que se hizo hombre en Jesús y de un modo muy particular. Y eso es lo que nos tiene que terminar de convencer y conformar. Lo más lindo es que Dios sea Dios, más allá de nuestros modos de pensar, más allá de nuestros dioses hechos a nuestra medida.
Dios, el eterno que trasciende todo, es el que está más allá de todo, pero se hizo hombre. Y se hizo hombre pobre y austero para enseñarnos a vivir de una manera distinta, no como nosotros quisiéramos.
Bueno, este inconformismo también se manifiesta en nuestra vida, en miles de situaciones. Pero lo mejor es pensarlo en nuestra vida de fe, en nuestra vida espiritual. Obviamente, si somos quejosos e inconformistas con lo de cada día, seguramente lo seremos con las cosas espirituales. Por eso hoy preguntémonos: ¿Soy de las personas que no se conforman con nada, que no aceptan la realidad, que no aceptan a las personas que tienen alrededor, que no aceptan su trabajo, que no aceptan su estudio, que no aceptan el ambiente que les toca vivir? ¿Soy de los que siempre se están quejando de algo y si no hay nada de qué quejarse, se inventan una queja? ¿Soy de las personas que se quejan porque las cosas “no son como quiero” y, después, cuando son distintas, también se quejan? ¿En el fondo, qué es lo que nos mantiene inconformes? Eso nos pasa con las cosas de Dios, con las cosas de la Iglesia y con las cosas del mundo: no aceptar la realidad tal como es. El gran sacrificio de cada día, la gran entrega que tenemos que hacer, muchas veces, es aceptar la realidad, como primer paso, antes de querer cambiarla opinando.
La primera gran actitud que debemos tener todos, para cambiar el corazón, es aceptar con alegría lo que Dios nos presenta cada día y lo que nos toca vivir- más allá de nuestras elecciones-, aceptar los pensamientos de Dios. ¿Nos gusta que Dios sea así? ¿Nos gusta que se haya manifestado tan «normalmente», como un hombre tan sencillo, y que se manifieste hoy de una manera tan sencilla?